7. El arca de Noé
El significado de las aguas
En la vida de Noé, el agua ocupa un lugar preponderante en dos aspectos. Claro está que primeramente uno piensa en las aguas del diluvio por las cuales el mundo de entonces pereció anegado. El agua, en las Escrituras, a menudo tiene un significado positivo, ya que es una de las necesidades esenciales de la vida humana (véase Juan 7:37-39; 1 Corintios 10:4; Apocalipsis 22:17). No obstante, también se utiliza para indicar cosas negativas, tales como juicios y maldiciones (véase Salmos 42:7; 66:12; 69:2; 109:18). Las aguas del diluvio que cayeron sobre la tierra fue un juicio devastador, del cual Noé se salvó sólo por el arca, el medio de salvación para él y para su familia.
En la Escritura, las aguas son también una figura de las multitudes turbulentas y agitadas (Isaías 8:7-8; Jeremías 47:2; Apocalipsis 17:15). Esta misma figura la encontramos en la vida de Noé, en los días posteriores al diluvio. Una nueva era empezó entonces, cuando los pueblos y las naciones de la tierra se separaron como aguas que corren en todas direcciones.
El Arca de la salvación
El arca de Noé es una hermosa figura de Cristo, el Arca de nuestra salvación. Sin Él, el hombre está perdido y la ira de Dios permanece sobre él (Juan 3:36). Sólo en Jesús es posible escapar de las aguas del juicio, pues “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Cristo sufrió el juicio por todos los que creen en él. Las aguas de la muerte se han alejado para siempre, pues el Señor nos ha trasladado a un nuevo mundo, y nos ha colocado sobre un fundamento totalmente nuevo delante de Dios.
Esta nueva posición del creyente también se expresa en el bautismo: El lavamiento del agua habla, por una parte, de la muerte y, por otra, de la resurrección a una nueva vida en Cristo (Romanos 6:3-4; 1 Pedro 3:20-21).1 Fuimos sepultados con Él en la muerte por el bautismo, a fin de que alcanzásemos una nueva posición y anduviésemos en novedad de vida. La vida de Moisés nos ofrece algo similar. Fue «sepultado» en las aguas del río Nilo en una arquilla de juncos, y de esta manera fue salvado por agua y sacado de las aguas de la muerte. Génesis 6:14 y Éxodo 2:3 utilizan la misma palabra hebrea para el “arca” de Noé y la “arquilla” en que Moisés fue salvado.
El arca de Noé era una enorme caja de madera de trescientos codos de largo, cincuenta codos de ancho y treinta codos de alto (un codo mide alrededor de medio metro). Tenía tres pisos con compartimientos o habitaciones que servían como cámaras de vivienda y lugares de almacenamiento. Tenía una puerta a su lado que Dios mismo cerró (Génesis 6:16; 7:16). Tenía también una ventana en la parte superior, que Noé abrió más tarde para enviar al cuervo y a la paloma (8:7-8).
Si miramos el arca como figura de Cristo —como el Arca de nuestra salvación—, la madera, como el fruto de la tierra, nos habla de su verdadera humanidad (véase Isaías 4:2; 53:2). “Hay… un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Noé tuvo que cubrir —o calafatear— el arca con brea por dentro y por fuera (estos dos términos afines —«cubrir» y «brea»— derivan de la misma raíz hebrea de donde provienen los términos traducidos a lo largo del Antiguo Testamento por «expiación» y «rescate»). Dicha cobertura es una figura del poder expiatorio de la sangre de Cristo que cubre nuestros pecados, nos hace aceptos a Dios y nos libra del juicio.
La puerta al lado del arca nos recuerda el costado traspasado de Cristo que abrió el camino de la salvación para los pecadores (Juan 19:34-35; 1 Juan 5:6-9). Cristo es la puerta; si alguien entra por él, será salvo (Juan 10:9).
Las habitaciones o celdas (literalmente «nidos») del arca significan la protección y seguridad que son la porción de todos los que están en Cristo: “Ahora, hijitos, permaneced en él” (1 Juan 2:28). En este sentido Él es como un santuario (Isaías 8:14). El templo de Salomón tenía también habitaciones en tres pisos, al igual que en el arca (Génesis 6:16; 1 Reyes 6:4-6). En la Casa de Dios hay muchas moradas, y hay lugar para todo aquel que cree.
Finalmente, el arca tenía una ventana, una abertura para la luz en la parte superior. Así también Cristo reveló la luz desde arriba, la divina luz celestial en medio de una escena de oscuridad y confusión (Juan 1:9; 3:12, 31-32).
El arca de Noé enseña también una lección práctica a los padres creyentes. Así como Noé preparó un arca para la salvación de su familia (Hebreos 11:7), así también los padres cristianos deberían conducir a sus hijos hacia Cristo y llevarlos así al lugar seguro.
Un nuevo comienzo
Cuando las aguas se secaron de la tierra, la paloma que Noé envió halló un lugar de descanso donde apoyar el pie (Génesis 8:9). La paloma es una figura del Espíritu Santo (Juan 1:32-34). El Espíritu descendió y permaneció sobre Cristo, por cuanto era el Hijo amado en quien el Padre tuvo complacencia. Ningún pecado podía ser hallado en Él y, por tanto, Dios pudo poner su sello sobre Él. Después de la cruz y de la glorificación de Cristo en el cielo, el Espíritu Santo halló un lugar de descanso permanente sobre la tierra en la Iglesia (Juan 7:39; 16:7; Hechos 2:33).
Las aguas del juicio se alejaron de nosotros para siempre, y Dios nos ha dado su Espíritu, “el Espíritu de su Hijo” (Gálatas 4:6). Sobre la base de la obra consumada de Cristo, Dios también encuentra su deleite en nosotros. Habiendo creído en Cristo, somos sellados con el Espíritu y debemos andar en vida nueva por el Espíritu (Efesios 1:13; Gálatas 5:25). Luego, llevaremos fruto para Dios por el Espíritu, como “hoja de olivo” fresca que fue hallada en la tierra purificada (Génesis 8:11; véase Zacarías 4).
- 1N. del E.: El bautismo cristiano en agua no salva, sino sólo la fe personal en Cristo.