En el principio /8

Génesis 1 – Génesis 11

8. El pacto con Noé

El fundamento del pacto

Después que Noé salió del arca y puso sus pies sobre la nueva tierra, construyó un altar a Jehová y ofreció holocaustos de todo animal limpio y de toda ave limpia (Génesis 7:2; 8:20). De esta manera glorificó a Dios por su milagrosa salvación. La ofrenda quemada, de olor grato (literalmente: olor de reposo) que sube al cielo, es una figura del sacrificio de Cristo con el cual Dios está plenamente satisfecho (Génesis 8:21; Levítico 1:9; Efesios 5:2; Hebreos 9:14). Ya vimos la gran importancia de un sacrificio en el cual se vertió la sangre redentora, tanto en la vida de Abel como en la de la primera pareja de la humanidad (Génesis 3:21; 4:4). Génesis 22 nos indica que el mismo Hijo del Padre tendría que derramar su vida hasta la muerte y convertirse en el Cordero de Dios.

Los sacrificios ofrecidos por Noé constituyeron la base del pacto de Dios con él, con su descendencia y con todo ser viviente en la tierra (Génesis 9:9-10). En adelante, el hombre habría de vivir en una tierra purificada en virtud de la aceptación que Dios halló en la ofrenda quemada. En sí mismo, él no era mejor que los que vivieron antes del diluvio, porque “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal… desde su juventud” (6:5; 8:21). Sin embargo, el hombre gozaba del favor de Dios sólo por el valor de la ofrenda, por el olor grato de ese sacrificio que subía a Dios y le daba descanso. Noé, sus descendientes y toda carne sobre la faz de la tierra gozaron de este favor divino, y aun la tierra misma participó de él y fue incluida en el pacto de Dios (Génesis 8:21-22; 9:11-13).

Asimismo Dios muestra hoy su gracia para con el hombre mediante el sacrificio de Cristo, aunque la corrupción del hombre haya sido plenamente revelada en la cruz. Dios es paciente para con el hombre y le transmite las Buenas Nuevas. Permite que la tierra exista todavía, y sostiene todas las cosas por su poder. Para los creyentes, esto constituye una clara prueba de la gracia de Dios y del valor de la obra de Cristo consumada en la cruz. También nos abre la esperanza de un nuevo cielo y de una nueva tierra.

Las disposiciones del pacto

Dios empezó, pues, una nueva etapa con Noé, quien llegó a ser el primer gobernante del nuevo mundo postdiluviano. Recibió una posición comparable a la de Adán (Génesis 1:28; 9:1-2). Sin embargo, entre Adán y Noé existen algunas diferencias importantes que debemos subrayar: A partir de aquel momento, el gobierno del hombre sobre el reino animal se habría de caracterizar por “el temor y el miedo” (9:2). No encontramos nada semejante desde el principio de la creación, cuando todo lo que Dios había hecho era bueno en gran manera (1:31). Ello demuestra que la armonía original entre las criaturas había sido destruida.

En el versículo 3 leemos: “Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo”. Por primera vez se le permite al hombre comer carne de animales, puesto que hasta entonces él —al igual que los animales— era estrictamente vegetariano (Génesis 1:29-30). Este nuevo régimen de comida contenía una importante lección espiritual, a saber, que el hombre caído iba a vivir por la muerte de un sustituto. Esta verdad es erróneamente rechazada, entre otros, por los vegetarianos (1 Timoteo 4:3-5).

Sin embargo, junto con este cambio alimenticio se estableció una restricción: “Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis” (Génesis 9:4). La carne del animal había de ser comida sin sangre. De este modo, el que comía reconocía que solamente el Dios Creador tiene autoridad sobre la vida que está en la sangre (Levítico 7:26-27; 17:10-14). La sangre no era para comer, sino para hacer expiación por los pecadores: “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11; véase Romanos 3:25).

Hechos 15 reitera esta regla, pues confirma que, en virtud del pacto noéico, la prohibición de comer sangre no fue sólo para Israel, sino para toda la humanidad. Por tal motivo, los creyentes de entre los gentiles habían de abstenerse “de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (Hechos 15:20). Estas instrucciones se basan en el orden de la creación y en el pacto de Dios con Noé, y tienen un alcance más amplio que el pacto hecho más tarde con Moisés.

Después de la prohibición de comer sangre, hallamos en Génesis 9:5-6 la prohibición de derramar sangre. De este modo se estableció la pena de muerte: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”. Ello también suponía el establecimiento del gobierno humano o civil, es decir, de autoridades humanas que aplicaran esta sentencia y que pudieran así castigar y reprimir el mal (véase Romanos 13:1-4).

Un pacto perpetuo

En la Biblia, la primera referencia de la palabra «pacto» se encuentra en la historia de Noé (Génesis 6:18; 9:9-17). Sin embargo, ya el pecado de Adán puede ser considerado como una ruptura del pacto edénico (Oseas 6:7). El pacto con Noé es esencialmente unilateral; es decir, que Dios, por medio de una promesa, se compromete a no causar jamás otro diluvio que destruya la tierra y la humanidad (Génesis 9:11).

Tal como lo hemos mencionado antes, el pacto noéico tiene también un carácter universal. Comprende a toda la humanidad, pero también al reino animal y a la tierra, es decir, a toda la creación (v. 9-10). Además, Dios lo llamó un “pacto perpetuo” (v. 16). Perdurará mientras la tierra exista, hasta el día en que ésta sea destruida no por agua, sino por fuego (2 Pedro 3:3-7).

Por último, Dios ha dado una señal visible de su pacto para confirmar su promesa: El arco iris visto en las nubes por todos los hombres recuerda la fidelidad de Dios con respecto a toda la creación. Les asegura que la bondad de Dios es infinita. Cuando comienza a llover, la gente puede observar el arco iris y saber que no debe temer otro diluvio universal. Pero —lo que es más importante todavía— esta señal permite a Dios acordarse de su promesa para con el hombre (Génesis 9:16-17).