6. Los hijos de luz y los hijos de las tinieblas
Set, el sustituto de Abel
Así como Abel es figura de Cristo muerto, Set lo es del Señor resucitado. Set —cuyo nombre significa «asignado» o «sustitución»— reemplazó a Abel muerto (Génesis 4:25). Llegó a ser la nueva cabeza de los hijos de luz, la simiente de la mujer.
Caín, por el contrario, se constituyó en cabeza de familia de los impíos, la simiente de la serpiente, el linaje de las tinieblas. Estas dos generaciones de Génesis 4 y 5 —el linaje impío de Caín y el linaje fiel de Set— son diametralmente opuestas. Ésta es la razón por la cual estos dos capítulos corresponden al primer día de la creación, cuando Dios separó la luz de las tinieblas, el día de la noche (Génesis 1:3-5).
El contraste entre los dos hermanos, Caín y Abel, se perpetuó en estas dos familias. La descendencia de Caín era opuesta a la de Set, el sustituto de Abel. De igual manera, los hijos del mundo son contrarios a los hijos de Dios, los cuales llevan la imagen del Señor resucitado. ¿Tomamos a la Cabeza de la nueva creación como nuestro gran Ejemplo? Entonces reflejaremos los caracteres de los hijos de luz (1 Tesalonicenses 5:5).
Los descendientes de Set
Entre los descendientes de Set encontramos muchos creyentes que son ejemplos para nosotros:
- creyentes tales como Enós (mortal), quien, reconociendo su propia fragilidad y mortalidad, invocó el nombre de Jehová (Génesis 4:26, Salmos 8:4, 144:4);
- hijos de luz como Enoc (iniciado o maestro), el cual caminó con Dios y recibió el discernimiento necesario para comprender Sus propósitos y pensamientos, hasta los más lejanos (Génesis 5:22, 24; Hebreos 11:5, Judas 14-15);
- hijos del día como Noé (descanso o consuelo), quien obtuvo gracia ante los ojos de Dios y, tras anunciar el nuevo día, trajo consuelo a una tierra maldita (Génesis 5:29; 6:8; Hebreos 11:7; 1 Pedro 3:19-22; 2 Pedro 2:5; 3:5-6).
Noé, pregonero de justicia, fue salvado por Dios en el arca cuando Éste trajo el diluvio sobre el mundo impío. Cristo mismo comparó los días de Noé anteriores al diluvio con el día de su venida (Mateo 24:37-39). Este período es, pues, una figura de los últimos días previos a la venida del Hijo del Hombre, el cual vendrá de forma inesperada, como ladrón en la noche, y traerá un juicio devastador sobre los impíos. La injusticia en la tierra estará de nuevo en su apogeo, haciendo que el juicio de Dios se torne inminente.
El diluvio habla de la marea de la ira de Dios que inundará el mundo, y también señala el juicio final que no será llevado a cabo por agua, sino por fuego (2 Pedro 3:7). La traslación de Enoc al cielo —que interrumpe la reiterada frase “y murió” de Génesis 5— es una figura del arrebatamiento de los creyentes. De la misma manera que Enoc fue traspuesto antes del diluvio, la Iglesia será arrebatada para encontrar al Señor en el aire antes de que los juicios del Apocalipsis acontezcan (1 Tesalonicenses 4:15-18; Apocalipsis 3:10).
Noé, por el contrario, fue salvado a través de las aguas del diluvio que arrasaron la tierra. En este sentido, él constituye una figura del remanente del pueblo de Israel que será guardado al pasar por los juicios de la gran tribulación a fin de entrar a salvo en la nueva tierra milenaria.
El linaje de Caín
El libro del Génesis muestra un gran contraste entre los hijos de luz y el linaje de Caín: el hombre sin Dios, fundador de una civilización atea. Aunque vivió alejado de la presencia de Dios, Caín procuró encontrar un lugar seguro en la tierra. Construyó la primera ciudad de la historia del hombre, y llamó su nombre según el nombre de su hijo: Enoc (Génesis 4:17).
Nimrod —que significa rebelde— fue el segundo constructor de ciudades. Arrastró a la humanidad a una abierta rebelión contra Dios (Génesis 10:9-12). Sin embargo, en medio de un mundo impío y ateo, Abraham se destacó como un ejemplo digno de nuestra consideración: Se volvió peregrino; anhelaba una mejor ciudad, esto es celestial, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10, 16).
Notemos que aunque el hombre perdió la comunión con Dios, no fue totalmente privado de la bondad de Dios, quien “hace salir su sol sobre malos y buenos, y… hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Él nos concede “lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hechos 14:17). No obstante, a pesar de todas las manifestaciones de la gracia de Dios, el camino de Caín lo fue llevando cada vez más lejos de Él.
Es poco probable que su hijo Enoc estuviera familiarizado con los pensamientos de Dios, tal como ocurriera más tarde con el otro “Enoc, séptimo desde Adán”, descendiente de Set (Judas 14).
A la verdad, los descendientes de Caín demostraron ser muy creativos; pero emplearon sus habilidades de herreros para hacer armas y sus talentos musicales para escribir un canto de venganza. La descendencia de Caín finaliza en la feroz brutalidad de Lamec (Génesis 4:23-24).
La corrupción del hombre
Génesis 6 nos enseña la absoluta degradación del género humano sin Dios. La maldad del hombre era grande en la tierra, la cual estaba llena de violencia. Después de la caída, el hombre caminó guiado por la luz de su conciencia, la cual le ayudaba a discernir entre el bien y el mal.
En la tierra aún no se había establecido un gobierno humano. En consecuencia, el mal no era castigado de inmediato. Ello derivó en una corrupción universal. Dios, tras largos años de paciencia, intervino y puso fin a esta situación por medio del juicio del diluvio. Solamente después de este cataclismo se establecieron autoridades humanas para refrenar la maldad del hombre, especialmente la violencia y el derramamiento de sangre (Génesis 9:5-6).
Durante estos terribles tiempos previos al diluvio, ya se advierte la acción de las fuerzas satánicas. Génesis 6:1-4 habla de “los hijos de Dios” que tomaron para sí mujeres entre “las hijas de los hombres”: Los hijos de Dios probablemente eran ángeles caídos que no habían guardado su dignidad original (véase Job 1:6; 2:1; 2 Pedro 2:4; Judas 6). Después del diluvio —el cual puso fin a estas uniones ilegítimas— las fuerzas del mal asumieron una forma diferente mediante la introducción de la idolatría, que no es otra cosa que la adoración de los demonios (Deuteronomio 32:17; Josué 24:2; 1 Corintios 10:20). Abraham fue llamado a dejar este mundo idólatra, a fin de venir a ser el precursor de un pueblo santificado para el Señor.
El incremento de los poderes diabólicos antes del diluvio confirma el paralelo entre esa época y el tiempo del fin previo a la venida del Señor, período que estará caracterizado por una actividad diabólica sin precedentes (Mateo 24:11, 15, 24; 2 Tesalonicenses 2:3-12; Apocalipsis 13).
Velemos y andemos, pues, como hijos de luz e hijos del día. “Porque no nos ha puesto Dios para ira (los juicios de Dios atacarán este mundo incrédulo), sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros, para que… vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:4-10).