5. Caín y Abel
El contraste entre Caín y Abel
Las Escrituras presentan un gran contraste entre estos dos hermanos, no solamente en Génesis 4, sino también en el Nuevo Testamento (Mateo 23:35; Hebreos 11:4; 1 Juan 3:7-12; Judas 11). Dicho contraste se hace evidente en sus obras, en los sacrificios que ofrecieron y en los diferentes caminos que siguieron. En definitiva, se trata del mismo contraste que existe entre Dios y el diablo, entre la luz y las tinieblas, y entre la vida y la muerte.
La historia de Caín y Abel confirma las palabras de Pablo cuando dice que la luz no tiene comunión con las tinieblas, y que el creyente no tiene parte con el incrédulo (2 Corintios 6:14-15). Al principio, la diferencia entre los dos hermanos no parecía tan importante, ya que ambos temían a Dios. Caín empezó su carrera como hombre religioso, pero acabó como uno que vivía sin Dios en el mundo y sin esperanza. Se apartó de la presencia de Jehová (Génesis 4:16; Efesios 2:12). Se alejó de Dios y siguió su propio camino, un camino que lo llevaría a la destrucción. Sus obras fueron malas.
Las ofrendas de los dos hermanos
Sucedió, pues, al cabo de un tiempo, que “Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová”. Pero, Dios no aceptó a Caín ni su ofrenda del fruto de la tierra, que no tenía valor (Génesis 4:3-5). Caín presentó un sacrificio incruento, sin tener en cuenta que la brecha que existía entre Dios y el hombre caído sólo podía ser salvada mediante la muerte de un sustituto. Porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).
Tampoco Caín consideró el hecho de que Dios había maldecido la tierra (Génesis 3:17; 5:29). Se presentó delante de Jehová con el resultado de su ardua y penosa labor de labrador, esperando que Él apreciara sus esfuerzos y mirara favorablemente la obra de sus manos. Sin embargo, Dios “no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya”.
En contraste, Abel ofreció un “más excelente sacrificio que Caín” (Hebreos 11:4). “Trajo… de los primogénitos de sus ovejas” (Génesis 4:4). Se trataba de una ofrenda cruenta, hecha con fuego, de olor grato para Dios. Éste es el motivo por el cual Dios pudo aceptar a Abel y sus ofrendas. Así como la ofrenda le había hecho acepto delante de Dios, así también Él “nos hizo aceptos en el Amado” en virtud de Su sacrificio (Efesios 1:6-7; 5:2).
Abel, por sus obras, dio un claro testimonio del camino de la vida, el que Dios les había mostrado a Adán y Eva cuando los vistió con túnicas de pieles (Génesis 3:21). Por otro lado, Caín pretendió acercarse a Dios sobre la base de sus propios esfuerzos (Caín significa adquisición); pero Dios no vio con agrado tal acción, pues sin fe en la muerte expiatoria de un sacrificio es imposible agradarle. Abel, por la fe, lo entendió, y por eso ofreció un más excelente sacrificio que Caín. De esta manera fue justificado por la fe: Dios mismo dio testimonio de que era justo y de que sus obras eran justas (Hebreos 11:4; 1 Juan 3:12). El hecho de tomar conciencia de nuestro estado de pecado y de corrupción nos hace reconocer la necesidad de tal ofrenda. Notemos que Abel significa aliento o vanidad.
Caín, el primer homicida
Sin embargo, la gracia que Dios le mostró a Abel no hizo más que despertar celos y odio en el corazón de Caín. Cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano y lo mató (Génesis 4:8), convirtiéndose así en el primer homicida.
El pecado adopta diversas formas. Adán pecó contra Dios, mientras que Caín lo hizo contra su prójimo. En Caín, además, se vieron combinadas la maldad interior y la violencia exterior. Ésta es la manera en que el pecado, que brota del corazón, se desarrollará más tarde. Lo vemos de nuevo en el capítulo 6: “Se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (6:11; véase también el v. 5).
Aun después de este crimen, Dios se manifestó en gracia a Caín, aunque ya le había advertido previamente acerca del poder del pecado, el cual estaba a la puerta (4:7). Pero Caín rehusó escuchar. Después de haber matado a Abel, Dios fue a buscarlo para pedirle cuentas. Aunque fue condenado a pasar el resto de sus días como errante en la tierra, se le preservó la vida, ya que la pena de muerte aún no existía (véase Génesis 9:5-6). Por haberse tratado de un caso de homicidio premeditado, la sentencia de Caín tendría que haber sido la muerte. Sin embargo, recibió gracia de parte de Dios, quien le marcó en la frente para que nadie que lo encontrase lo matara (4:15, 24).
Es importante observar que Dios mismo intervino para vengar y defender a Abel. Actuó como el Vengador de sangre porque el gobierno del hombre aún no había sido instituido. Por eso Dios cuidó los intereses de Abel y pidió cuentas a Caín por lo que había hecho: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra” (v. 10-11).
Caín, el primer asesino, es una clara figura del Israel incrédulo que sería culpable de la muerte de Cristo. Así como Caín fue errante y extranjero en la tierra a causa de la muerte de Abel, así también los israelitas fueron esparcidos entre las naciones después que crucificaron al Mesías.
Caín huyó de la presencia de Dios (al igual que Jonás; véase Jonás 1:3), y se estableció en la tierra de Nod (errante). Su actitud es característica del hombre que se ha apartado de Dios, y cuyo camino lo aleja más y más de Él. El camino de Caín conduce a la ruina (Judas 11); y, aunque parezca haber confesado su culpa, no fue esa tristeza según Dios que produce arrepentimiento para salvación, sino la tristeza del mundo que produce muerte (Génesis 4:13; 2 Corintios 7:10).
Abel y Cristo
En Abel podemos ver una figura de Cristo, pues el Nuevo Testamento dice que la sangre de Cristo “habla mejor que la de Abel” (Hebreos 12:24). Mientras que la sangre de Abel clamaba venganza contra el malhechor, la sangre de Cristo habla de la redención que Él obtuvo para los pecadores culpables. La muerte de Cristo no reclama retribución alguna, sino que ofrece la redención, la remisión de los pecados y la salvación. Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Pedro dijo también: “Hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (Hechos 3:17-18). Bien es cierto que Jesús fue cortado de la tierra de los vivientes, pero tal fue precisamente el camino que Dios había trazado a fin de que llevara mucho fruto (Juan 12:24).
Por su muerte y resurrección, Cristo vino a ser la Cabeza de una nueva generación. Una vez librado de los dolores de la muerte, Jesús redimió un pueblo para sí —la Iglesia— en medio del cual canta alabanzas a Dios (Salmos 22:22-23; Hebreos 2:12). Después de haber ofrecido su vida en expiación por el pecado y de haber llevado el pecado de muchos, vio linaje; vio el fruto de la aflicción de su alma: la descendencia de los creyentes (Isaías 53:10-12).