La epístola a los Colosenses
Introducción
El doble ministerio del apóstol Pablo
Pablo fue un instrumento excepcional que Dios escogió para transmitirnos la verdad cristiana. Todas sus epístolas en el Nuevo Testamento están inspiradas por el Espíritu Santo. Pero dos de ellas exponen principalmente todo el fundamento de la fe cristiana: la epístola a los Romanos y la epístola a los Efesios. En ellas encontramos los dos grandes ministerios del apóstol. Es importante conocerlos para estudiar la epístola a los Colosenses.
Su primer ministerio era la predicación del Evangelio de Dios, y lo hallamos expuesto en la epístola a los Romanos. El Evangelio de Dios nos muestra cómo Dios resolvió los problemas del viejo hombre, es decir del hombre antes de su conversión. Este tiene dos problemas: ha pecado y el pecado mora en él. Por eso se ha vuelto esclavo del pecado. Luego, la epístola a los Romanos continúa mostrando claramente primero que la cuestión de los pecados (los malos pensamientos, las malas palabras, las acciones y caminos corrompidos del hombre) está resuelta por la sangre de Jesucristo que fue vertida en la cruz del calvario. Ahí, dio su vida por nosotros. En segundo lugar, se nos enseña que el Señor Jesús nos libró de la esclavitud del pecado. Esta obra encontró su cumplimiento en el hecho de que él murió, y nosotros morimos con él. Así hemos sido libertados del pecado que mora en nosotros. Esto es lo esencial de la doctrina de la epístola a los Romanos en los capítulos 1 a 8.
Allí donde termina la epístola a los Romanos, empieza la epístola a los Efesios. Una vez que tenemos paz para con Dios, aprendemos que, en las riquezas de su gracia, él no solo resolvió los problemas del viejo hombre, también dio al nuevo hombre —el hombre después de su conversión— nuevos y gloriosos dones. El segundo ministerio del apóstol consiste en mostrar cuáles son esos dones, y se encuentra en la epístola a los Efesios, la que podríamos denominar el misterio de Cristo. Esta expresión caracteriza lo que Dios dio al cristiano que cree en la gloria de su gracia. Podemos resumirla en cuatro puntos:
- Fue hecho hijo de Dios;
- recibió la adopción;
- es coheredero con Cristo;
- está unido con todos los rescatados en un solo cuerpo, del cual Cristo en el cielo es la cabeza glorificada.
Tales son los dos grandes ministerios del apóstol Pablo. El primero había sido anunciado por el Antiguo Testamento. Está escrito en Romanos 1:1-2: “El evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras”. No era, pues, en sí un misterio. Pero las nuevas verdades del cristianismo que él presenta en la epístola a los Efesios eran desconocidas en los escritos del Antiguo Testamento y son, pues, llamadas misterios. Estas fueron comunicadas por revelación a los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, y de hecho a todos ellos. Luego, Pablo fue el instrumento para anunciarnos y transcribir esas verdades bajo inspiración del Espíritu de Dios. Esencialmente lo hizo en la epístola a los Efesios, como nos lo muestra el capítulo 3.
La doctrina de la epístola a los Colosenses
La epístola a los Colosenses no nos comunica ningún nuevo objeto de fe. Lo que encontramos en ella ya nos es dado en parte en las epístolas a los Romanos y a los Efesios. La epístola a los Colosenses se encuentra en la confluencia de estas dos epístolas. Ella vuelve a la epístola a los Romanos y penetra en la dirigida a los Efesios. Vemos en la epístola a los Romanos que el Señor Jesús ha muerto. Su sacrificio en la cruz es el fundamento de nuestra salvación. En cambio, la epístola a los Efesios declara que él está resucitado de entre los muertos. Su muerte constituye el fundamento de las bendiciones cristianas, pero nos son adquiridas por su resurrección. Por eso la epístola a los Efesios presenta al Señor como muerto y resucitado.
La epístola a los Colosenses nos presenta los dos aspectos. Nos enseña que hemos muerto con Cristo, y que hemos resucitado con él. Pone, por así decirlo, una mano sobre la epístola a los Romanos y la otra sobre la epístola a los Efesios.
Tema de la epístola: Cristo, nuestra vida
El versículo central de la epístola a los Colosenses es el versículo 27 del capítulo primero: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Cuando, en el tiempo de la gracia, un hombre se convierte, confesando sus pecados a Dios y creyendo en el nombre del Señor Jesús y en su obra en la cruz, Dios opera entonces una obra: el nuevo nacimiento. Por él adquiere una nueva vida, que es Cristo mismo. El cristiano creyente recibe así un nuevo motivo para su vida. Tal es el significado de la expresión: Cristo en vosotros. Esta nueva perspectiva no solo implica verdades del cristianismo, tan preciosas y divinas como son, sino una persona: Jesucristo, nuestra vida.
No obstante, Cristo como sustancia de nuestra vida es ahora todavía la esperanza de gloria. En el capítulo 3, versículo 3, está escrito que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios”. Ninguno de nosotros ha visto con sus ojos al Señor Jesús. Pero llega el día cuando “le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). He aquí la esperanza de gloria. Aunque no lo veamos aún ahora, sin embargo podemos contemplarlo con los ojos de nuestros corazones por fe. Atravesamos durante nuestra vida diversas circunstancias difíciles. Pero en estas, tenemos el privilegio de poder poner nuestra mirada en Cristo.
El problema de los colosenses
Los colosenses eran de origen pagano. Sin embargo, se habían convertido y habían aceptado por fe al Señor Jesús como Salvador. Entonces, Dios había producido en ellos el nuevo nacimiento. Así poseían a Cristo como su vida. No obstante, el pecado estaba aún en ellos, aunque ya no eran esclavos del pecado. Ya no vivían más según la carne (Romanos 8:8). Pero aún podían andar según la carne. El pecado que mora en nosotros puede relacionarse con el mundo y desarrollarse según sus rudimentos. Lo inverso también es posible: El mundo tiene en nosotros al pecado como punto de conexión. Es una realidad para nosotros, los creyentes, mientras estemos en la tierra. Por eso los colosenses corrían peligro de prestar oído al mundo. No digo que ya habían sucumbido a ese peligro. Pero en el capítulo 2, versículo 8, el apóstol les advierte: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”.
El mundo representaba una tentación para los colosenses bajo dos aspectos: la filosofía y las tradiciones de los hombres. Parece que estos pensamientos llegaban a los oídos de los colosenses. La filosofía —dicho brevemente— desarrolla las ideas humanas en cuanto al sentido de la vida. Las tradiciones de los hombres son las costumbres religiosas. No debemos pensar que ambas no presentan un peligro para nosotros.
Es posible que nosotros también prestemos oídos a las ideas humanas, es decir a las opiniones de los hombres en lo que concierne al sentido de la vida. Las ideas filosóficas humanas a veces están cubiertas de un hábito cristiano. Pero no es dado al hombre buscar el sentido de la vida, solo Dios tiene el derecho de instruirnos a ese respecto.
Estoy convencido de que la tradición religiosa también constituye un peligro para nosotros. En el camino de la fe que seguimos juntos, las tradiciones religiosas, que son invenciones humanas, pueden recibir una importancia tal en nuestros corazones y en nuestras vidas, que se conviertan en una falsa guía a seguir.
Los colosenses estaban en peligro de ser arrastrados por ideas humanas y tradiciones religiosas. La mirada de su fe en Cristo estaba oscurecida. Para nosotros es igual: Cuanto más abrimos nuestros oídos al mundo y sus opiniones, más nos apartamos de Cristo.
El recurso: La gloria de la persona del Señor Jesús
¿Qué hace el apóstol Pablo ante estos peligros? Presenta a los colosenses toda la perfección, toda la gloria, toda la grandeza de la persona de nuestro Salvador. Este es siempre el recurso cuando estamos en peligro de apartarnos en nuestro camino espiritual personal o colectivo. Solo la conciencia de la grandeza y gloria de nuestro Señor Jesús puede guardarnos de las seducciones del mundo, y dirigir de nuevo nuestros corazones y nuestras conciencias a él.
Encontramos una ilustración en el relato de 2 Reyes 4:38-41. Nos da un buen enfoque de la epístola a los Colosenses. En el versículo 38 se habla de una “grande hambre” en la tierra de Israel. “Y salió uno (de los hijos de los profetas) al campo a recoger hierbas, y halló una como parra montés, y de ella llenó su falda de calabazas silvestres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero sucedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo: ¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla!”. Las calabazas recogidas en el campo son una imagen de los rudimentos de este mundo: los pensamientos humanos en cuanto al sentido de la vida y las tradiciones religiosas. Ocuparse de ellas representa un peligro mortal para nuestra vida espiritual. ¿Cómo, pues, reaccionó Eliseo cuando lo llamaron? Tomó harina y la esparció en la olla, y no hubo más mal dentro. La harina habla de la persona del Señor Jesús, perfecta y pura. La enseñanza primordial de la epístola a los Colosenses es presentar a los corazones de los creyentes que están en peligro de ser arrastrados por las ideas del mundo las glorias de la persona del Señor Jesús.