Cristo en nosotros, la esperanza de gloria /2

Colosenses 1:1-8

Conocer la gracia de Dios en verdad

 

Versículo 1: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo…”.

Pablo, apóstol… y el hermano Timoteo

El autor comienza la epístola a los Colosenses presentándose como apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios. Así pues, sus palabras están investidas de la autoridad apostólica, y esta autoridad viene de Dios. Este sello de la autoridad apostólica es necesario, porque debe arreglar el problema de los colosenses conforme al pensamiento de Dios. Esta epístola también posee todo su valor para nosotros. No podemos decidir nosotros mismos si queremos recibir su mensaje o no. Estamos obligados a someternos a esta autoridad.

Pero Pablo se asocia aquí con otro hermano: Timoteo. Casi siempre lo hace cuando se confronta con un problema. Cuando Pablo solamente enseña, como en las epístolas a los Romanos y a los Efesios, se presenta solo. Pero cuando debe tratar una dificultad, la mayor parte del tiempo se asocia con otro hermano. ¿Por qué? Porque “por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Corintios 13:1). En la primera epístola a los Corintios, es Sóstenes, y aquí, Timoteo. Lo llama “el hermano”. Era sensiblemente más joven que Pablo, aunque no fuese tan joven; pero pertenecía a la familia de Dios. Pablo se dirige a Timoteo como a su hijo, porque era el verdadero hijo espiritual del apóstol.

Tres rasgos del carácter de Timoteo nos son dados, y esto también es muy importante para los problemas de los colosenses:

  • Poseía una fe no fingida (2 Timoteo 1:5);
  • daban buen testimonio de él (Hechos 16:2);
  • se conocían sus méritos en el servicio (Filipenses 2:22).

La fe no fingida es mencionada en relación con su familia. Su abuela y su madre ya la poseían; no obstante, Pablo añade: “Estoy seguro que en ti también”. La fe no fingida no se manifiesta en público, sino que se ve en el círculo familiar. No es difícil mostrar un aspecto piadoso en las reuniones. Pero ¿cómo nos comportamos en nuestra casa? Solo los miembros de nuestra familia pueden dar testimonio acerca de la autenticidad de nuestra piedad.

El buen testimonio, Timoteo lo había recibido de las iglesias en Listra e Iconio. También debemos retener eso. Cuando queremos tener un testimonio sobre una persona, debemos preguntar a los hermanos que tienen una responsabilidad en la iglesia local. Si le pregunto al padre de la persona en cuestión, no recibiré una respuesta racional. Como padres, quizá no seamos totalmente ciegos, pero a menudo el amor de padres hace que todo nos parezca bello en nuestros hijos. El comportamiento en medio de los hermanos y hermanas en la fe es igualmente importante. Timoteo recibió buen testimonio de dos iglesias.

En cuanto a sus méritos en el servicio, debemos volvernos hacia aquellos que son los objetos del servicio. Pablo escribió a los filipenses respecto de Timoteo: “Conocéis los méritos de él”. Timoteo era conocido por los filipenses, porque había acompañado a Pablo durante sus viajes. Ellos se habían beneficiado de su ministerio y habían reconocido su capacidad. Comprendemos que Pablo se haya asociado con un hermano de las características de Timoteo para escribir la epístola a los Colosenses, cuando debe afrontar el peligro de los rudimentos del mundo que amenazaban con introducirse entre ellos.

 

Versículo 2: “…a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.

Santos y fieles hermanos

En el versículo 2, Pablo da un buen testimonio de los colosenses. Como en la epístola a los Efesios, los llama santos y fieles hermanos. No podía escribir eso a los corintios. Solamente los llama santos, no les habla de fidelidad. La palabra santo aquí se refiere a nuestra posición cristiana. Dios ve a todos los creyentes como santos ante él. En cuanto a su posición, conviene a Su santa presencia. Pablo podía dirigirse a los corintios como santificados porque eran verdaderos cristianos.

La fidelidad guarda relación con la práctica de nuestra vida cristiana. ¿Qué significa, pues, fiel en nuestro versículo (pregunta que también es valedera para Efesios 1:1)? Hay dos estados prácticos en la vida del creyente. El primero puede ser descrito como sigue: Nosotros siempre cedemos de nuevo al pecado que está en nosotros y pecamos. El Espíritu de Dios debe entonces intervenir para nuestra restauración. Tal era de hecho el estado de los corintios. Aún eran carnales. Que el Espíritu de Dios obre en vista de nuestra restauración porque somos carnales y pecamos, es una gracia maravillosa; pero Dios desea algo más de parte de los verdaderos cristianos. Desea que hayamos aprendido a considerarnos muertos al pecado que mora en nosotros. Entonces, el Espíritu de Dios puede presentarnos a Cristo sin trabas. Tal es la gran diferencia.

Este estado espiritual caracterizaba a los efesios y a los colosenses. Habían aprendido en conjunto a considerarse muertos al pecado, y así Dios podía presentarles a Cristo. Este es un motivo esencial por el que el Espíritu de Dios nos fue dado. Su misión también consiste evidentemente en combatir la carne en nosotros. Pero hemos recibido el Espíritu Santo, a fin de que él presente a nuestros corazones la gloriosa persona del Señor Jesús. El apóstol llama santos y fieles a los colosenses en su conjunto, porque estaban en un buen estado práctico.

Son santos y fieles hermanos. Los efesios no son llamados hermanos. Esta expresión muestra el poderoso efecto que ejerce en nuestra vida común como hermanos y hermanas en la fe el hecho de que hemos aprendido a considerarnos muertos al pecado. Si somos carnales, y nos mordemos y nos comemos unos a otros como los gálatas (Gálatas 5:15), existe el peligro de que, en una iglesia local, seamos prácticamente destruidos. Por eso es importante que todos, hermanos y hermanas, hayamos aprendido a considerarnos muertos al pecado. Si no se manifiesta envidia, egoísmo e irritación en la vida colectiva de los creyentes, el Espíritu de Dios puede revelar la grandeza y la gloria de nuestro Salvador.

Gracia y paz

Pablo desea a los colosenses la gracia y la paz. Tenemos necesidad de la gracia para nuestros pies a fin de que, teniendo en cuenta las influencias del mundo, encontremos el camino y seamos guardados en él. Pero en este agitado mundo, también necesitamos la paz para nuestros corazones. Dios quiere concedernos cada día ambas cosas.

 

Versículo 3: “Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…”.

Acción de gracias

En el versículo 3, Pablo comienza dando gracias y, a partir del versículo 9, ora por los colosenses. El orden es digno de observación. Primero enumera aquello por lo que puede dar gracias a Dios. Con frecuencia, hacemos resaltar en primer lugar lo negativo en nuestros hermanos y hermanas. Pero Dios no obra así. Siempre pone primero lo que es bueno en los creyentes. Vivimos en los últimos días, en los que hay tantas cosas que pesan en nuestros corazones. Hay muchas circunstancias humillantes, incluso entre los creyentes. Pero ¿prestamos aún atención a lo que Dios obra entre ellos? Pablo lo veía y podía dar gracias a Dios por ello.

 

Versículos 4 y 5: “…habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio…”.

Fe, amor, esperanza

No tenemos aquí la triada de la fe, el amor y la esperanza, como en muchos pasajes del Nuevo Testamento. En estos versículos se trata de dos comportamientos prácticos de los colosenses que él puede mencionar con agradecimiento: la fe y el amor, a causa de la esperanza. Primero tenían fe en el Señor Jesús, y segundo amor por todos los santos. Fundaban estos dos caracteres en la esperanza que les estaba guardada en los cielos.

La fe en Cristo Jesús

Por la fe, no hay que entender aquí la conversión, cuando, al creer, se asieron de la mano salvadora de Dios en Cristo. Pablo habla aquí de la relación de fe cotidiana con el Señor Jesús. Había oído hablar de sus vidas de fe práctica y podía dar gracias a Dios por eso. La cuestión se plantea para nosotros: ¿Es esto también verdadero para mí? ¿Conozco yo esta relación de fe práctica con el Señor? ¿He estado hoy una sola vez a solas en oración con el Señor Jesús? Muchos de entre nosotros están muy ocupados. No obstante, la relación de fe vivida con el Señor debería ser una realidad en nuestra vida.

El amor por todos los creyentes

Esta relación de fe con el Señor genera el amor por todos los santos, es decir por todos los creyentes sin excepción. Es el amor fraternal que se expresa para con todos. En esto, no debemos pensar en nuestros amigos entre los hermanos y hermanas. Todos los creyentes, simpáticos o no, están incluidos. Es falso pensar que el amor fraternal significa amar a los hermanos aunque sean difíciles de soportar. Eso no es el amor fraternal.

El amor fraternal discierne en mi hermano algo que también tiene todo su valor para mí. Si él ama al Señor Jesús, a quien yo también amo, nuestros corazones están en sintonía. Hace algunos años viajaba en un tren y leía mi Biblia. Una mano se puso de improviso sobre mi hombro. Un hombre estaba a mi lado y me preguntó: «¿Lee usted la Biblia?» Le respondí: «¿Conoce usted al Señor Jesús?» Entonces sus ojos brillaron. La chispa saltó y tuvimos una breve conversación acerca de la persona de nuestro Salvador. Hasta entonces nunca había conocido a este hombre, pero un lazo nos unía a ambos.

La asociación y el orden de estos dos elementos de la vida cristiana práctica son claros. De la comunión con el Señor Jesús fluye el amor por todos los creyentes. La primera es la relación vertical con mi Salvador, y la segunda, la relación horizontal con todos los creyentes. Juan nos presenta la misma verdad: “Nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:21).

La esperanza como fuente de la fuerza

En los colosenses, pues, vemos la fe en el Señor Jesús y el amor por los creyentes, a causa de la esperanza que les estaba guardada en los cielos. Sus miradas estaban dirigidas hacia arriba al cielo y sabían que llegaría el día en el que estarían totalmente unidos con Cristo en el cielo. Entonces, también estarían unidos a todos los creyentes. Esta esperanza viva en las relaciones cristianas ilimitadas en el cielo, operaba la comunión de fe práctica con el Señor y el amor por todos los santos.

Habían oído de la esperanza cristiana, no por un hombre, sino por la Palabra inspirada de Dios. En cuanto al porvenir celestial de los creyentes, no nos apoyamos en una leyenda o en nuestra imaginación, sino en la Palabra divinamente inspirada. La expresión aquí utilizada: “la palabra verdadera del evangelio”, está en contraste con la palabra de la ley. Pablo ya adelanta algo en contra de las ordenanzas y las tradiciones humanas, que principalmente emanaban del judaísmo y causaban problemas a los colosenses.

 

Versículo 6: “…que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad…”.

Fruto y crecimiento del Evangelio

Esta palabra verdadera del Evangelio se predica en todo el mundo. Se anuncia no solo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Además, esta predicación no produce muerte. Al contrario, lleva fruto y crece. La filosofía y las tradiciones humanas están en el lado opuesto al Evangelio. Estas solo pueden destruir. No tenemos, pues, ninguna necesidad de la filosofía ni de las tradiciones religiosas: solo nos hace falta la palabra verdadera del Evangelio, que produce en nosotros la vida cristiana práctica. El Evangelio posee un poder explosivo. Aquí no se trata tanto de los efectos históricos de su predicación; más bien se destaca el carácter del Evangelio.

Este efecto se ha manifestado en los colosenses desde el día en el que oyeron el mensaje y conocieron la gracia de Dios en verdad. Cuando consideramos estas dos palabras: la gracia y la verdad, pensamos en Juan 1:17: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley venía de Dios y fue dada a los hombres por Moisés para vida, pero su efecto fue la muerte. Romanos 7:10 nos muestra eso: “Hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte”. El mandamiento en sí mismo es santo, justo y bueno, porque vino de Dios. Aunque fue dado al hombre para vida, resultó ser para muerte, porque el pecado está en el hombre. La gracia y la verdad, en cambio, producen la vida. Sobre el terreno de la ley, Dios exige algo del hombre, pero sobre el terreno de la gracia, es Él quien da. La gracia de Dios pone al creyente sobre el terreno cristiano y lleva en él fruto para Dios.

Los colosenses habían conocido la gracia divina en verdad, es decir de la manera verdadera. Esto significa que la habían aplicado correctamente. También podemos hacer un mal uso de la gracia. Es un gran peligro, particularmente en nuestros días. Hay cristianos creyentes a quienes les oímos decir: «Porque ya no estamos más bajo la ley, sino sobre el terreno de la gracia, podemos obrar ligeramente en cuanto al pecado y al mundo». Judas, en su epístola, escribe a este respecto en el versículo 4: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”. He aquí el resultado de una falsa aplicación de la gracia de Dios, cuando creemos que podemos conducirnos ligeramente como cristianos porque estamos sobre el terreno de la gracia.

Los colosenses, al contrario, habían administrado bien la gracia de Dios. ¿Cómo comprender esto? Somos buenos administradores de la gracia de Dios, cuando gozamos de los dones que él nos hizo en Cristo y con Cristo, que nos regocijamos con acciones de gracias. Podemos hacerlo, por ejemplo, en el caso de la oración en la mesa, dando gracias no solo por los alimentos, sino también por los dones espirituales. Si nuestros corazones verdaderamente descansan en los dones de Dios, que nos hizo por Cristo, y encuentran su gozo, esto tendrá una influencia en nuestro comportamiento. Entonces vivimos en la gracia.

Este pensamiento se encuentra confirmado en Tito 2:11-15: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”. La gracia de Dios, que nos salvó y nos colmó tan ricamente en Cristo, nos enseña a vivir una vida cristiana agradable a Dios. La conciencia de la gracia experimentada produce en nosotros el deseo de discernir para nuestra vida práctica la voluntad del Señor y de someter nuestra vida a ella.

Entonces hemos conocido la gracia de Dios en verdad y la hemos administrado justamente. Vivir de esta manera en la gracia de Dios produce una verdadera felicidad.

 

Versículo 7: “…como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros…”.

Epafras, un don para los colosenses

Los colosenses habían recibido el mensaje —el Evangelio de la gracia— por medio de Epafras. Este hermano era un don del Señor glorificado a los creyentes en Colosas. Por él habían oído y aprendido las verdades cristianas, porque parece que Pablo jamás llegó a Colosas durante sus viajes.

En la época del cristianismo, el Señor glorificado dio dones a los hombres. Según Efesios 4:11-12, él constituyó apóstoles y profetas como dones fundamentales. Después vienen los dones permanentes: evangelistas, pastores, maestros. Estas son personas que el Señor dio a la Iglesia. El Señor Jesús dijo un día de los fariseos: “Son ciegos guías de ciegos” (Mateo 15:14). Pero los dones que el Señor dio a su Iglesia no son personas videntes guías de ciegos. Son personas videntes, guías de personas videntes. Porque recibimos el ministerio de los dones pudiendo nosotros mismos escudriñar en la Palabra de Dios si lo que se dice está de acuerdo con ella. Es lo que ya hacían los hombres de Berea. Pablo —un don dado por el Señor— fue a ellos. Les habló, y ellos “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).

Estos dones hacen dos cosas: hablan y oran. Cuando un hombre creyente es un don del Señor glorificado a los hombres, tiene como misión predicar o escribir, y orar. Es exactamente lo que hacía Epafras. Cuando estaba entre los colosenses, les había hablado y habían sido instruidos por él. Luego leemos respecto de él en el capítulo 4 versículo 12: “Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere”. Él había, pues, hablado a los colosenses y después había rogado encarecidamente por ellos en oraciones. Podía hablarles solo mientras estaba con ellos. Pero podía todavía orar cuando estaba ausente. Temo que con frecuencia los dones hablen mucho y oren poco. Es importante que esos dos elementos se encuentren en los siervos del Señor, de la misma manera que se nos muestran en Epafras.

También encontramos estas dos cosas en Pablo. En la epístola a los Efesios, leemos que primero habló a los efesios, y que después dobló sus rodillas y oró por ellos. Cuando surgió un problema en Jerusalén en relación con el servicio hacia las viudas y, como consecuencia, se escogieron diáconos para la administración de los dones materiales, los doce apóstoles dijeron: “Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra” (Hechos 6:4).

Epafras, un consiervo

Epafras es aquí llamado un consiervo, es decir que su vida estaba caracterizada por la obediencia. No solo era un siervo, sino un consiervo. Eso significa que andaba junto con los demás en la obediencia.

Deseo presentar este pensamiento con mucha insistencia. Con frecuencia encontramos a hermanos que están convencidos de ser los únicos que obedecen al Señor. A sus ojos, todos los demás obran con ligereza, incluso de manera mundana. Ellos solos serían los únicos fieles todavía. Elías también dijo: “Solo yo he quedado” (Romanos 11:3). Conocemos el resultado de tal actitud. Dios debió asignar el ministerio de Elías a otro profeta.

Epafras no era así. Como consiervo, había andado con otros en el camino de la obediencia. Además, en la Biblia casi nunca encontramos la mención de obreros con un sentido positivo. En la mayoría de los casos, esa palabra está empleada con sentido negativo. Por ejemplo, se habla de malos obreros. Pero cuando se trata de obreros en la obra del Señor en sentido positivo, casi siempre son colaboradores de obra.

Epafras, un ministro de Cristo para los colosenses

Además, Epafras era un ministro de Cristo para los colosenses. En su ministerio, tenía a Cristo ante sus ojos. Esto es importante cuando queremos servir de la manera que sea en la obra del Señor. Sobre todo debemos tener a Cristo ante nosotros. Si no lo hacemos, corremos el peligro de decir lo que agrada a los oyentes —lo que éstos desean oír —. Epafras siempre tenía al Señor ante sus ojos, pero era también un ministro para los colosenses. Conocía sus necesidades y los peligros que los acechaban. Se había identificado con ellos en sus problemas para advertirles, enseñarles y ayudarlos. Esto también es importante en cualquier ministerio. Estos dos puntos deben tenerse en cuenta en una justa sucesión. En la obra del Señor, primero debemos tener a Cristo y sus derechos ante nuestros ojos, pero, además, debemos ser capaces también de ponernos en el lugar de aquellos a quienes queremos servir. Entonces las cosas serán para gloria del Señor y para bien de los hombres. Bajo estos dos aspectos, Epafras era fiel.

 

Versículo 8: “…quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu”.

El amor en el Espíritu

Epafras hizo saber al apóstol el amor en el Espíritu de los colosenses. Aquí se trata nuevamente del amor ya mencionado hacia los creyentes. No era una simpatía humana, ni una emoción humana, sino el amor motivado y controlado por el Espíritu de Dios. Puede adoptar formas muy variadas. Cuando un hermano o una hermana emprenden un mal camino, el Espíritu de Dios nos conducirá a desaprobar ese camino y a apartarnos de él. He aquí el amor fraternal. He aquí el amor en el Espíritu. El amor por los creyentes también puede manifestarse de forma muy variada cuando es dirigido por el Espíritu de Dios. (Por cierto, este es el único pasaje que menciona al Espíritu de Dios en la epístola a los Colosenses).