Versículo 24: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia…”.
Los sufrimientos de Cristo por la Iglesia
El versículo 24 no es muy fácil de comprender. No significa que el apóstol Pablo completó los sufrimientos expiatorios del Señor Jesús en la cruz de Gólgota. Ahí, nuestro Salvador sufrió solo —y eso hasta el fin— por el pecado y por nuestros pecados. Antes de entrar en la muerte, pudo clamar: “Consumado es” (Juan 19:30). En cuanto a la redención de los pecadores, no hay nada que completar. Jesús, por su muerte, pagó todo a fin de que los hombres sean salvos.
¿Cómo, pues, hay que entender en nuestro versículo estas palabras: “lo que falta de las aflicciones de Cristo”? Cada vez que Dios revela una nueva verdad, Satanás se opone. Esta oposición implica sufrimientos para los siervos del Señor. Encontramos una confirmación de este pensamiento en el libro del Éxodo. Moisés recibe la misión de presentarse ante Faraón y decirle que debe dejar salir de Egipto al pueblo de Israel, a fin de que pueda adorar a Dios en el desierto (Éxodo 5:1), en la separación. Por medio de esta palabra, Dios revelaba una nueva verdad, a saber, la existencia de un pueblo separado llamado a servirlo. El resultado fue la oposición del enemigo contra Moisés en la persona de los magos. En ese sentido, conoció los sufrimientos de Cristo.
El Señor Jesús también conoció estos sufrimientos durante su vida. Cuando comunicaba nuevas verdades, hasta entonces desconocidas, la oposición del enemigo se manifestaba. Pero nuestro Salvador no reveló toda la verdad cristiana. En Juan 16:12-13, dice: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”. El Espíritu de Dios utilizó al apóstol Pablo como instrumento particular para comunicarnos toda la verdad cristiana. Pero este ministerio produjo sufrimientos para el apóstol, a causa de los ataques del enemigo precisamente contra estas verdades. De esta manera Pablo completaba las aflicciones de Cristo por su Iglesia.
Nosotros también conoceremos estos sufrimientos, aunque no en la misma medida que Pablo. Si hoy mantenemos firmemente la verdad cristiana en nuestra vida personal y en nuestra conducta colectiva, atraeremos la oposición del enemigo. Se opondrá a nosotros cuando deseemos reunirnos en iglesia según las enseñanzas de la Palabra de Dios. Y también en la predicación de esta verdad, estaremos expuestos a ataques excepcionales del enemigo. Es verdad que no tendremos que sufrir tanto como Pablo, quien completó las aflicciones de Cristo. Pero en una menor medida, también haremos tales experiencias.
Versículo 25: “de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente (“para que complete” según J. N. Darby) la palabra de Dios…”.
Pablo completa la Palabra de Dios
Como ministro de la Iglesia, el apóstol Pablo completó la palabra de Dios. Aquí se trata de tema tratado, y no de una cuestión de fecha. Después de que Pablo terminó de escribir sus epístolas, Juan, por ejemplo, aun más tarde, escribió otras partes de la Biblia. Pero Pablo fue el instrumento para presentar en su plenitud toda la verdad cristiana. Lo hizo particularmente en la epístola a los Efesios, en la que interviene como ministro de la Iglesia.
Efesios 3:6 declara en pocas palabras las riquezas de la fe cristiana o, dicho de otra manera, resume el contenido de esta epístola; la manera en que Dios puede condensar de forma breve y clara hechos tan maravillosos, es extraordinaria. Así describe el misterio: “… que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. Vamos a explicar brevemente estas tres verdades:
- Coherederos: El Señor Jesús es el heredero principal. Cuando venga con poder y gloria, dominará sobre el cielo y la tierra. Pero compartirá esta herencia con nosotros. Es lo que encontramos en Efesios 1:10-11.
- Del mismo cuerpo: Todos los que creen son miembros del cuerpo de Cristo. Forman ese cuerpo del que Cristo es la cabeza. Este hecho maravilloso nos es comunicado al final del primer capítulo de la epístola a los Efesios y desarrollado en el capítulo 2.
- Copartícipes de la promesa: Es la posesión de la vida eterna, que Dios prometió a los que creen.
Cuando recibimos la vida eterna, y el Espíritu Santo ha hecho su morada en nosotros, venimos a ser hijos de Dios. Encontramos este pensamiento en Efesios 1:4 y 5. Como hijos pertenecemos a la familia de Dios y gozamos del amor de nuestro Dios y Padre; también tenemos el discernimiento de los pensamientos de Dios.
Estas riquezas llenan nuestros corazones de felicidad, incluso si tenemos que sufrir predicando y viviendo estas maravillosas verdades.
Versículo 26: “… el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos…”.
El misterio: oculto en otro tiempo, pero ahora revelado
Durante el tiempo del Antiguo Testamento, este misterio no era conocido, puesto que no concernía a los creyentes de esa época. Abraham fue llamado amigo de Dios, pero no poseía la vida eterna en el sentido en que la poseemos nosotros. Tenía la vida dada de Dios, pero no tenía la vida en abundancia y no había sido introducido por nacimiento en la familia de Dios. Esto es verdad solamente de los creyentes del tiempo de la gracia. Por eso, de este tema no se hace ninguna mención en el Antiguo Testamento, aunque sea presentado a través de figuras elocuentes. Igualmente, no tenemos en el Antiguo Testamento ninguna revelación que concierna a la Iglesia de Dios. Pero tenemos preciosas figuras proféticas que hacen referencia a ella, por ejemplo Eva, o Rebeca, o la fiesta de las semanas. Los creyentes del Antiguo Testamento aún no podían discernir esas figuras. Solo a la luz del Nuevo Testamento las comprendemos. Este misterio estaba pues oculto. No obstante, ahora, en el tiempo de la gracia, ha sido revelado a los creyentes. Y porque este misterio concierne a todos los que creen en el período actual, Dios quiere que todos lo conozcan.
Versículo 27: “… a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria…”.
Cristo, la gloria de este misterio
Hemos visto que el misterio consiste en esto, que somos hijos de Dios, coherederos del Señor Jesús y miembros del cuerpo de Cristo. En el centro de estas riquezas se encuentra una persona: Jesucristo. Es el punto central y la gloria del misterio. Esta persona es ahora la sustancia de la vida de los creyentes y el gozo de ellos. Este es el sentido de la expresión: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Ahora está glorificado en el cielo —este es el tema de la epístola a los Colosenses— pero un día vivió en la tierra como el humilde Jesús y cumplió la obra de la redención. Así quiere llenar nuestros corazones de toda la gloria de su persona. En Filipenses 1:21, Pablo expresa claramente esta idea cuando escribe: “Para mí el vivir es Cristo”. Con eso quiere decir: Cristo es la sustancia de mi vida. Con respecto a personas que están llenas de cosas terrenales, también decimos: la montaña, la moto, las distracciones o incluso comer bien es la vida de ellos. Pero nosotros, los creyentes, decimos: nuestra vida (o nuestro vivir, como en el versículo) es Cristo. Él es la sustancia de nuestro vivir. ¿Lo es en realidad? No se trata de saber si es nuestro Salvador. Evidentemente es la primera condición. Pero, ¿es él también la sustancia de nuestra vida y la alegría de nuestro corazón? Tal es el significado de esta expresión: “Cristo en vosotros”.
Jesucristo también es la esperanza de la gloria. En el tiempo presente es el gozo de nuestros corazones, y en cuanto al futuro, el garante de que alcanzaremos la meta, la gloria del cielo. Porque él está ya en el cielo, nosotros también estaremos con él. Es una cosa maravillosa. Si, como motivo de mi vida, tengo algo que pertenece a este mundo, mi gozo conocerá un día su fin. Las cosas de este mundo envejecen y se estropean. Pero ¡Cristo jamás cambia! Incluso si nosotros envejecemos y nos vamos, el gozo en el Señor Jesús jamás se debilita. También permanece en este período de la vida la esperanza de la gloria futura. Volverá y nos tomará a sí mismo en la casa del Padre, donde gozaremos eternamente de nuestra verdadera felicidad.
Versículo 28: “… a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”.
Cristo: objeto principal de la predicación
Este versículo nos muestra el mensaje esencial de la predicación del apóstol Pablo. Presentó la verdad cristiana en toda su dimensión y en todos sus detalles. Pero el tema central de su predicación, es la persona del Señor Jesús. El versículo 18 nos dice de él: “para que en todo tenga la preeminencia”. Pablo pone esto en práctica en su ministerio dando en esto también la preeminencia a Cristo. Además, cada uno de nosotros —todos los hermanos y hermanas— tiene un servicio para Dios. El objeto principal de este servicio es también presentar a Cristo. Esto se aplica por ejemplo a las madres que crían hijos. Ellas tienen un servicio para con ellos. Esto incluye tareas generales de educación: deben por ejemplo velar para que se comporten convenientemente a la mesa, que saluden correctamente a los visitantes, etc. Pero su deber más importante es el de hablar a sus hijos del Señor.
El propósito del ministerio: Presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre
El ministerio de Pablo se dirige aquí a todos los que creen. Esto resalta de la triple mención que hace en este versículo de todo hombre. Mediante el ministerio de exhortación, desea llevarnos a rechazar todo lo que nos impide gozarnos en Cristo. Si encontramos nuestro gozo en las cosas mundanas, nuestro gozo en el Señor Jesús se debilitará. Es una experiencia que cada uno de nosotros ya hizo. Por eso siempre necesitamos ser exhortados. Mediante el ministerio de la enseñanza, somos instruidos en la verdad cristiana. En cada nueva ocasión, ella nos presenta ante todo la gloria de la persona del Señor Jesús. La finalidad de estas dos orientaciones del ministerio es presentarnos, a nosotros los creyentes, perfectos en Cristo Jesús. ¿Qué significa esto? Dios quiere que captemos la verdad cristiana con nuestro corazón. Y ya hemos comprendido que aquí se trata en primer lugar de la persona de nuestro Señor Jesús.
Pablo podía decir de Tito y Timoteo que habían recibido en sus corazones la verdad cristiana. Se expresa como sigue respecto de ellos: los llama a uno y otro “verdadero hijo”. Pablo no estaba casado y no tenía hijos según la carne. Sin embargo, tenía hijos en la fe, hijos espirituales. Tito y Timoteo habían oído a Pablo presentar las verdades cristianas —y sobre todo al Señor Jesús en su ministerio— y habían recibido esta enseñanza en sus corazones. Por eso los llama sus hijos. ¿Somos nosotros también hijos del apóstol Pablo como ellos? La primera pregunta que se impone a nosotros es: ¿Somos hijos de Dios? Si hemos confesado a Dios nuestros pecados y hemos creído en la obra redentora del Señor Jesús, somos hijos de Dios. Pero si nos apropiamos en nuestro corazón de las verdades cristianas que se exponen en las epístolas del apóstol Pablo, somos los hijos del ministerio del apóstol Pablo. Entonces él podría presentarnos, a usted y a mí, perfectos en Cristo Jesús. Si llevamos esta verdad en nuestro corazón y la retenemos sin tambalearnos, somos presentados perfectos en Cristo Jesús. Esto no quiere decir que hemos llegado a estar sin pecados, sino que encontramos nuestro gozo en el Señor Jesús, porque hemos comprendido nuestra posición cristiana. De esto se deriva una vida de fe cristiana auténtica.
Versículo 29: “… para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”.
Lucha en el ministerio
Para alcanzar en los creyentes este glorioso propósito de su ministerio, Pablo no retrocedía ante ninguna dificultad. Además, es una lucha presentar esta verdad, porque el enemigo se opone. Así que Pablo luchaba con energía, pero no con sus propias fuerzas. Conocía la fuente del poder en Dios, puesto que luchaba con la eficacia de Dios. Ella actuaba poderosamente en él. Es un consuelo para nosotros, que luchamos también por la verdad cristiana, que queremos mantener con firmeza la Palabra de Dios, su inspiración y la verdad de reunirnos como Iglesia, no tener que luchar con nuestro propio poder. Si tuviésemos que hacerlo de esta manera, no tendríamos aliento alguno.
Esta fuente de poder es de nuevo la persona del Señor Jesucristo. Cuando se habla en la epístola a los Efesios de poder e influencia, es Dios el Espíritu Santo al que se nos presenta. Pero en la epístola a los Colosenses, aprendemos a llevar a Cristo en nuestro corazón, a fin de que llegue a ser la sustancia de nuestra vida y nuestro gozo. Y esto también supone el poder, el poder divino para proseguir el camino con Él a través de todas las decepciones y de toda oposición, y mantener firmes con un corazón feliz la viva Palabra de Dios.