Esferas de la práctica cristiana
Los párrafos siguientes son totalmente prácticos. El hecho de que hemos muerto al mundo y al pecado, y que ahora somos personas celestiales, va a ser aplicado a la vida cristiana. Dios quiere que pongamos esto en práctica en la vida colectiva de los creyentes, en la vida de matrimonio y de familia, en la vida profesional y en la obra del Señor. Todas estas esferas de la vida son tratadas en los capítulos 3 y 4, a fin de que busquemos la voluntad del Señor y conformemos nuestra vida a ellas. Los pensamientos de nuestro Señor en el cielo en cuanto a la vida cristiana práctica deben llenar nuestros corazones y dejar su huella en nuestra vida. De esta manera honramos a Dios. Entonces, algo de Dios mismo será visible en nuestra vida. Así, lo que el apóstol puede presentar en Efesios 5:1 será verdad: “Sed, pues, imitadores de Dios”. Esto constituye el sentido de nuestra vida: mostrar algo de Dios en nuestra vida de cada día.
El apóstol siempre es muy sistemático en sus enseñanzas, y también lo es en la epístola a los Colosenses. Así nos enumera estas diferentes esferas de la vida:
- La esfera de los creyentes (v. 12-17);
- la esfera de la familia (v. 18-21):
- las relaciones recíprocas entre marido y mujer (v. 18-19);
- las relaciones recíprocas entre padres e hijos (v. 20-21);
- la esfera profesional (3:22-4:1).
La vida colectiva de los creyentes (3:12-17)
Estos versículos nos dan instrucciones sobre la vida práctica colectiva de los creyentes. El versículo 15 lo muestra de una manera particularmente explícita: “A la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo”. Aquí tenemos el solo cuerpo, el conjunto de los rescatados. La relación entre hermanos y hermanas en la fe ocupa gran parte de nuestra vida: Seguimos un mismo camino de fe, nos encontramos, nos visitamos, etc. El autor de la epístola a los Hebreos nos exhorta: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (10:25). Algunas veces aplicamos este versículo solamente a las reuniones de iglesia. Pero el autor de la epístola a los Hebreos da a entender que los creyentes debemos encontrarnos también de otra manera, visitándonos unos a otros. Sabemos por experiencia que esto puede provocar problemas. Hace falta sabiduría y gracia, para andar juntos en el camino en paz. Pero encontramos en estos versículos mucha ayuda para la marcha colectiva, para los encuentros como creyentes y para reunirnos como iglesia.
El siguiente gran principio cristiano se presenta aquí: Hemos llegado a ser algo por gracia para que vivamos en consecuencia. Ser cristiano no significa hacer algo para llegar a ser algo. Este es un principio legalista.
El apóstol empieza por lo que nos ha sido dado, lo que es verdad de todo cristiano, lo que hemos recibido de Dios por gracia: ¡Somos escogidos de Dios, santos y amados!
Versículo 12: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”.
Escogidos de Dios
Somos escogidos de Dios. Se trata de la elección cristiana, que es desarrollada en Efesios 1:3-5. Ahí vemos que los creyentes de la época cristiana gozan de un privilegio muy particular. Desde Adán hasta el final del reino de mil años, hay creyentes. Pero los creyentes de la época actual han recibido algo que los otros creyentes no han conocido ni poseído: Participamos de la naturaleza de Dios, somos engendrados de Dios, somos hijos de Dios. Esto es verdad de cada uno que confesó sus pecados a Dios y que creyó en el nombre y en la obra del Señor Jesús. Es nacido de nuevo y recibió la vida eterna. Aquí se nos recuerda que somos escogidos de Dios. Tenemos derecho de pensar que somos engendrados de Dios e hijos de Dios. Nuestra conducta debe corresponder a esta elevada gracia. El comportamiento se mide con nuestra posición en Cristo. Esta es elevada, perfecta y maravillosa.
Santos
También somos santos. Esto nuevamente es cierto de todos los que creen en el Señor Jesús. En la cristiandad se habla de San Pablo, de San Pedro. No vemos eso en la Biblia. No encontramos más que a una sola persona que es llamada “santo” en singular: el Señor Jesucristo. Ya antes de su nacimiento, fue anunciado como “el Santo Ser que nacerá” (Lucas 1:35). Pero en la Biblia ni los apóstoles ni ningún otro creyente son jamás designados individualmente con el nombre de «santo». En cambio los creyentes son llamados en plural “santos”. ¿Qué significa esto? Todos los creyentes están apartados para Dios. Lo encontramos simbólicamente en el Antiguo Testamento con Ezequías, que restableció los sacrificios según las ordenanzas de Dios. Presentó animales como sacrificios (2 Crónicas 29:31, 33). Los animales ofrecidos (literalmente como “cosas santificadas” en el versículo 33, V.M.) eran escogidos para Dios y puestos aparte. Estaban consagrados a Dios. Esta bella imagen nos recuerda que todos los creyentes son reservados, apartados para Dios. Jamás debemos olvidar que pertenecemos a Dios y que le somos muy preciosos.
Amados
De lo que precede, se deriva que somos amados de Dios. Esto también concierne a todos los creyentes. Son amados de Dios. El sol del amor divino resplandece cada día sobre nosotros. Quizás no lo notemos siempre tan intensivamente, pero es así.
Decimos a veces: Hoy brilla el sol, o bien: hoy no brilla. Pero no es verdad. El sol brilla siempre, pero con frecuencia hay nubes que se interponen entre nosotros y el sol. La tierra, de por sí no puede proporcionar luz ni calor. Puede dar solo lo que producen la luz y el calor del sol, por ejemplo: la niebla. Cuando la niebla sube de la tierra, no notamos más los rayos del sol, aunque el sol continúa brillando por encima de la niebla.
Este ejemplo pone en claro el gozo del amor de Dios. El sol del amor de Dios brilla día a día sobre nosotros. Pero desgraciadamente hay nubes que se infiltran a veces entre nosotros y el amor de Dios. Tal es el caso, cuando ocurre algo en nuestra vida que no puede agradar a Dios. No sentimos más con la misma intensidad el calor y la luz del amor de Dios. Pongamos entonces las cosas en orden, a fin de volver a encontrar un pleno gozo del amor permanente de Dios.
Así, cada mañana podemos recordar que:
- Hemos sido escogidos por Dios para una posición elevada, espiritual;
- hemos sido apartados para Dios, somos propiedad suya;
- siempre somos amados de Dios.
Conscientes de esta posición cristiana, podemos realizar lo que el apóstol nos dice a continuación.
De entrañable misericordia
La vida colectiva de los creyentes debe estar caracterizada por entrañable misericordia. Esta exhortación nos lleva a pensar en la misericordia manifestada de manera perfecta por Jesucristo. Como hombre en la tierra, mostró “entrañable misericordia”, y eso hacia gente que se encontraba en el desamparo, aunque era el resultado de sus propias faltas. Vemos esto en Lucas 10, donde se hace mención de un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó. Era un camino de su propia elección, camino descendente. Este hombre fue atacado por ladrones, que lo dejaron medio muerto. El sacerdote y el levita, los representantes de la ley, no podían, no querían y no tenían derecho de ayudarle. Pasaron de largo. Vino entonces ese samaritano, que es una figura del Señor Jesús. Se acercó a él y le ayudó, aunque él fuese el responsable de su propia miseria.
Esto también puede sobrevenir en la vida colectiva de los creyentes. Puede suceder que uno de nuestros hermanos o hermanas esté en un camino descendente. Se encuentra así, por su propia culpa, en una situación difícil. Entonces decimos con ligereza: Él es responsable de esto, pues se ha metido en un camino de propia voluntad; pasamos de largo y así nos comportamos como el sacerdote y el levita. Pero el Señor no obraría así.
Por eso espera de nosotros entrañable misericordia para con nuestros hermanos y hermanas que enfrentan dificultades particulares, ya sean merecidas o no.
La benignidad
Aquel que obra con “benignidad” (o bondad) desea transmitir algo bueno. Si no somos buenos, esperamos o exigimos algo del otro. Desgraciadamente, a veces tenemos una actitud de espera para con nuestros hermanos y hermanas en la fe. Entonces siempre nos decepcionamos porque depositamos nuestra confianza en los hombres. Cuando, como cristianos, no buscamos nada sino que deseamos dar y mostrar benignidad, entonces nuestro corazón es feliz.
La benignidad también está llena de tacto. Supone en los demás el bien, buenos motivos. Algunas veces estamos en peligro de juzgar los motivos de los demás. Pero esto no nos incumbe. Debemos presuponer buenos motivos, mientras no tengamos la convicción de lo contrario mediante una actitud o una palabra correspondiente —dolorosa experiencia—. Pero hasta entonces, debemos suponer la bondad en los demás.
La humildad
No se debe discurrir sobre la humildad, debemos tenerla. Aquí no se trata de hacerse el humilde, sino de ser humilde. Hacerse el humilde sirve la mayoría de las veces para disimular el orgullo. Encontramos un ejemplo en Mateo 20:20: “Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo”. Esta madre viene así al Señor Jesús y se echa humildemente a sus pies. “Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda” (v. 21). Esto nos muestra que tomamos la iniciativa siempre que se trata de nosotros mismos, y que lo hacemos con mayor fuerza cuando se trata de nuestros hijos. Esta mujer hace aquí un gesto de humildad, a fin de esconder su orgullo. Su egoísmo pide el lugar más eminente para sus dos hijos. Tal actitud no convenía de ninguna manera a la humilde actitud del Señor Jesús y era además una afrenta a los demás discípulos.
Cerca de nuestro Señor aprendemos, no a hacernos los humildes, sino a ser humildes. En Mateo 11:29, él dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. A veces debemos humillarnos, y a veces somos humillados. Pero el Señor jamás debió humillarse. Era humilde de corazón. Si queremos aprender la humildad, debemos permanecer cerca de él.
Tal humildad se manifiesta cuando somos atacados injustamente. Mientras todo el mundo es agradable con nosotros y nos dirige palabras amables, es fácil adoptar una actitud humilde. Pero si somos atacados, si somos reprendidos, hace falta una verdadera humildad para no responder.
Es lo que encontramos en 1 Pedro 2:21-23: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. No es fácil seguir este ejemplo, y poner los pies en sus huellas.
El Señor siempre era ultrajado sin razón y no respondía. Quedamos perplejos al ver de qué manera el Señor se comportó cuando fue arrestado por los hombres. “Él callaba” (Marcos 14:61). “Mas Jesús ni aun con eso respondió” (15:5). Esto ya había sido anunciado de antemano en Isaías 53:7: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”.
Tal es la verdadera humildad. ¡Vemos que todavía nos queda mucho por aprender de nuestro Señor y Salvador!
La mansedumbre
La mansedumbre es a menudo entendida como una debilidad. Pero la verdadera mansedumbre en realidad es una fuerza espiritual. La mansedumbre se vuelve hacia Dios y hacia nuestro prójimo. Es muy importante que tengamos mansedumbre en nuestro corazón, cuando la Palabra de Dios nos es presentada. Lo contrario de la mansedumbre aquí es una actitud de rechazo hacia Dios. Por eso Santiago nos exhorta a “recibir con mansedumbre la palabra implantada” (Santiago 1:21).
Guardémonos de escuchar la predicación de la Palabra de Dios con una resistencia interior, antes bien estemos listos a recibirla con mansedumbre como proviniendo de Dios. Luego, la mansedumbre se vuelve también hacia nuestros hermanos, evitando ser bruscos con ellos. La humildad no se escandaliza, y la mansedumbre no escandaliza.
La paciencia
Seamos pacientes los unos para con los otros. Aprendemos la paciencia estando cerca de Dios mismo. Pedro escribe en 1 Pedro 3:20: “… esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé”. Dios no trajo el diluvio sobre la tierra precipitadamente, porque es paciente. Está escrito en 2 Pedro 3:9 que Dios todavía es paciente hoy en cuanto al juicio. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Podemos pues aprender la paciencia de Dios mismo. Así, los hermanos de mayor edad deben tener paciencia para con los hermanos más jóvenes. Deben acordarse de cómo eran ellos cuando tenían veinte años. También es importante que los más jóvenes sean pacientes para con los de mayor edad, los que hemos adoptado muchas costumbres que no siempre son agradables a los más jóvenes. Esto también significa poder esperarnos unos a otros. Pero la paciencia no significa asumir compromisos con el mal. Si el mal surge entre los creyentes, debe ser juzgado. Sin embargo, la paciencia y la mansedumbre se requieren, ante todo, en los casos conflictivos.