Versículo 13: “… soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.
Soportar y perdonar
El apóstol ahora menciona dos dificultades que pueden surgir en la vida colectiva de los creyentes: la debilidad y el pecado. Si hay debilidad, somos exhortados a soportarnos unos a otros, y si se manifiesta pecado, debemos perdonarnos unos a otros.
Debilidades
¿Qué es la debilidad? La debilidad no es un pecado. Se manifiesta de manera diferente en las
personas. Unas son prudentes en exceso, otras son ansiosas. Unas son ligeras, otras son lentas. Esto puede probarnos. Si alguien es muy ligero, quizás no podamos seguir el ritmo. No obstante, debemos soportarlo.
Además, hay mentalidades de familia. Esto tampoco es un pecado, sino una debilidad. También hay mentalidades nacionales. E incluso existen grandes diferencias en el interior de un país. No podemos cambiar estas mentalidades diferentes. Por eso debemos soportar a nuestros hermanos y a nuestras hermanas en la fe con sus debilidades. Pero estas son a menudo una oportunidad para el pecado. Para aquel que, por naturaleza, es ligero, a veces el pecado aparece pronto. Está escrito al respecto en los Proverbios: “En las muchas palabras no falta pecado” (10:19). Aquel que se apresura a hablar, también es propenso a pecar por sus palabras.
Pecados
Cuando el pecado aparece en la vida colectiva de los creyentes, debemos estar preparados para perdonarlo. Para que el perdón logre su objetivo, es evidentemente necesario que haya un reconocimiento de la falta y una confesión. Pero a veces eso no ocurre tan rápidamente, y a menudo se requieren años. Por ejemplo, cuando alguien propaga la calumnia contra nosotros y no lo reconoce; sin embargo, podemos tener en nuestro corazón una actitud de perdón y dejar el asunto a Dios. Mientras conservemos en nuestro corazón algo contra este hermano, no seremos felices. Incluso si el asunto aún no puede ser puesto en orden, tenemos la posibilidad de encomendarlo a Dios (1 Pedro 2:23).
La fuerza para una actitud de perdón, la encontramos en Jesucristo. Pensemos en todo lo que nos perdonó. Una vez dijo esta parábola: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda” (Mateo 18:23-30). El Señor pone en evidencia la mala conducta de este siervo. Pero nosotros, ¿no hacemos a veces lo mismo? No queremos perdonar a un hermano o a una hermana, mientras que Cristo nos perdonó mucho más cuando vinimos a él con todos nuestros pecados. Si miramos la deuda que el Señor nos perdonó, también tendremos la fuerza de perdonarnos unos a otros.
Versículo 14: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”.
El amor
Las cualidades o los comportamientos mencionados más arriba ya fueron comparados con flores separadas que el amor juntó en un ramo. También podemos decir que el conjunto está recubierto de oro por el amor de Dios. Todo debe estar reunido por una estrecha relación de amor con Dios, en tanto nos mantengamos bajo los rayos del amor de Dios y obremos por amor a Dios y al Señor Jesús. Si no, todo es solo amabilidad humana. También entre los incrédulos hay gente dulce y paciente. Pero aquí no se trata de eso. Esas personas bien educadas y amables no están recubiertas de oro por el amor de Dios. Pero aquí se nos muestra lo que la gracia de Dios puede producir en aquel que, por un lado, se mantiene en el amor de Dios y que, por otro, se comporta por amor a Dios como Él lo desea.
Versículo 15: “Y reine en vuestros corazones la paz de Cristo, a la cual también sois llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”, (V.M.).
La paz de Cristo
Es la paz que Jesucristo llevó en su corazón todos los días de su vida en la tierra. Atravesó las más difíciles circunstancias con una paz profunda en el corazón. Él quiere también darnos esta paz (Juan 14:27). La paz de Cristo debe reinar en nuestros corazones. ¿Qué significa esta declaración? Cuando tenemos que tomar decisiones, deberíamos esperar hasta que hayamos encontrado tranquilidad delante del Señor. ¡Qué peligroso es tomar decisiones de manera apresurada o emotiva, lo que desgraciadamente a veces nos sucede, y esto a menudo a costa de fatales consecuencias! Mientras que si, con calma delante del Señor, llegamos a la convicción de poder tomar una decisión, la paz de Cristo reina en nosotros.
Llamados en un solo cuerpo
La segunda parte del versículo nos recuerda que los creyentes pertenecemos a un solo cuerpo. Todos los que creen en el Señor Jesús —por más complicados y difíciles que seamos algunas veces— forman un todo. Si Pablo menciona aquí el solo cuerpo, él no piensa en nuestra posición, sino en el efecto de esta verdad en nuestra vida.
Sed agradecidos
Finalmente, somos exhortados a ser agradecidos. Según el contexto, de nuevo podemos tomar esta exhortación en relación con la vida colectiva de los creyentes.
¿Somos agradecidos por los hermanos con los cuales nos reunimos alrededor del Señor Jesús? ¿Somos agradecidos por el hecho de que hemos sido puestos juntos, mayores y jóvenes?
Tenemos tanta más necesidad de esta exhortación al agradecimiento si consideramos que la ingratitud es una señal de los “postreros días” en los cuales vivimos hoy (2 Timoteo 3:2).
Versículos 16-17: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.
Lo que debe caracterizar nuestra vida colectiva
Tres cosas importantes nos son presentadas en el versículo 16, que pueden caracterizar la vida colectiva de los creyentes:
- La Palabra de Dios,
- los cánticos espirituales,
- la oración.
Aquí se trata no solo de las reuniones de los creyentes en el nombre del Señor Jesús, sino también de las demás ocasiones en las que nos encontramos juntos.
La Palabra de Cristo
Para que la Palabra de Cristo pueda ser útil y de bendición entre los creyentes, hace falta que primeramente more en nosotros, es decir que ella llene nuestros corazones. En la epístola de Santiago encontramos un versículo que a menudo es mal comprendido: “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (3:1). Este versículo es generalmente mal aplicado a los hermanos que tienen un don para exponer la Palabra de Dios. Pero Santiago piensa en todos nosotros, que somos tan propensos a asumir el papel de enseñadores. Es pues necesario que dejemos primero a la Palabra de Dios obrar en nuestros propios corazones y conciencias. Después, según cómo el Señor nos haya hecho capaces, podremos enseñarnos y exhortarnos unos a otros.
¿Cómo hacerlo? Con toda sabiduría. Existe el peligro de que nos falte sabiduría en la enseñanza y en la exhortación, por ejemplo, golpeándonos con versículos bíblicos. Hace falta un espíritu impregnado de humildad y de mansedumbre para presentar la Palabra con precisión. Es agradable cuando, en el momento de una reunión de hermanos en la fe, se lee un pasaje de la Biblia antes de despedirse. No hace falta un extenso comentario. Sobre todo si hay niños, lo sabio es ser breves.
Los cánticos espirituales
Los cánticos espirituales constituyen el segundo elemento en la vida colectiva de los creyentes. Cantamos juntos, por lo que, no se trata primeramente de cantar bien. Es evidente que debemos empeñarnos en cantar bien y afinado. Pero lo que importa es que se haga de corazón. Esto está indicado por la expresión: “Cantando en vuestros corazones al Señor”. El cántico en común no debe limitarse a las reuniones de la iglesia. ¡Aprovechemos cada ocasión!
La acción de gracias
La oración tiene igualmente un lugar importante en la vida colectiva de los creyentes. De nuevo, no se trata solamente de la reunión de oración. Cada vez que nos encontramos, podemos orar y dar gracias. La oración, ¿no es una señal distintiva esencial de un redimido? (Hechos 9:11). Al final del versículo 17 se dice: “por medio de él”. ¿De quién se trata? De nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual damos gracias a Dios.
Doctrina, cántico y oración tienen su fundamento en la Palabra de Dios.
Por eso tienen su lugar en las reuniones de la iglesia. Quizás los más jóvenes ya se hayan hecho la pregunta: ¿Por qué empezamos generalmente con un cántico, por qué oramos, por qué leemos la Palabra de Dios en las reuniones? Aquí encontramos el principio de esto.
Demos a estos tres elementos todo su valor en nuestra vida colectiva, a fin de que como creyentes podamos seguir juntos con gozo el camino para gloria de nuestro Señor y para testimonio a los hombres.
Aún una observación respecto al versículo 17: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”. En todas nuestras ocupaciones, podemos preguntarle: «¿Qué harías tú, cómo lo harías, y cuándo lo harías?». Entonces obramos en su nombre. Podemos hacer todas las cosas con nuestro Señor Jesucristo, en la medida en que lo introducimos a Él en todas las cosas. ¿Deseamos obedecerle, tratando de vivir como él vivió?