El reino de su amado Hijo
- Versículo 9: El verdadero estado interior del creyente.
- Versículo 10: El carácter del andar y de las obras del creyente.
- Versículo 11: La fuente de la fortaleza para tal andar y para tales obras.
- Versículo 12: Como creyentes, somos introducidos en la esfera de la casa del Padre.
- Versículo 13: Como creyentes, somos trasladados a la esfera del reino del Señor Jesús.
- Versículo 14: De dónde veníamos y qué Dios hizo para introducirnos en la esfera de la casa del Padre y en la del reino. Este versículo es un resumen de la epístola a los Romanos.
Además, los versículos 9-11 tienen un alcance general e incluso para todos los aspectos de la vida de la fe. Estos nos muestran la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo un creyente puede discernir la voluntad de Dios? Es una pregunta actual, sobre todo para los jóvenes creyentes. Algunos quisieran cerrar los ojos, abrir su Biblia, y poner su dedo sobre un pasaje y encontrar la respuesta de Dios. ¡Pero no es tan simple!
Versículo 9: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual…”.
La oración del apóstol por los colosenses
El apóstol trata cada uno de esos temas con mucho cuidado y uno tras otro. Pero es necesario discernir el orden de las enseñanzas del Espíritu de Dios en estos versículos que no son tan simples. Pablo ha dado gracias por los colosenses, ahora pide por ellos. Había oído de la relación práctica de fe de los colosenses en el Señor Jesús y del amor de ellos por todos los santos (v. 4). Teniendo como base esta información, pide ahora por ellos, que sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios.
No pide que reciban una pequeña idea de la voluntad de Dios. No, desea que sean llenos de la voluntad de Dios. De igual manera, tampoco nosotros debemos tener solo una vaga impresión de lo que Dios desea, sino que nuestros corazones deberían ser llenos. Hay un peligroso obstáculo al discernimiento de la voluntad de Dios. En el capítulo 2, versículo 18, está escrito: “afectando humildad” (“haciendo su propia voluntad” según J. N. Darby). En esto reside la dificultad por la cual los creyentes a menudo no pueden discernir la voluntad de Dios: tienen un deseo y quieren verlo cumplirse absolutamente. Entonces oran a Dios para que acceda a la voluntad de ellos. A veces, también accede, pero al precio de serias consecuencias. Lo sabemos por los hijos de Israel en el desierto, cuando codiciaron: “Él les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos” (Salmo 106:15).
La primera condición para poder discernir la voluntad de Dios, es el juicio de la voluntad propia.
Sabiduría e inteligencia espiritual
Para poder discernir la voluntad de Dios, dos cualidades son necesarias: la sabiduría y la inteligencia espiritual. ¿Qué significan estas dos expresiones? Se relacionan con el estado práctico de nuestra alma.
La sabiduría enseña a discernir la voluntad de Dios en su Palabra y a encontrar en ella su gozo. Encontramos la voluntad de Dios para nosotros, con nosotros y por medio de nosotros:
— Dios tenía una voluntad para nosotros, los creyentes, ya antes de la fundación del mundo. Esta comprende, por un lado, las bendiciones de la casa del Padre. Su consejo era hacer de nosotros sus hijos. En Efesios 1:5, está escrito que era según el puro afecto de su voluntad, es decir que miraba el plan que Él había concebido y se regocijaba de ello.
Por otro lado, también tenía una voluntad para nosotros, en relación con el reino. Cristo es el verdadero heredero y nosotros debemos ser herederos con él. También en este consejo Dios encuentra su gozo, porque en Efesios 1:9, está escrito que nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad “según su beneplácito”, con vista al reino.
— Su voluntad con nosotros, significa que él opera la obra del nuevo nacimiento en los hombres que se convierten, y les da la vida nueva.
— No obstante, también hay una voluntad por medio de nosotros. Desea que llevemos fruto en nuestras vidas para él.
Para poder discernir esta voluntad bajo sus tres aspectos, el estado de nuestra alma debe estar caracterizado por la sabiduría. Esta última es el deseo de discernir en la Biblia la voluntad de Dios y de encontrar en ella nuestro gozo. Si comprendemos que Dios encuentra su gozo en esta voluntad, nosotros también lo encontraremos. Entonces, no obedeceremos a disgusto la voluntad de Dios diciendo: Dios ordena esto y debo desgraciadamente someterme. No, intentaremos discernir la voluntad de Dios y alegrarnos. Es una gran ayuda para conformar nuestra vida en ella.
Pero, además hace falta que en nuestra alma se encuentre la inteligencia espiritual. Podemos definir esta así: Recibir de Dios la gracia y también la capacidad de introducir y aplicar correctamente la Palabra de Dios a las circunstancias. En efecto, puede ocurrir que la apliquemos erróneamente en nuestra vida. Ciertos creyentes trabajan 14 o 15 horas al día y no tienen más tiempo para ocuparse de los intereses del Señor. Si abordamos este tema con ellos, conocen muy bien un versículo de los Proverbios: “Ve a la hormiga, oh perezoso” (6:6). Simplemente lo aplican mal.
Pero algunas veces encuentro también creyentes que son algo perezosos. ¿Sabéis qué versículo conocen muy bien? Citan el Salmo 127:2: “Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño”. Si un perezoso utiliza para sí mismo este versículo, de ninguna manera es discernimiento espiritual.
Así pues, no se trata solamente de conocer bien la Palabra de Dios, sino también de aplicar justamente su voluntad a las circunstancias. Esto implica muchos ejercicios y no va muy aprisa. Se necesita orar con toda seriedad a fin de aplicar la Palabra de Dios correctamente en relación con la situación en cuestión, en nuestra vida personal, en nuestras familias y en la iglesia local.
Versículo 10: “…para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios…”.
Un andar digno
Si poseemos la sabiduría y el discernimiento espiritual, seremos capaces de andar como es digno del Señor. Tal vida da al creyente una dignidad particular. A veces encontramos creyentes sencillos. No tienen ninguna instrucción superior, pero su andar está caracterizado por la dignidad espiritual. Esta se adquiere cuando encontramos el gozo en la voluntad de Dios y lo aplicamos con humildad a nuestras propias circunstancias.
“Agradándole en todo”. El motivo conductor de nuestra vida debe ser agradar a nuestro Señor. ¿Es esta nuestra divisa? ¿A quién deseamos agradar: a nosotros mismos, a los hombres o a nuestro Salvador? Es una importante pregunta. Pablo dice: “Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).
Las buenas obras
Así, en el versículo 10, primero tenemos el carácter del andar del cristiano, a saber vivir aquí, en la tierra, como es digno del Señor glorificado, y segundo, el carácter de las obras cristianas. No se trata de hacer algunas buenas obras, sino toda buena obra. Tres pasajes nos muestran una progresión a ese respecto:
- En 2 Timoteo 2:21, encontramos en primer lugar la condición práctica para estar dispuesto para toda buena obra: “Si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra”. El primer paso para estar dispuesto para buenas obras, es separarse de aquellos que no viven para honor del Señor.
- “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17). Este es el segundo paso: leer la Biblia y meditarla. Estar ocupado en la Palabra de Dios nos hace estar enteramente preparado para toda buena obra.
- El tercer paso se encuentra aquí en el versículo 10. Si tenemos el deseo de agradar al Señor Jesús por medio de nuestro andar práctico, llevaremos fruto en toda buena obra.
Fruto y crecimiento
¿Qué significa llevar fruto y crecer en toda buena obra? Es no manifestar ninguna obra muerta. Antes de nuestra conversión, nuestras obras eran obras muertas (Hebreos 6:1). Pero aquí se ponen de manifiesto obras vivas. Si hay fruto producido y crecimiento, esto da testimonio de la vida. Es el primer pensamiento.
Encontramos a menudo las obras y los frutos mencionados juntos en la Biblia. Las obras, es lo que ve la gente, lo que es útil para el entorno, para los demás. En cambio, el fruto lo llevamos para Dios. Él ve las motivaciones de nuestros actos y discierne el fruto que se produce para él. En Romanos 7:4, leemos: “a fin de que llevemos fruto para Dios”. Así, el fruto aparece ante los ojos de Dios, y las obras son útiles a los hombres. Si las motivaciones de nuestras obras son correctas, ellas son también fecundas para Dios.
El conocimiento de Dios
Hay correlación entre la voluntad de Dios, el conocimiento de la voluntad de Dios y el conocimiento de Dios mismo. Así, el conocimiento de la voluntad de Dios conduce al conocimiento de Dios mismo. Dios es soberano en sus hechos, en su voluntad, lo que significa que no tiene que dar ninguna cuenta a nadie por lo que él determina o hace. En su soberanía, tampoco tiene que darnos cuenta a nosotros, los hombres. No obstante, nunca actúa de forma arbitraria. Siempre actúa conforme a los caracteres de lo que él es. Dios es luz y amor. Si, pues, deseamos de todo nuestro corazón conocer y hacer la voluntad de Dios, aprendemos a conocerlo tal como él es: luz y amor. De eso habla Pablo en lo que sigue: El versículo 12 muestra que Dios es luz, y el versículo 13, que Dios es amor. La voluntad de Dios —si verdaderamente la realizamos— nos conduce al conocimiento de él mismo.
Versículo 11: “…fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad, con gozo…”.
La fuente de nuestra fortaleza
Conocer la voluntad de Dios y comprender el carácter del andar y de las obras, es un aspecto. Pero también necesitamos fortaleza para andar según la voluntad de Dios como es digno del Señor y para producir obras que lleven fruto y que crezcan. Por eso está escrito en el versículo 11: “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria”.
Lutero tradujo: «según su glorioso poder». En realidad, el apóstol no presenta aquí el glorioso poder de Dios, sino que se trata de la potencia de su gloria. Así la visión del Señor glorificado en el cielo nos da la fuerza necesaria. Estamos rodeados por un mundo opuesto a Dios, sus influencias nos apremian con fuerza. Entonces debemos velar para no abrir nuestros oídos a las ideas del mundo, sino para hacer la voluntad de Dios. De esto resulta que nuestro camino con frecuencia es solitario. Hacemos reír a los demás, pareciendo gente extraña, y eso no nos gusta. Entonces corremos el peligro de empezar a dudar, y nos preguntamos: ¿Es justo mi camino? En tales momentos podemos mirar al cielo. Vemos, en el centro del poder, a Aquel que nos mostró el camino. Esta visión fortalece mi fe. Si hago lo que mi Señor Jesucristo desea de mí, comprendo entonces por un lado que mi Maestro es menospreciado aquí abajo. Pero, por otra parte, sé que aquel que me manda eso, ahora está coronado de gloria y de honra ante Dios. Eso me da fuerza.
Paciencia y longanimidad, con gozo
Del Señor en el cielo, la potencia de su gloria fluye en la práctica de nuestra vida como cristianos. Esta potencia nos da paciencia en las circunstancias. A menudo pensamos que el andar cristiano y las obras cristianas se manifiestan mediante eventos importantes que llaman la atención. Pero con frecuencia Dios desea que manifestemos nuestra paciencia en circunstancias difíciles. Las situaciones de la vida en las cuales Dios nos permite pasar son a menudo penosas. Pero el poder de lo alto está ahí, para que perseveremos. Nada testifica del poder de Dios como la paciencia de un creyente en las circunstancias difíciles, y eso en una actitud espiritual. Solo el Señor tiene poder para producir en nuestra vida perseverancia con paciencia y gozo en las situaciones de desamparo, en las circunstancias penosas y monótonas.
Versículos 12 y 13: “…dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo…”.
La esfera de la casa del Padre
Ahora se nos revelan las dos maravillosas esferas en las que somos “trasladados”. El versículo 12 habla de la casa del Padre y el versículo 13 del reino del Hijo. Se nos confiere la gracia de conocer estas dos esferas.
Cuando se dice: “Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz”, nuestra relación de hijos es evocada. En Efesios 1:4-5, se nos explica que era el propósito de Dios, en el tiempo de la gracia, hacer de los creyentes sus hijos. De esta manera hemos sido introducidos en una maravillosa relación con el Padre.
Después se habla de “la herencia de los santos”. Los creyentes de este período de la gracia tienen una parte en la casa del Padre. Es una morada de luz. Cuando el Señor Jesús venga para el arrebatamiento, nos introducirá en esa esfera escondida de la casa del Padre, en el reposo eterno en la luz. Ahí, se despliega el amor divino en la luz divina. La esperanza de la gloria es nuestro maravilloso porvenir: el Señor Jesús vendrá para arrebatar a los suyos y para llevarnos a la intimidad de la casa del Padre. De esta manera todos tenemos parte en esa herencia de los santos en luz.
Participar de su reino
Además, Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo. Es el otro aspecto del porvenir cristiano. En Efesios 1:9-11, encontramos un pensamiento paralelo con referencia a la creación. En el versículo 10 se nos revela que el Señor Jesús está establecido sobre los cielos creados y sobre la tierra. He aquí su herencia. En el versículo 11, se afirma que compartirá esta herencia con nosotros.
Dos aspectos de nuestro porvenir
Cuando discernimos que hay dos aspectos de nuestro porvenir como cristianos, comprendemos mejor muchos pasajes de la Biblia que nos hablan de este porvenir. Seremos introducidos en dos esferas distintas. La primera esfera es la intimidad de la casa del Padre. Ahí, estamos en casa. La otra esfera es pública, visible: en el momento de la aparición en gloria del Señor Jesús para establecer su reino. Es la esfera de la actividad pública. Pedro, Juan y Pablo tenían estas dos esferas a la vista. En reiteradas ocasiones nos presentan, por una parte la venida del Señor para el arrebatamiento, cuando seamos conducidos a casa, en la casa del Padre. Por otra parte, recibiremos en el futuro con el Señor una función en la administración del universo.
En su oración en Efesios 1, Pablo habla también de estas dos esferas. En el versículo 18, dice: “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado”. Tal es la esfera de la casa del Padre, nuestro llamamiento y nuestro destino como cristianos. Sigue: “y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”. Es la esfera del reino en la creación. La primera parte corresponde a Colosenses 1:12, la segunda a Colosenses 1:13.
El gozo presente de los bienes venideros
No solo en el porvenir estas dos verdades llegarán a ser realidad, cuando entremos con cuerpos glorificados en la casa del Padre, y aparezcamos después con Cristo en gloria, a fin de que él pueda entrar con nosotros en posesión de su herencia en el universo. Podemos, por la fe, gozar desde ahora de las bendiciones futuras. Es el pensamiento de Pablo cuando escribe: “dando gracias al Padre”. Ya sobre la tierra, tenemos comunión con nuestro Padre celestial. Como hijos podemos decirle todo, y encontrar nuestro interés en lo que ocupa el corazón del Padre. Así nos movemos ya ahora, en espíritu, por fe, en la esfera de la casa del Padre. Con nuestros pies, todavía no estamos efectivamente allí, pero con nuestro corazón, ya podemos estar allí.
El reino mismo tiene ya para nosotros también un significado en el tiempo presente. Las epístolas de Pedro nos ayudan al respecto, porque el reino es para él un tema importante. Cuando se expresa sobre el porvenir de los creyentes, piensa, casi siempre, en el reino venidero. El día del Señor comienza cuando aparezcamos con el Señor Jesús en gloria en el reino. Nacerá como “Sol de justicia”, y en sus alas traerá salvación, como lo dice Malaquías 4:2. Pero ¿qué entiende Pedro, cuando escribe en 2 Pedro 1:19: “hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”? Quiere decir con eso que las cosas futuras del reino ya son ahora una realidad en nuestros corazones y en nuestra vida. ¿Cómo hay que comprender esto?
Cuando el Señor venga en gloria, será Señor sobre todos los hombres de toda la tierra. La Palabra de Dios me lo asegura y puedo anticipar por la fe en mi corazón ese derecho de dominación, en el hecho de que lo reconozco ahora como Señor sobre mi vida. De esta manera, anticipo, por así decirlo, el reino. En la vida personal, en la familia y en la iglesia local, ya podemos hoy inclinarnos por la fe bajo la autoridad del Señor. Así, el porvenir del reino ejerce ahora un efecto espiritual sobre nosotros.
Librados de la potestad de las tinieblas
Hemos sido librados de la potestad de las tinieblas. Inconversos, estábamos en el mundo que es dirigido por Satanás. Él es el príncipe y el dios de este mundo. Pero por nuestra conversión, hemos sido arrancados de esta esfera de dominación del diablo.
Encontramos también la expresión: la potestad de las tinieblas en Lucas 22:52-53, en el momento del arresto del Señor Jesús; es un pasaje que nos conmueve. En ese momento, los soldados se acercan a Jesús con espadas y palos. Su corazón está turbado. Había atravesado esta tierra, había mostrado a los hombres solo amor, gracia y misericordia, y ellos respondieron con el odio y el arresto. ¡Qué herida para su corazón! “Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”.
El Señor Jesús entró en «la hora del hombre» y en la potestad de las tinieblas, es decir de Satanás. Mi Salvador —lo digo con adoración— entró en la potestad de las tinieblas, a fin de librarme de la potestad de las tinieblas. ¡Maravilloso Salvador, que estuvo dispuesto a encontrar a Satanás en el Gólgota! Solo él podía hacerlo. Encontró la potestad de las tinieblas y la venció. Por medio de la muerte, destruyó al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y libró a todos los que creen en él.
Trasladados al reino de su amado Hijo
Sin embargo, no solamente hemos sido librados de la potestad de las tinieblas, sino también trasladados al reino de su amado Hijo. Por el poder divino, hemos sido arrancados de la potestad del enemigo e introducidos en la esfera de la autoridad del Señor. De nuevo estamos bajo un amo, pero un amo lleno de bondad. En la parábola de Mateo 25, el hombre que había recibido apenas un talento, dijo a su amo: “Señor, te conocía que eres hombre duro” (v. 24). Sin embargo, esta respuesta demuestra que no lo conocía. Pero si, en nuestra vida, en nuestra familia, en la iglesia local, nos hemos puesto bajo la autoridad del Señor Jesús, entonces decimos mirando hacia atrás: Hemos “gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:3). Sí, ejerce su autoridad sobre nosotros con bondad y gracia.
Nuestro Señor, que reina sobre nosotros en su reino, es al mismo tiempo el Hijo amado del Padre. Aquí encontramos el lazo entre el reino y la casa del Padre. Hemos distinguido estas dos esferas: el llamamiento y la herencia. Pero existe un lazo. El Señor, que domina en la creación, es al mismo tiempo el Hijo amado del Padre; y esto evoca la atmósfera de la casa del Padre. Encontramos también este lazo en el primer capítulo de la segunda epístola de Pedro. El apóstol recuerda cómo estuvo con el Señor en el monte santo. Ahí vio cómo el Señor Jesús vendrá con poder y gloria. Habla, no obstante, de la presencia de Dios, de la nube, de donde vino la voz dirigida al Hijo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (v. 17). Así, resulta claro que el Señor del reino es al mismo tiempo el Hijo amado del Padre.
Versículo 14: “…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
Redención y perdón
Para que Dios pudiese introducirnos en estas dos maravillosas esferas, era necesario que nos redimiese y nos perdonase nuestros pecados. No solamente hemos vivido bajo el poder de Satanás, sino que éramos también esclavos del pecado. Como tales, teníamos necesidad de redención.
Pero también hemos pecado, y esto ocasiona el juicio divino. Nadie puede escapar de esta condena. Dios es santo. Debe castigar cada pecado por separado: mis malos pensamientos, mis malas palabras, mis malas acciones y mis caminos perversos. Pero me mostró una salida en el sacrificio del Señor Jesús en el Gólgota. Por medio de la fe en él, sé que llevó el castigo de mis pecados. Ya Isaías había dicho: “El castigo de nuestra paz fue sobre él” (53:5). Hemos recibido el perdón porque creímos en Aquel que fue nuestro sustituto bajo el juicio. “Perdón” significa que no recibimos ningún castigo.
Estoy profundamente emocionado al pensar que Aquel que obtuvo la redención para mí en el Gólgota y por quien he recibido el perdón de mis pecados en virtud de su muerte expiatoria, es también el amado Hijo del Padre. Dios, el Padre, en verdad no escatimó la vida de su propio Hijo, su unigénito, sino que lo entregó por todos nosotros. ¡Qué profundo, divino amor!