Cristo en nosotros, la esperanza de gloria /7

Colosenses 2:1-7

Andar en Cristo

Introducción

Para hacer frente al peligro particular al que los colosenses estaban expuestos, el apóstol les había presentado toda la grandeza y la gloria de la persona del Señor Jesús, la perfección de su obra de redención en Gólgota y las maravillosas consecuencias para los creyentes y para toda la creación.

Si reflexionamos en esto, no podremos

  • jamás apreciar suficientemente la persona del Señor Jesús;
  • jamás estimar suficientemente el valor de su sangre, es decir el don de su vida;
  • jamás evaluar suficientemente las consecuencias de esta obra de redención para los creyentes y para toda la creación.

 

Versículo 1: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro”.

La lucha del apóstol

En los 12 primeros versículos del capítulo 2, vemos cómo el apóstol aborda el problema de los colosenses. Comienza por exponerles, no solo a ellos sino también a los de Laodicea y a todos los que no lo conocen personalmente, la gran lucha que sostiene. El capítulo 10 de la 2ª epístola a los Corintios nos describe qué clase de lucha sostenía este siervo fiel. Si deseamos luchar por el Señor, es importante tener ante nuestros ojos el ejemplo de este hombre fiel.

Dice en los versículos 3 a 5: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esta era la manera de luchar de Pablo. Sus armas no eran carnales, es decir que no había cedido al pecado que habitaba en él para luchar contra el error de manera errónea. No, sus armas eran divinas y poderosas para la destrucción de las fortalezas del enemigo. De esta gran lucha él se refiere aquí en Colosenses 2:1. Para eso, utiliza los dos medios de lucha ya mencionados: por un lado, enseña a los colosenses con esta epístola, y por el otro, ora por ellos. De esta manera lucha por ellos, aunque todavía jamás los haya visto, puesto que la iglesia en Colosas no fue formada por el ministerio del apóstol Pablo. Probablemente el Señor se sirvió de Epafras para ello.

 

Versículo 2: “para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo…”.

El consuelo mediante la enseñanza

Los colosenses debían ser consolados en sus corazones mediante el ministerio del apóstol. ¿De qué manera? Mediante una buena enseñanza, su fe recibía un fundamento sólido. Eso les daba certidumbre y consolación. Pensamos a veces que, en las circunstancias difíciles, encontraremos consolación acordándonos de la fidelidad y de la gracia de Dios. Es también una gran consolación saber que él está con nosotros a través de las aguas y del fuego (Isaías 43:2). Pero no debemos olvidar que una enseñanza clara también consuela nuestros corazones. Un día que, en cierto lugar, alguien se quejaba de que se recibía muy poca consolación en la presentación de la Palabra, un hermano de edad dijo: «Ahí donde yo recibo la mayor consolación, es cuando se presenta la pura doctrina de la Palabra de Dios». Aquí también es el primer pensamiento: los creyentes son consolados en el hecho de que reciben seguridad en cuanto a su fe.

Unidos en amor

El ministerio para con los colosenses tenía un segundo propósito: unirlos en amor. En esto hay un aspecto local y un aspecto universal. Esto significa pues que los hermanos y hermanas de la iglesia en Colosas recorren juntos el camino de la fe. Pero en el versículo 1, también se nombra a la iglesia de Laodicea. La enseñanza une igualmente a los hermanos y hermanas en la fe más allá de los límites de su localidad, de manera que pueden seguir juntos el camino de la fe en amor.

Unidos en amor no significa unidos en la frialdad o en la crítica. La reunión en la iglesia es un lugar de santidad, pero también un lugar de amor, donde los hermanos pueden encontrar un lugar de reposo. Esta unidad viva —local y universal— es lo contrario de lo que el enemigo busca. Este dispersa el rebaño. La enseñanza sobre el fundamento de la verdad cristiana une a los creyentes.

Madurez espiritual

Y cuando la doctrina se presenta puramente, somos conducidos en tercer lugar al pleno entendimiento, es decir a la plena madurez espiritual. Esto concierne a nuestro corazón. Mediante una buena enseñanza, adquirimos una convicción de corazón por la verdad cristiana. Es lo que busca el apóstol en su ministerio para con todos los creyentes, mediante escritos inspirados. Debemos alcanzar el “pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios”. Este misterio de Dios es el misterio de Cristo, es decir la verdad que concierne a Cristo y a su Iglesia. El apóstol también luchaba en su ministerio para llevar a todos los creyentes al conocimiento de este misterio del cual la maravillosa persona de nuestro Señor Jesucristo es el centro.

 

Versículo 3: “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”.

El misterio en quien están escondidos todos los tesoros

En este misterio de Dios, de quien Cristo es el centro, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Este gran tesoro nos es plenamente suficiente. No necesitamos otra cosa para el reposo y el gozo de nuestros corazones. Con esta declaración, el apóstol adelanta la influencia de los seductores que quieren persuadir a los creyentes de que necesitan algo más que Cristo para su felicidad.

Si conocemos la verdad cristiana y hemos alcanzado una plena madurez en cuanto a haberla recibido en nuestro corazón, y si somos consolidados en esta verdad, y reconocemos finalmente que Cristo es el centro de esta verdad, entonces tenemos todo lo que necesitamos para nuestra felicidad, porque nuestro corazón está lleno de Cristo.

 

Versículo 4: “Esto lo digo, para que nadie os engañe con palabras especiosas” (V.M.).

La mejor salvaguardia contra el engaño

Hasta ahora, el apóstol presentó en esta epístola al Señor Jesús y el misterio de Dios del cual Cristo es el centro. Su deseo era que el corazón de los colosenses se llenara de esta gloriosa persona. Es la mejor protección contra el engaño, porque entonces no queda lugar para otra cosa. Tal es la enseñanza cristiana. No se trata de poner a los creyentes bajo un principio legal, sino de presentar a Cristo y de llenar los corazones de él. Las palabras especiosas muestran que los engañadores engañan porque sus palabras son bellas y cautivadoras. Pero con sus palabras especiosas, desvían a los creyentes de Cristo.

Pablo no habla así. Escribe a los corintios: “Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5). Tal era la manera en que Pablo servía, y ahora, advierte contra los que iban de un lado a otro con discursos engañadores. ¿Quién es un engañador? Es aquel que se presenta de tal manera que la primera impresión de los oyentes es que ha sido enviado por Dios. Pero en realidad, viene de abajo, y quiere desviar de Dios a la audiencia.

 

Versículo 5: “Porque aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo”.

El estado exterior de los colosenses

Antes de abordar el peligro del engaño, Pablo dice algunas palabras sobre el estado exterior de los colosenses. Es como si ya dudara de llamar al mal por su nombre. En la iglesia de Colosas había buen orden, a diferencia de la de Corinto, donde reinaba el desorden en las reuniones. Así, podía alabar su condición exterior, como también la firmeza de su fe. Su comportamiento estaba caracterizado por la dependencia y la confianza en Cristo.

En cuanto a la vida personal y colectiva, siempre hay dos historias, la exterior y la interior. Encontramos lo mismo en el libro del profeta Isaías. En realidad, este se divide en dos libros. En los primeros 36 capítulos, se nos muestra la historia exterior del pueblo de Israel. Los capítulos 37 a 39 son un paréntesis referidos a Ezequías. Desde el capítulo 40 hasta el final, se nos muestra la historia interior del pueblo, la historia del corazón. Así, el apóstol podía alabar a los colosenses en cuanto a su andar aparente. Pero debía exhortarlos a causa de su estado interior.

 

Versículo 6: “De la manera, pues, que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él” (V.M.).

Cristo Jesús, nuestro Señor

Puesto que el apóstol había descubierto en los colosenses los primeros síntomas de un alejamiento interior de Cristo, les recuerda cómo el fiel siervo Epafras les había presentado al Señor Jesús. Les hace notar que habían dejado entrar al Señor en sus vidas. El orden de los nombres de nuestro Señor aquí mencionados es relevante. Cristo es su nombre como Aquel que está glorificado en el cielo. Él comienza así: recibisteis a Cristo, y por eso adquirió un profundo gozo espiritual. El nombre Cristo expresa pues el gozo y la sustancia de nuestra vida. Después dice: recibisteis a Jesús. Jesús es el hombre humillado que recorrió esta tierra. Como tal, es nuestro modelo perfecto. Para terminar Pablo menciona: recibisteis al Señor. Esto significa que es nuestro Amo y que deseamos obedecerle. Así lo poseemos como nuestro gozo, nuestro modelo y como nuestro benigno Señor (1 Pedro 2:3) a quien deseamos obedecer.

A veces pensamos que es difícil obedecer al Señor. Acordémonos entonces del orden en el que sus nombres se mencionan aquí. ¿No es mucho más fácil obedecerle si nuestros corazones están llenos de la grandeza de su persona? En la parábola de los talentos, el esclavo dice: “Señor, te conocía que eres hombre duro” (Mateo 25:24). Ahora bien, expresándose así este manifiesta que efectivamente no lo conocía y que tampoco le pertenecía. Sin embargo, nosotros los creyentes, que hemos experimentado la benignidad del Señor en nuestras vidas, queremos obedecerle de corazón.

Andad en él

He aquí una expresión particular. No se dice: andad para él. Es lo que hacemos cuando lo servimos. Tampoco se dice: andad por él. Esto significaría avanzar con su fuerza. Andar en él significa seguir una vida que esté en una comunión personal, íntima y escondida con él. Es el estado interior, la relación escondida con el Señor Jesús. Es imposible mantener firme la verdad de Dios sin una relación de fe práctica. Es un punto en el cual el apóstol Pablo pone continuamente el dedo. Tomemos un ejemplo. En 2 Timoteo 1:13, está escrito: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús”. Esta forma de las sanas palabras es la verdad cristiana. Por eso, Pablo exhorta a Timoteo a retener firmemente la doctrina cristiana, porque se la querían quitar. Pero Pablo añade que debía retenerla en la fe y amor. Esto describe una actitud interior necesaria. Cuando una relación de fe viva, escondida, con el Señor falta, retener firmemente la verdad se convierte en una simple ortodoxia, una pura pretensión. Pero si está fundada en una relación de fe íntima con el Señor, él puede bendecirla.

 

Versículo 7: “arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias”.

Arraigados, sobreedificados y confirmados

El apóstol compara ahora la vida de la fe, por un lado, con una planta, y por el otro, con un edificio. La planta tiene raíces, y el edificio fundamentos. Arraigados en él significa que tenemos nuestro origen en el Señor Jesús. Sobreedificados en él significa que él es nuestro fundamento.

“Confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados”, recuerda de nuevo la verdad cristiana que ha sido anunciada a los colosenses. Está escrito en Romanos 10:17: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Cuando leemos este versículo, probablemente pensamos en la predicación del Evangelio. También está incluida, pero es un principio valedero para toda la verdad cristiana. Ahí también la fe viene por el oír. La predicación viene por los dones dados a los hombres por el Señor. Es importante que estos dones puedan ejercer su ministerio bajo la libre acción del Espíritu. El enemigo de Dios desearía asfixiar y neutralizar estos dones, atacándolos y haciéndolos caer; o bien provocar situaciones en las que la dirección del Espíritu se vea estorbada, y así los dones no podrían ejercerse. En la cristiandad, la libre acción del Espíritu de Dios en las reuniones muy a menudo ha sido reemplazada por la liturgia y la organización. Esto limita los dones que el Señor glorificado dio a su Iglesia. No debemos, pues, sorprendernos de que los creyentes conozcan poco las maravillosas verdades de la fe cristiana.

Para que todos, incluidos los más jóvenes, seamos confirmados en la fe, se necesita que la verdad cristiana sea predicada y enseñada siempre de nuevo. ¡Seamos agradecidos al Señor de que podemos aún apropiarnos de la doctrina cristiana! Está dicho aquí de manera tan bella: “abundando en acciones de gracias”. No abundando en críticas de esta verdad cristiana, sino abundando en acciones de gracias. Esto también es una salvaguardia contra los ataques del enemigo, porque dar gracias nos preserva de titubear. Demos gracias al Señor por el privilegio de haber oído la Palabra de Dios mediante una buena enseñanza. Esto es una gracia muy grande.