Cristo en nosotros, la esperanza de gloria /10

Colosenses 2:16-23

Versículos 16-17: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo”.

Las ordenanzas de la ley hablan de Cristo

En los versículos 16 y 17, Pablo habla una vez más de las tradiciones de los hombres: ordenanzas concernientes a la alimentación, a los días de fiesta, luna nueva o días de reposo, tal como las conocía el judaísmo. Es verdad que bajo la economía de la ley, Dios dio instrucciones al pueblo de Israel. Pero los judíos añadieron ordenanzas humanas que iban más allá de la ley. Resultó de ello unas exigencias humanas que la Escritura llama aquí mandamientos de hombres (v. 22). Estos exigían que se abstuvieran de algunos alimentos y que se respetaran particularmente ciertos días y fiestas. Estas son tradiciones religiosas.

El apóstol no afirma que estas tradiciones no tengan cierto fundamento en el Antiguo Testamento. Pero dice que las ordenanzas en el Antiguo Testamento no son más que sombras, una referencia al “cuerpo” (Cristo). Todas estas ordenanzas, estas sombras, prefiguran a nuestro maravilloso Salvador, su persona y su obra, y al conjunto de verdades relacionadas. Ellas son sombras, “pero el cuerpo es de Cristo”. La epístola a los Hebreos nos enseña eso. Se nos muestra que esas ordenanzas que Dios dio a Israel, en el tiempo de la gracia no son sino una ilustración de las verdades cristianas. Los sacrificios de animales, por ejemplo, cesaron. En el terreno del cristianismo, llevamos a Dios sacrificios espirituales de alabanza y de acciones de gracias. No obstante, estos sacrificios de animales son figuras del maravilloso sacrificio de nuestro Señor Jesucristo y de su muerte. Son sombras de los bienes venideros, “pero el cuerpo es de Cristo”. Solo Cristo es verdaderamente «sustancia» para nosotros. Apreciamos estas sombras y leemos con gozo las evocaciones de Cristo en el Antiguo Testamento. Pero su persona y su obra en Gólgota son la sustancia de nuestra vida como cristianos.

 

Versículo 18: “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal”.

La adoración pertenece solo a Dios

Los versículos 16 y 17 nos mostraron las tradiciones de los hombres. En el versículo 18 se trata de la filosofía. No podemos disociar enteramente estos dos males, que se confunden parcialmente. Aquí se mencionan en el orden inverso al del versículo 8.

El apóstol Pablo no quiere que a los creyentes se nos prive de nuestro premio al abrir nuestro corazón a la filosofía. Aquel que invoca a los ángeles en humildad, no cumple la voluntad de Dios, sino que hace la suya propia. Rinde a la criatura un honor que no le pertenece. La adoración es debida solo a Dios (Apocalipsis 22:9). Adorar a los ángeles parece ser un acto de humildad, pero cuando un hombre adora a una criatura en vez de adorar al Creador, ello no es otra cosa que una manifestación de orgullo, puesto que los dos son una criatura.

Por otra parte, el hombre, mediante la filosofía, osa entremeterse en lo que no ha visto. Solo Dios puede hacernos conocer quién es él, lo que es el hombre y cuál es el sentido de la vida. Elaborar sobre esto un sistema de pensamientos filosóficos, es intentar entremeterse en cosas en las que no nos corresponde inquirir. Con eso nos haríamos nuestras propias ideas de Dios, del Señor Jesús y de nosotros mismos.

Finalmente se menciona que tales personas están “vanamente hinchadas” (o llenas de orgullo). Manifiestan un comportamiento pretencioso.

 

Versículo 19: “y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”.

La Cabeza y el cuerpo

El apóstol presenta en la epístola a los Colosenses dos aspectos de la cabeza:

  • Cristo como cabeza de toda la creación (2:10; Efesios 1:10),
  • Cristo como cabeza del cuerpo, la Iglesia (2:19).

La expresión todo el cuerpo muestra claramente que Cristo se presenta aquí de forma particular como la Cabeza del cuerpo. El cuerpo habla pues de los creyentes, que están unidos entre sí y con Cristo, la Cabeza. La iniciativa para todo el cuerpo proviene de la Cabeza. Ella es la fuente de todo lo que es positivo en nuestra vida.

Cristo emplea diversos medios para el bien de su Iglesia. De eso hablan las coyunturas y ligamentos. Están al servicio de la Cabeza. Reaccionan a sus impulsos y hacen que los miembros se comporten según la Cabeza (= “nutriéndose”). Pero también unen y estabilizan a los miembros (= “uniéndose”).

No solamente somos los beneficiarios de estas bendiciones que proceden de la Cabeza hacia los miembros, sino que también somos los instrumentos, a fin de que esta bendición produzca efectos prác-ticos.

Todos nosotros, hermanos y hermanas, cada uno en su lugar, podemos alentarnos unos a otros por diversos medios y ser canales mediante los cuales la bendición se vierta desde la Cabeza hacia los miembros.

Cristo quiere producir crecimiento espiritual en aquel que la vida divina se manifieste para gloria de Dios. Es llamado crecimiento que da Dios, porque él quiere hacer que siempre se vea algo más de Dios en usted y en mí.

La filosofía se opone a Cristo y a la Iglesia

En el versículo 18, los pensamientos filosóficos de los hombres están en absoluto contraste con nuestra Cabeza, con Cristo.

En la medida que recibimos esos pensamientos erróneos en nuestra vida y en nuestro corazón, perdemos de vista a Cristo. No nos asimos firmemente de la Cabeza, y sufrimos una gran pérdida. Con estas malas influencias, Jesucristo desaparece cada vez más de los pensamientos de nuestro corazón, y nos alejamos de la fuente que quisiera producir todo en nuestra vida para gloria de Dios. Entonces, no podríamos recibir nada más ni transmitir a otros las bendiciones que vienen de la Cabeza. ¡Esto sería una pérdida para toda la Iglesia!

 

Versículos 20-23: “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”.

Muertos con Cristo

Desde el capítulo 2, versículo 20 hasta el capítulo 3, versículo 4, el apóstol establece firmemente dos realidades:

  • hemos muerto con Cristo (2:20);
  • hemos sido resucitados con Cristo (3:1).

Hemos, pues, muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo. Esto significa que tenemos la capacidad y el poder de considerarnos muertos en cuanto a las influencias del mundo. Este hecho se hizo realidad después de nuestra conversión. En ese momento hemos muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo. El efecto práctico de ello sobre nuestra vida es que no nos sometemos más a las ordenanzas religiosas, y no le damos más cabida a la filosofía. Cuando Pablo escribe: “No manejes, ni gustes, ni aun toques”, trata una vez más las prescripciones humanas concernientes a la alimentación. No encontramos, en la Palabra de Dios, prohibiciones para los cristianos en cuanto a la alimentación, salvo lo que es ahogado y la sangre (Hechos 15:20). El apóstol dice tres cosas respecto a estas ordenanzas humanas:

  • La alimentación está destinada a ser destruida con el uso. Por eso no tiene ninguna influencia sobre nuestra vida espiritual.
  • Se da a estas prescripciones sobre la alimentación cierta reputación de sabiduría, cuando pensamos poder alcanzar por ellas una posición cristiana más elevada, renunciando a la alimentación o respetando días de ayuno. Es lo que encontramos sobre todo en el ascetismo. Este está en total contradicción con la Biblia y no proviene de Dios, sino de abajo. No podemos elevar nuestra posición cristiana, puesto que ya tenemos la posición más elevada: ante Dios, estamos en Cristo. Que sea bueno para nuestro cuerpo, por motivos de salud, evitar ciertos alimentos como por ejemplo setas venenosas, o bien demasiada grasa, es incuestionable. Pero eso no tiene ninguna influencia sobre nuestra posición cristiana y no tenemos ningún provecho espiritual con eso.
  • Con la expresión: “pero no tienen valor alguno” (en cuanto a lo que toca al cuerpo), el apóstol indica que, con esas prescripciones alimentarias, rehusamos al cuerpo lo que le pertenece. Existe también entre los cristianos el peligro de imponerse durante las comidas ciertas restricciones, aunque el Dios creador nos deje total libertad.

En resumen, está comprobado que la observación de prescripciones humanas sirve a los apetitos de la carne. Esto concierne a nuestra gloria personal, no a Dios.