Cristo en nosotros, la esperanza de gloria /4

Colosenses 1:15-18

Para que en todo Cristo tenga la preeminencia

Introducción: Jesucristo – Dios eterno y verdaderamente hombre

¿Quién es Jesucristo? Es el Dios eterno y un verdadero hombre en una sola persona. Esto sobrepasa nuestra comprensión, pero no podemos disociar estos dos hechos. Las Santas Escrituras insisten a veces en el lado divino de nuestro Salvador, otras, en su lado humano.

En Marcos 4 se nos relata que Jesús cruzó el lago en una barca con sus discípulos y se quedó dormido sobre un cabezal. Es verdaderamente hombre y tiene necesidad de sueño. Enseguida, se levanta y, como el Dios eterno, reprende al viento y a las olas: “Calla, enmudece”. Y se hizo grande bonanza.

Estos dos aspectos de su persona van ahora a acompañarnos, mientras consideramos los versículos 15 a 18, en los cuales el apóstol Pablo alinea una tras otra las glorias de nuestro Señor Jesucristo. Quiere que sepamos que Su gloriosa persona se ha vuelto por la fe la sustancia de nuestra vida.

Cristo: el amado Hijo del Padre

En el versículo 13, el apóstol comienza enseguida por la gloria más alta: Jesucristo es el amado Hijo del Padre. Es su eterna cualidad de Hijo. De eternidad a eternidad, es el amado Hijo del Padre. En la eternidad antes del tiempo, en el tiempo —si se puede expresar así— y en la eternidad después del tiempo, un torrente de amor se vierte del corazón del Padre hacia el Hijo. Esto aparece claramente en Juan 17:24, donde el Señor Jesús, aún en la tierra, le dice al Padre: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo”.

Esta importante verdad que concierne a su persona es el fundamento de la Iglesia de Dios. Como Hijo de Dios, está en una eterna relación de amor con el Padre, fundamento sobre el cual edifica su Iglesia. Pedro dice en Mateo 16:16: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Así expresa la verdad de la eterna cualidad de Hijo, bajo otra forma, del Señor Jesús, pero da a entender lo mismo que Pablo escribe aquí. Y Jesús le responde: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Así que la Iglesia esta fundada en la roca que es Jesucristo, el eterno Hijo de Dios.

 

Versículo 15: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”.

Cristo, la imagen del Dios invisible

Dios, quien es desde la eternidad, se propuso hacerse conocer. Es algo maravilloso, porque Dios habita en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Ningún hombre puede verlo. Pero quiso mostrarse a los humanos, no porque tuviera necesidad. Dios no tiene necesidad de nosotros, los hombres, para ser feliz. En la pasada eternidad, la Deidad era totalmente feliz en sí misma. Esto se desprende de manera bella del título que le es dado en el versículo 15: “el bienaventurado y solo Soberano”. Dios es así en sí mismo perfectamente bienaventurado y no tiene necesidad de nadie para su felicidad. No obstante, él se propuso revelarse a sus criaturas. Y el Señor Jesús es la imagen del Dios invisible. ¡Qué inmensa gracia para nosotros! ¿Somos conscientes de este favor, que Dios no haya permanecido oculto, sino que se haya revelado a nosotros en su Hijo?

Dios siempre se manifiesta en su Hijo. Es así como se dio a conocer por el Hijo en la creación del cielo y de la tierra (Colosenses 1:16). Cuando se manifestaba a los hombres en el Antiguo Testamento, también se mostraba a ellos en el Hijo. Encontramos repetidas veces que el Ángel de Jehová apareció a creyentes del Antiguo Testamento. Era el Hijo de Dios que se les aparecía en forma angélica como imagen del Dios invisible. Pero sobre todo en la humillación, al hacerse hombre, fue la imagen del Dios invisible. Este niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre, era el Hijo eterno que revelaba a Dios. También en el futuro, Cristo glorificado manifestará a Dios ante los hombres. Es lo que ya fue proclamado cuando Jesús subió al monte con tres de sus discípulos, donde su vestido se volvió blanco y resplandeciente (Lucas 9:28-29). Ahí le vieron apareciendo en gloria, tal y como será visto un día al principio del milenio. Entonces manifestará a Dios en gloria. Él siempre es la imagen del Dios invisible.

Cristo, el primogénito de toda creación

Cuando el Señor Jesús entró en la creación por su nacimiento como hombre, llegó a ser el primogénito de toda creación. Jamás es llamado una criatura, sin embargo fue verdadero hombre, concebido por Dios el Espíritu Santo, pero nacido de mujer. Por su entrada en la creación que él mismo había creado, es presentado como el primogénito de toda creación.

¿Qué quiere decir la Biblia con esta expresión, “primogénito”? Tiene dos sentidos. Por un lado se puede pensar en un orden temporal. Alguien es entonces el primero en el tiempo. De esta manera es Jesús también llamado en el momento de su nacimiento. En Lucas 2:7, está escrito que María “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”. En el tiempo, el Señor Jesús es así el primer hijo de María. Ella tuvo otros hijos después. “Primogénito” puede pues significar cronología. En el Antiguo Testamento, encontramos a menudo esta expresión con ese sentido.

Por otro lado, la palabra “primogénito” también expresa jerarquía. En este caso, una persona ocupa el rango más elevado entre todas las demás. Cuando aquí tenemos ante nuestros ojos al primogénito de toda creación, se trata del primer rango. En el Salmo 89:27, que proféticamente se refiere a Jesús, ya encontramos este pensamiento: “Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra”. Así, en la creación, el Señor Jesús ocupa el rango más elevado.

Primogénito y unigénito Hijo

Como amado Hijo del Padre, el Señor Jesús es presentado como el eterno Hijo de Dios. En lo que concierne a su divinidad, hay una expresión que conocemos bien: Él es el unigénito Hijo del Padre. Como tal es mencionado cinco veces en los escritos de Juan.

La expresión primogénito, en cambio, se refiere a la humanidad del Señor Jesús. Cuando es presentado como hombre, hace falta que sea evidente que él ocupa el rango más elevado entre todos los demás. El Señor Jesús es mencionado cinco veces como el primogénito. Es necesario que siempre sea el más eminente de todos cuando es introducido como hombre en una nueva esfera en la que otros ya se encuentran y en la que otros aparecerán. Vamos a considerar esos pasajes, para comprender mejor este título:

  • En el momento de su nacimiento, cuando entra en su primera creación, es el primogénito de toda creación (v. 15). Él es pues el más elevado.
  • Cuando entra como hombre en la muerte, no es el primero en morir. No obstante, es el primogénito de los muertos (Apocalipsis 1:5). Es el más eminente que jamás haya pasado por la muerte.
  • En la resurrección, cuando entra en la esfera de la nueva creación, es el primogénito de entre los muertos (Colosenses 1:18). En la nueva creación, también tiene la preeminencia.
  • Cuando aparezca en la tierra con gran poder y gloria, y entre en la esfera del reino milenial, no estará solo. Vendrá con los santos celestiales y con el remanente creyente de Israel. Sin embargo, en Hebreos 1:6 está escrito: “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo…” En el reino milenial, el Señor Jesús también está en el lugar más elevado.
  • Cuando volvió nuevamente al cielo, entró solo como hombre en la casa del Padre. No obstante, dice en Juan 14:3: “Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Así, muestra claramente que todos los redimidos de la época de la gracia serán introducidos en la esfera de la casa del Padre. Ahí habrá muchos seres humanos. Pero de todos ellos, habrá uno que será el primogénito entre muchos hermanos.

Cuando se escribe en Romanos 8:29 que nos predestinó para que fuésemos “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”, se nos presenta puntualmente la esfera de la casa del Padre. Nos llama hermanos y, de esta manera, nos eleva a su altura. Pero cuando lo contemplemos ahí, diremos: Tú eres el más excelente entre todos.

Volvamos a considerar esta expresión: el primogénito de toda creación. De hecho, ¿por qué es el más eminente de la primera creación? Porque Dios alcanzará su propósito en la primera creación mediante Jesucristo hombre. En otro tiempo, Dios hizo la primera creación en seis días. Lo consideró todo y vio que todo era bueno. Encontraba su satisfacción en lo que estaba creado.

Pero después, vino la caída y, mediante ella, el pecado se introdujo en el mundo y la maldición vino sobre la primera creación. Los hombres se hicieron enemigos de Dios y la creación se alejó de Dios por la maldición. Todos sufrimos las consecuencias. Cuando llevamos a cabo nuestro trabajo con pena y con el sudor de nuestro rostro a causa de esta maldición, podríamos llegar a la conclusión errónea de que la primera creación fue un fracaso para Dios. Pero ¡eso no es verdad! En Jesucristo hombre, Dios alcanza su propósito en la primera creación.

¿Por qué se hizo hombre? A fin de poder morir en la cruz del calvario, y de poder, en virtud de su muerte expiatoria, llevar al reino milenial la bendición sobre la primera creación. Dios alcanzará así, en ese momento, su propósito en cuanto a su primera creación. Porque alcanzará ese propósito mediante su Hijo, este debe ser el mayor de toda la creación.

 

Versículo 16: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”.

Cristo, el creador del universo

Después se nos muestra que también es el primogénito de toda creación porque Él mismo es el que la creó. La hizo con el poder de su propia persona divina. Ahí encontramos el lado de su divinidad. Dios el Hijo es del mismo rango que Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo. Hablamos de la Trinidad. Pero no hay que interpretar equivocadamente esta expresión. Cuando hablamos de la primera, de la segunda y de la tercera persona de la Deidad, no se trata de jerarquía. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo están en el mismo rango y tienen el mismo poder divino. En Filipenses 2:6, se dice del Hijo que es igual a Dios. Y en Zacarías 13:7, está escrito: “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío”. Compañero es aquí una persona que se encuentra en el mismo rango que aquel que habla. Así, el Señor Jesús es igual a Dios y es Dios. Está a la misma altura. Tiene el mismo honor. Como Hijo de Dios, creó el universo por su propio poder divino.

Se dice en el versículo 16: “En él (es decir por el poder de su persona) fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra”. Las cosas que hay en los cielos se refieren aquí a los cielos creados y a lo que se encuentra allí. No se trata de la casa del Padre, porque ella no es creada y es eterna. Aquí tenemos los tres cielos, que son representados en figura en el tabernáculo en el desierto (el atrio, el lugar santo y el lugar santísimo). El tercer cielo es el lugar en el que se encuentra el trono de Dios. De ahí, él gobierna la creación. El Hijo de Dios también creó la tierra y todo lo que en ella hay. Toda la belleza y la perfección de la creación provienen de sus manos.

Las cosas visibles y las cosas invisibles

En la creación hay cosas que se ven y otras que no se ven. Podemos ver una pequeña parte, por ejemplo el mundo de las estrellas, no obstante la mayor parte está fuera del alcance de nuestra vista. Pero en la tierra también hay lo que es visible y lo que es invisible. La opinión difundida de que solo es verdadero lo que podemos ver es falsa. Hay muchas cosas en la tierra que no vemos, y que sin embargo existen.

Hoy, la mayoría de nosotros tiene su teléfono móvil. Apreciamos poder comunicarnos unos con otros desde casi cualquier lugar y hablar. Pero de hecho, ¿cómo funciona esto? Mediante ondas electromagnéticas, que evidentemente no vemos, pero que existen y que son de gran ayuda en la comunicación. Así, incluso en cuanto al teléfono, podemos dar gracias a Dios el Hijo que creó esas cosas invisibles.

También todo lo que en la creación es grande y noble fue creado por Dios el Hijo. ¿Por qué, pues, el apóstol dice esto aquí? Todo lo que es noble fue creado por Aquel que mora en nosotros. Reparemos en esto: Cristo en vosotros. Esta nueva vida que recibimos mediante el nuevo nacimiento, es la persona de Jesucristo. Él, quien es la sustancia de mi vida y de tu vida, es al mismo tiempo el creador de todas las cosas. Él es el Hijo de Dios, que por su propio poder divino creó todo.

El inmenso universo, ¿no da testimonio de la grandeza de nuestro creador? Y pensemos en las magníficas montañas. Su majestad renueva constantemente en nosotros el sentimiento de la grandeza de la creación. Dios el Hijo las creó y yo sé: esta persona mora en mí. ¿No es maravilloso?

Todo fue creado por medio de él

Se dice dos veces en el versículo 16: “en él” o “por medio de él”. ¿Es esto una repetición? No. La primera vez, “en él”, significa que hizo la creación en virtud de su propia persona. La segunda vez, “por medio de él”, esta expresión nos muestra que él era, en la Deidad, la persona obradora, aquella que creó. Es un nuevo pensamiento importante en lo que respecta a su divinidad: es siempre la persona que obra. Si estudiamos la Palabra de Dios, podemos comprobar esto: Dios Padre concibe los planos, Dios el Hijo los ejecuta en el poder de Dios el Espíritu Santo. Así no solamente es en la creación, sino también en la cruz. Dios Padre dio a su Hijo en la muerte, y este hizo la obra de la redención, pero se ofreció en el poder del Espíritu Santo, como lo leemos en Hebreos 9:14: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas…?”

Ahora llegamos a una nueva gloria: La Deidad siempre obra de perfecto acuerdo, aunque el Padre conciba los planos y el Hijo los ejecute en el poder del Espíritu Santo. No hay ninguna independencia en el seno de la Deidad, sino que, al contrario, existe un perfecto acuerdo de pensamiento. Encontramos este hecho presentado de una manera muy bella en Juan 10:28-30. Leemos aquí que los creyentes no pueden ser arrebatados de la mano del Señor Jesús. Pero dice después: “Nadie los puede arrebatar de la mano de mi Padre”, y añade: “Yo y el Padre uno somos”. Esta maravillosa unidad también encuentra su expresión en la creación.

El Señor Jesús fue así el instrumento de Dios para la creación del universo. Esto también está claramente expresado en Hebreos 1:2: “por quien asimismo hizo el universo”. Además hay tres capítulos que dan revelaciones fundamentales en cuanto a la persona del Señor Jesús: Juan 1, Colosenses 1 y Hebreos 1. Si hemos comprendido esos tres capítulos, discernimos un poco en qué maravillosa persona descansa nuestra fe.

Todo fue creado para él

Toda la creación es hecha para él. La expresión por medio de él nos presentó su divinidad. La expresión para él tiene en vista su humanidad, puesto que como hombre heredará de todo. Somos llevados así a los pensamientos expresados en relación con Efesios 1:10, esto es, que él, como hombre, ha sido puesto sobre toda la creación. Tal es el significado de la expresión “para él”. Todo fue creado para esta maravillosa persona, que mora en usted y en mí.

 

Versículo 17: “Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”.

Cristo es antes de todas las cosas

Él es antes de todas las cosas presenta una gloria nueva, en la cual insiste ahora el apóstol. Antes de que cualquier cosa haya sido creada, el Hijo de Dios era. Encontramos también este pensamiento en Juan 1:1-2: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios”. Y, en el versículo 3: “Todas las cosas por él (es decir por el Verbo) fueron hechas”. Antes de que hubiera tenido lugar la creación, Dios el Hijo existía. Así es, en cuanto al tiempo, antes de todas las cosas. En Juan 8:58, dijo a los hombres: “Antes que Abraham fuese, yo soy”.

El libro de los Proverbios, capítulo 8, subraya esta verdad. En este pasaje se trata de la sabiduría de Dios, personificada en la persona del Señor Jesús, el Hijo de Dios: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada; no había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres” (v. 22-31). Antes de que cualquier cosa fuese establecida o creada, el Hijo de Dios era.

Todas las cosas en él subsisten

Jesucristo no solamente creó todas las cosas, sino que, como Hijo de Dios, sostiene sin interrupción su creación, a fin de que el universo no se destruya. Cuando se dice en Hebreos 1:3: “Sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”, tenemos el mismo pensamiento que aquí en Colosenses 1. El Señor sustenta todas las cosas con un poder divino. Si, como creador, sacara su mano, resultaría un caos total. ¡Qué maravillosa realidad: todas las cosas en él subsisten!

 

Versículo 18: “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”.

Cristo, la cabeza del cuerpo que es la Iglesia

El creador también es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Se nos muestra de nuevo su humanidad. En la pasada eternidad, no era la cabeza del cuerpo, ni durante su vida en la tierra. Recorramos brevemente el camino que el Señor Jesús siguió para llegar a ser la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Primero tuvo que ser hombre, después morir y resucitar de entre los muertos. Luego, subió al cielo. Ahí recibió del Padre el Espíritu Santo, a fin de derramarlo sobre los que creen (Hechos 2:33). Así fueron constituidos en un cuerpo por un solo Espíritu (1 Corintios 12:13). Esto tuvo lugar en Pentecostés, hace aproximadamente 2000 años. Desde entonces, Cristo es la cabeza glorificada en el cielo y la Iglesia de Dios, su cuerpo en la tierra.

Si aquí lleva el título de “cabeza del cuerpo que es la iglesia”, es porque se lo ve como hombre glorificado en el cielo. Respecto a su persona y a la Iglesia, hay dos hechos maravillosos:

  • El fundamento de la Iglesia es el Hijo de Dios, el amado Hijo del Padre. Tal es el lado divino de su persona en relación con la Iglesia;
  • La cabeza o jefe del cuerpo de la Iglesia es el hombre glorificado, Jesucristo en el cielo. Tal es el lado humano de su persona en relación con la Iglesia.

La expresión cabeza (jefe) implica en primer lugar una relación con el cuerpo, con los miembros. El principal pensamiento en relación con la cabeza no es de hecho la dominación. El Señor Jesús tampoco es Señor de la Iglesia —es Señor en la Iglesia— pero es la cabeza de la Iglesia, es decir que está en una perfecta relación, indisociable, con su cuerpo, conjunto de todos sus rescatados.

Cristo: el principio, el primogénito de entre los muertos

Otro título del Señor se agrega: Él es ahora el principio de la nueva creación (véase también Apocalipsis 3:14). Él es el “primogénito de toda creación” en la primera creación (v. 15) y es “el primogénito de entre los muertos” en la nueva creación (v. 18). El principio de la nueva creación, el primogénito de entre los muertos, no es, a decir verdad, un título más elevado que “cabeza del cuerpo que es la Iglesia”, sino que es más extenso. La nueva creación es más vasta que la Iglesia.

La nueva creación

La nueva creación comenzó el día de la resurrección del Señor, de ahí que, por su resurrección, él es el principio de la nueva creación. Sin embargo, no quiere estar solo. Todos los creyentes del período de la gracia pertenecen, en cuanto al espíritu, a la nueva creación. Así está escrito en 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Aunque, como creyentes, en cuanto al espíritu, pertenezcamos a la nueva creación, estamos todavía por el cuerpo en la primera creación. Vivimos en la tierra, en la escena de la primera creación. Por eso, los principios de la nueva creación y los de la primera creación son valederos para nosotros.

Ciertas porciones de la Biblia nos presentan más bien la nueva creación. Estas son las epístolas a los Efesios y a los Colosenses, y la segunda epístola a los Corintios. Pero hay partes de la Escritura que nos muestran más los principios divinos de la primera creación, por ejemplo en 1 Corintios 11. En la nueva creación, no hay hombre ni mujer, es decir que ya no hay más ninguna diferencia entre el hombre y la mujer. Pero en la primera creación, esta diferencia permanece.

Por el hecho de vivir aún en la tierra y pertenecer así a la primera creación, somos llamados a reconocer los principios divinos de la primera creación respecto a la posición del hombre y de la mujer, y a someternos. Pero en cuanto al espíritu, pertenecemos ya a la nueva creación.

Cuando venga el Señor Jesús para arrebatar a los suyos, nuestro cuerpo será transformado de la primera a la nueva creación. Seremos llevados al cielo. Luego, Dios llevará antes la primera creación a su plenitud, durante el reino milenial. Cuando esos mil años se cumplan, habrá un cambio que introducirá los cielos nuevos y una tierra nueva, en los cuales mora la justicia (2 Pedro 3:13). Es la nueva creación. No obstante, el principio de la nueva creación, es el Señor Jesús resucitado. Desde el momento en que resucitó de entre los muertos, la nueva creación comenzó.

Ese es también el motivo por el cual le damos semejante importancia al día de la resurrección del Señor. Es el día del Señor. Cuando nos reunimos el primer día de la semana para anunciar su muerte, damos testimonio de que, en cuanto al espíritu, ya pertenecemos a la nueva creación. No guardamos el sábado, sino que nos reunimos el primer día de la semana, porque sabemos que, en cuanto al espíritu, pertenecemos a la nueva creación. Esta nueva creación será llevada a su plenitud en el estado eterno. Esto también tendrá lugar sobre el fundamento de la obra de la redención del Señor Jesús.

Cuando Juan el Bautista vio a Jesús, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). ¡Jesucristo quitará el pecado del mundo! Así sucederá ya, en cierta medida, durante el reino milenial. Pero se cumplirá plenamente solo en el estado eterno, cuando sean creados cielos nuevos y tierra nueva. Entonces, todos los hombres rescatados vivirán una eterna felicidad y todos los que hayan rehusado la salvación serán para siempre encerrados en el lago de fuego. Y el Señor Jesús, en la nueva creación, ocupará como el primogénito de entre los muertos el lugar más elevado.

Para que en todo tenga la preeminencia

Acabamos de ver que, como eterno Hijo de Dios y como Creador, tiene la primacía. También ocupa el lugar más elevado como hombre y como cabeza del cuerpo. Todo esto muestra la preeminencia que Jesucristo posee junto a Dios. Esta gloriosa y excelente persona debe ser también la sustancia de nuestra vida. ¿Deseamos crecer según los rudimentos del mundo o según Cristo? La gloria de su persona puede ahora llenar nuestros corazones y dar a nuestra vida la orientación correcta. Tal es la intención del Espíritu de Dios, cuando presenta en este pasaje los diversos títulos maravillosos del Señor Jesús. Entonces el mundo pierde su atracción para nosotros y nuestro deseo será que el Hijo de Dios tenga en nuestra vida la preeminencia en todo.