El combate del cristiano
El cristiano debe sostener una lucha diaria, hasta el momento en que esté en el cielo.
Todo buen jefe de ejército que quiera ganar una batalla, primeramente analiza minuciosamente la situación. Le es necesario conocer con todo detalle el territorio que debe defender, e informarse con toda precisión del enemigo, de sus fuerzas y de sus armas; también debe saber dónde y cómo este último ataca. Entonces, llevará sus tropas prontas para el combate en los lugares más oportunos y las pondrá en estado de alarma.
Para que el cristiano pueda estar firme, debe también estar al corriente de todos los detalles del combate.
¿De qué combate se trata?
No se trata de un combate contra “la carne”. Muchos cristianos, sobre todo los que se inician en el camino de la fe, luchan contra sí mismos, contra el viejo hombre, contra sus pasiones y sus deseos. No encuentran otra cosa, pues, que experiencias desalentadoras. Resalta de las enseñanzas de la Palabra que “la carne”, fuente del mal, permanece en nosotros mientras estemos en este cuerpo. Nadie podrá hacerla desaparecer de sí mismo, ni alcanzar un estado en el cual no sea tentado ni por “los deseos de la carne”, ni por “los deseos de los ojos”, ni por “la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16).
Sin embargo, el creyente no está “en la carne” (Romanos 8:9; V.M.). La Palabra de Dios le testifica claramente y sin equívoco que ahora está “en el Espíritu” que mora en él. Ésa es su nueva posición.
Por el hecho de que ha recibido la vida, ha nacido de nuevo por el Espíritu de Dios, ahora puede andar “por el Espíritu” (Gálatas 5:25). Con una constante vigilancia, puede considerar que la carne, con todas sus pasiones y deseos, es crucificada con Cristo (Gálatas 5:24). De manera que, por el poder del Espíritu, puede alejar todo mal pensamiento, todo sentimiento de deseo culpable que quiera salir de él. Si lo hace inmediatamente, no se contaminará.
El verdadero combate, que brinda la oportunidad al creyente de andar fuera de los deseos de la carne, ha sido sostenido y ganado por Cristo en la cruz. Ahora, el creyente se apoya constantemente en ese combate cumplido, en la victoria de Cristo.
No es una lucha contra las dificultades del desierto. Los cuarenta años de camino en el desierto fueron para los hijos de Israel una serie de pruebas y aflicciones que produjeron en ellos ejercicios de corazón. Ese camino tenía por finalidad humillar a Israel, y poner de manifiesto el estado de su corazón (Deuteronomio 8:2). Pero las experiencias en la tierra prometida fueron de una naturaleza muy diferente. Sólo allí tuvieron lugar los combates para la verdadera posesión de Canaán.
Lo mismo ocurre con el cristiano. El mundo en el que vive es un desierto para él. Todo lo que le rodea está en oposición con la nueva naturaleza, con la vida divina que recibió. Su camino está lleno de contrariedades y aflicciones.
Se trata de atravesar todas las dificultades de la vida en sumisión a la voluntad de Dios, de conservar el carácter de extranjero y de mantenerse lejos de toda contaminación del mundo. La vida del creyente en este mundo muchas veces tiene el carácter de combate, porque no siempre deja las cosas en las manos de Dios su Padre, con una confianza infantil y con una obediencia libremente consentida, sino que se hace daño a sí mismo con los obstáculos del camino.
Sin embargo, el verdadero combate del cristiano es en relación con sus grandes privilegios (Efesios 6:10-20). Dios lo ha trasladado a los lugares celestiales en Cristo Jesús: Ésta es su posición —aunque sólo sea un joven creyente ignorante e inexperto— y le bendijo allí arriba en Cristo, con toda bendición espiritual, una vez para siempre, irrevocablemente.
Hay poderes espirituales de maldad que por cierto no pueden arrebatar esos privilegios al creyente, sino que ponen todos los medios para impedirle llevar a cabo esa posición celestial y cortar el acceso a las bendiciones espirituales, ya sea para tomar posesión de ellas, o para disfrutar de ellas.
Tal es la naturaleza de nuestro combate.
¿Están implicados todos los creyentes en el combate?
Si uno vaciara una bolsa de monedas de oro en la plaza de un pueblo, dejándola a disposición de la gente, ¿no se apresurarían todos peleándose para recoger y apoderarse de esa riqueza? ¡Cuánto más se debería esperar que cada creyente actúe igual, viendo las incomparables riquezas que le son ofrecidas y que la Palabra despliega ante sus ojos, especialmente en la epístola a los Efesios! Debería dejar todo para gozar de los tesoros que le pertenecen. Pero, desde el momento que actúa así, es inevitable que el combate con el enemigo comience, porque este último quiere impedirle que disfrute de esas riquezas.
Sin embargo, cuántos cristianos parecen desconocer esas riquezas, o no están dispuestos a aprovecharlas. Contra ellos, el enemigo no necesita luchar. Aunque estén ricamente bendecidos, son muy miserables. Es exactamente el estado en el cual el enemigo quiere que permanezcan.
Condiciones importantes para el combate
Antes de que los israelitas comenzaran el combate contra los cananeos, pasaron el Jordán, entraron en la tierra prometida, fueron circuncidados en Gilgal y comieron del fruto de la tierra: panes sin levadura y espigas nuevas tostadas (Josué 3 y 5).
Antes de que el cristiano entable el combate, deberá aprender a conocer y a aplicar en sí mismo los variados resultados de la obra de Cristo, aun si a menudo no los realice. Su gozo no se limita sólo al perdón de los pecados y a la libertad del poder del enemigo, del pecado y del mundo. Por la fe, pasó también el Jordán, figura de su muerte y de su resurrección con Cristo. Reconoció, como nueva criatura en Cristo, que fue trasladado a los lugares celestiales. Entre él y su vieja vida que procura su propia voluntad y confianza en sí mismo, está la muerte: la muerte de Cristo que es al mismo tiempo su propia muerte, pues murió con Él. En Él obtuvo la libertad, y ahora puede estar allí donde está el Señor glorificado. ¿Qué tiene que ver con el mundo?
Hay aún otra cosa importante: antes de comenzar el combate, el creyente ahora puede nutrirse del “fruto de la tierra”, es decir, “de las inescrutables riquezas” de un Cristo resucitado y glorificado (Efesios 3:8). Si tanto se regocija en Él, también puede renunciar a las cosas y a las glorias más excelentes de esta tierra, porque están contaminadas por el pecado y no son deseables sino por el hombre natural.
¿Quién es el enemigo del cristiano?
“No tenemos lucha contra sangre y carne” como ocurrió con los israelitas. En Canaán, el enemigo se reclutaba entre las tropas de combate de los pueblos que moraban en el país, contendiendo contra los israelitas las posesiones de la tierra que Dios les había dado.
Nuestra lucha es “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12); en resumen, contra Satanás y sus ángeles que todavía permanecen en los lugares celestiales (Apocalipsis 12:9).
Sin embargo, no tenemos que luchar directamente contra la persona de Satanás. Éste ya fue vencido por el Señor en la cruz; y después de una lucha contra los ángeles de Dios, por fin será precipitado del cielo sobre la tierra. Tenemos más bien que estar firmes contra sus astucias.
¿Cuándo tiene lugar el combate?
Tiene lugar “en el día malo” (Efesios 6:13). En un sentido general, esta expresión comprende todo el período actual marcado por la ausencia de Cristo hasta su regreso. Hoy en día, Satanás desarrolla sus astucias. Pero además, en la vida de cada creyente, hay ciertos días en los cuales el enemigo dirige sus ataques particularmente contra él.
¿Dónde se encuentra el lugar del combate?
El enemigo siempre combate sobre los terrenos que quiere tomar y que pertenecen a otro pueblo. De manera que el combate en el cual las huestes de maldad quieren impedir a los creyentes llevar a cabo su posición espiritual y celestial pasa a un nivel espiritual, en el cielo. Desde el punto de vista de las enseñanzas en la epístola a los Efesios, todo tiene lugar en el cielo: los mismos creyentes, sus bendiciones, su testimonio como iglesia, sus enemigos y sus luchas (Efesios 2:6; 1:3; 3:10; 6:12). A causa de que somos puestos en la proximidad inmediata de Dios, más fuerza necesitamos para poder mantenernos allí en espíritu. Pero felizmente, ese sitio es también el lugar del poder de Dios.
Las técnicas de combate del enemigo
Si bien la lucha tiene lugar en los lugares celestiales, Satanás utiliza las cosas visibles para ponerlas contra nosotros en el campo de batalla. Por ellas, procura turbarnos, cegarnos y llenar nuestros corazones de cosas terrestres, a fin de llevarnos a olvidar nuestra posición en Cristo. Moviliza todo aquello que es capaz de apartarnos de la esfera de bendiciones celestiales en Cristo, cuando nuestro espíritu permanece allá por el poder de Dios, mediante la fe.
¡Quién podría enumerar los miles de detalles diarios, en la familia, en el trabajo y en el mundo de los negocios, en los cuales el enemigo procura conseguir sus designios! Utiliza a hombres, animales y cosas, y muchas veces hasta objetos de los cuales jamás supondríamos que el adversario pudiera esconderse detrás de ellos. Los desconocidos, pero también las personas con las cuales estamos íntimamente vinculados por la sangre o espiritualmente pueden convertirse, en las manos de Satanás, en instrumentos que nos perjudiquen y nos hagan sucumbir.
¡Cuán a menudo las inquietudes nos separan del Señor, y no nos damos cuenta de que Satanás se esconde detrás de ellas! Las pone en nuestro camino para hacer vacilar nuestra confianza en la Palabra.
El enemigo puede aún alejar nuestro corazón y nuestro espíritu de todo aquello que poseemos en Cristo, mediante nuestro trabajo y nuestros quehaceres diarios, incluso hasta nuestro servicio para el Señor. Por eso, es de suma importancia hacer todas las cosas con su fuerza, en su dependencia y en su Nombre. Nada debe entremeterse entre el Señor glorificado y nosotros.
Satanás tratará sin cesar de despertar al “viejo hombre” en nosotros, aunque hayamos ya espiritualmente atravesado el Jordán y despojado en Gilgal el “cuerpo de la carne”. Nunca se cansa de incitar nuestra carne por todos los medios posibles. Sabe muy bien que, mientras ésta esté activa, no podemos realizar prácticamente nuestra posición celestial y tampoco nutrirnos del Cristo glorificado.
El enemigo a menudo envía falsos maestros que, bajo la apariencia de amor y verdad, quieren oscurecer las realidades de la Palabra y así arrebatarnos el gozo de nuestros bienes más valiosos. Los agentes de Satanás bajo la forma de espíritus de mentira, en boca de los “profetas”, cumplen los malos deseos de su príncipe (1 Reyes 22:22).
No olvidemos que nos encontramos continuamente rodeados de las astucias de Satanás. Éstas encubren al enemigo y sus corruptos planes, y dan a sus peligrosas armas la apariencia de ser totalmente inofensivas. Pero, si nos mantenemos en la presencia de Dios, discerniremos esas astucias diabólicas y reconoceremos su origen. Así perderán su fuerza y escaparemos de ellas.
Las consecuencias de la victoria en el combate
A quien le es dado avanzar de victoria en victoria, en el combate, en el “poder de la fuerza” del Señor (Efesios 6:10), no sólo le es concedido tener parte en la felicidad, en el gozo y en la paz del Dios en el cielo, sino también ser un instrumento útil en las manos del Señor para bendición de otras personas, y un poderoso testigo de las cosas celestiales. Aun si, a través de esas circunstancias, debe soportar un “gran combate de padecimientos” (Hebreos 10:32), será un buen combatiente en la esfera del servicio.
De esto Pablo ofrece un buen ejemplo. En la prisión de Roma ¿qué lo estimuló a escribir esa carta a los creyentes de Éfeso para presentarles de manera tan sorprendente —tanto a ellos como a los creyentes de todos los siglos— sus más elevados privilegios? ¿Quién le dio la fuerza para perseverar en la intercesión para con todos los cristianos, a fin de que éstos sean fortalecidos en el hombre interior, y que comprendan plenamente “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura” de todas estas glorias? (Efesios 3:16-18). Por el poder del Señor y con la completa armadura de Dios, ese combatiente experimentado podía “estar firme” y vencer en ese “día malo” del cual entonces sentía todo el peso.