Desde el primer día (Filipenses 1:5)
Hay ciertas cosas que el ser humano debe hacer desde el primer día de su vida si quiere prosperar, desarrollarse y crecer. En cuanto nace, debe respirar, tomar alimentos del exterior y digerirlos; tiene que dormir, despertarse, etc. Si una de estas actividades falta, la madre no es indiferente, se alarma. Esta interrupción puede poner en peligro la existencia del niño o, al menos, ralentizar su desarrollo.
Lo mismo ocurre con el nuevo hombre, cuya vida comienza con el nuevo nacimiento; está sujeto a ciertas necesidades vitales. Si no las tiene en cuenta, se expone a una grave perturbación de su bienestar y crecimiento espiritual. Entonces, el cristiano pierde su paz y alegría, y corre el peligro, para su gran daño, de volver a enredarse en las cosas de este mundo.
Con la ayuda de algunos ejemplos de la Biblia, queremos recordar lo que debe caracterizar la nueva vida del cristiano desde el primer día de su conversión.
Gozarse en el Señor y escuchar su Palabra
“Siguió gozoso su camino” (Hechos 8:39)
En el camino desierto que descendía a Gaza, el eunuco etíope había encontrado lo que buscaba: el Evangelio, las Buenas Nuevas de Jesús (v. 35). El Señor mismo se las había enviado. Las escuchó y las aceptó por fe. El “funcionario de Candace” era ahora un niño recién nacido en la familia de Dios.
¿Qué sentimiento le invadió desde el principio de su carrera cristiana? Un gozo profundo y santo, nunca antes experimentado, que elevaba poderosamente su corazón a las cosas de arriba. Este gozo no dependía de Jerusalén, el centro religioso de la época, ni de Felipe, el instrumento de su conversión. Cuando Felipe, el evangelista, fue arrebatado por el Espíritu, apenas lo notó este feliz cristiano que acababa de convertirse, pues “siguió gozoso su camino”. ¿Cuál era entonces el motivo de este inusual gozo? Felipe le había mostrado a la persona de Jesús, con la ayuda de las Escrituras, empezando por Isaías 53, y el Espíritu Santo había abierto su corazón. El gozo del etíope tenía su fuente en Jesús, el Cordero de Dios, no en las formas religiosas, ni en el contacto con determinadas personas, ni tampoco en ciertas circunstancias especialmente favorables. Había empezado a gozarse “en el Señor”.
Del mismo modo, nuestra carrera cristiana aquí puede y debe ser, desde el principio hasta el final, un camino de verdadero gozo. Sin este gozo, seríamos cristianos débiles y enfermizos. Así, el apóstol exhorta a los jóvenes creyentes de Tesalónica: “Estad siempre gozosos... porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros” (1 Tesalonicenses 5:16, 18).
Este es el primer punto que queremos recordar.
Pero, ¿cómo pudo Pablo exhortar a estos creyentes a “estar siempre gozosos”? ¿Acaso se puede pedir el gozo? ¿Podemos elegir nuestros sentimientos?
¡Claro que no! El apóstol simplemente quería decirles, como a nosotros, que ahora estaban definitivamente unidos a Cristo. Él es la fuente inagotable de nuestro gozo. Quédese cerca de esta fuente. Beba de ella por fe, en gran medida; hágalo en abundancia, continuamente, cada día, cada hora y siempre. No la deje. No vaya a otros manantiales; son “cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13).
Pablo solía gozarse “en el Señor”. Todos los que entraron en contacto con él estaban convencidos de ello. Los filipenses en particular. Incluso en la cárcel de su ciudad, con la espalda marcada por heridas sangrantes y dolorosas, y los pies asegurados en el cepo, había cantado himnos a Dios con su compañero. Esta feliz experiencia personal le permitió animar a otros a regocijarse “en el Señor” (Hechos 16:25; Filipenses 3:1; 4:4).
Como Pablo, todo cristiano tiene el privilegio de experimentar este gozo, tanto el creyente avanzado como los nuevos conversos. Pedro pudo decir, hablando a los expatriados de la dispersión en Asia Menor: “Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien, creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:7-8).
¿Disfruta usted de este “gozo en el Señor” cada día? Si no es así, entonces su vida cristiana no es saludable. Le falta una fuerza activa y vivificante. Nehemías le dijo al pueblo de Israel: “El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10). ¡Que el siguiente ejemplo le muestre cómo conseguirlo!
“María... sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39)
Solo Jesús es la fuente del verdadero gozo cristiano. Debemos estar con él, y recibir constantemente de él.
Esto es exactamente lo que hizo María. El Señor había llegado a su aldea, e incluso a su casa. ¡Estaba allí! Apenas había entrado, ella ya estaba sentada a sus pies. No quería perder esta oportunidad única. Necesitaba estar cerca de él, escucharle, beber sus palabras. ¿Había algo más importante, más oportuno que hacer en ese momento? Marta no estaba de acuerdo. El ilustre y querido invitado había tenido un servicio agotador en las polvorientas carreteras bañadas por el sol. Y ahora aquí estaba, con sus doce discípulos hambrientos. ¿No deberían tomar primero la comida y la bebida? ¡Seguramente fue un servicio agradable para el Señor!
¿Cuál de las dos hermanas tenía razón? Muchos creyentes están del lado de Marta. Quizás no en sus palabras, sino sí en sus acciones. La forma en que utilizamos las veinticuatro horas del día muestra de qué lado estamos. ¿No tiene cada uno que ir diariamente a su trabajo, que a menudo es tan exigente? Las comidas regulares y el descanso suficiente son absolutamente necesarios para el organismo. Los más jóvenes añadirán: una formación adecuada es indispensable para una existencia digna. Además, necesitamos relajación y ejercicio físico. Y después de todo, dicen los creyentes muy activos, lo que cuenta es la práctica cristiana, las obras, no la mera teoría. Si uno empieza a servir al Señor asistiendo al prójimo, hay tanto que hacer que realmente queda poco tiempo para “sentarse” y “escuchar”.
Estos argumentos pueden parecer convincentes. Pero, ¿qué pensó el Señor mismo del comportamiento de las dos hermanas? ¡Eso es lo que cuenta! Dirigiéndose a una Marta que estaba convencida de tener razón, le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (v. 41-42).
Esta palabra del Señor, expresada hace tanto tiempo, permanece, en la agitación del tiempo presente, como una roca que se opone a todo lo que podría tener más importancia para nosotros. Él nos dice a usted y a mí: Siéntese primero a mis pies y escuche mis palabras; eso es lo que se necesita. Esto es lo primero.
Si hasta ahora hemos sido desobedientes a esta palabra del Señor, si no hemos deseado “la leche espiritual no adulterada” (1 Pedro 2:2) de la Palabra de Dios, entonces seguramente nuestro crecimiento espiritual ha sido interrumpido. Ya es hora de cambiar, y de empezar, en lo secreto de nuestra habitación, a sentarnos a sus pies cada día, a escuchar su Palabra. Entonces tendremos un mayor deseo de ir al lugar donde estamos congregados alrededor de Él como iglesia.
No se trata de centrarse en las teorías, sino en su persona. Debemos buscarlo leyendo y meditando su Palabra. Entonces nuestro corazón “arderá” (Lucas 24:32), y el “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8) de los primeros cristianos llenará también nuestras bocas de alabanza.
¡Ah, este lugar a los pies de Jesús, donde escuchamos su Palabra! ¡Es el único y verdadero punto de partida para el desarrollo de la vida y de toda actividad cristianas!
No diga: Es bueno, normal y útil que los creyentes avanzados o de edad avanzada busquen este lugar con cuidado; pero no es natural para los jóvenes. ¿Qué edad tenía esta María soltera? ¿Y qué edad tenía el hombre al que Jesús había librado de los demonios y se sentó inmediatamente a sus pies? (Lucas 8:35). No lo sabemos. Pero una cosa es cierta: desde poco tiempo eran convertidos y, sin embargo, sentían la necesidad de buscar ese lugar. ¡Tenían mucho que aprender de él y sobre él! Es precisamente en las almas de esas personas en las cuales el Espíritu Santo debe imprimir “la forma de las sanas palabras” (2 Timoteo 1:13). El que no se pone a los pies de Jesús desde el principio, pronto se convertirá en un cristiano lisiado que no podrá dar buenos frutos.
El lugar que escogió María es el adecuado para nosotros, desde el primer día.