El tiempo (Salmo 90)
“Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (v. 10).
El tiempo pasa, y nuestra vida vuela con él, “neblina que se aparece… y luego se desvanece” (Santiago 4:14), un breve momento que “pronto pasa”, como nos recuerda nuestro salmo.
Como podemos ver en la Biblia, basta con una cadena de un centenar de personas, de generación en generación, para unirnos al primer hombre. Mucho tiempo a nuestro parecer, pero qué corto es comparado con lo que se nos relata en el primer versículo del Génesis: el principio de la creación, el principio del tiempo. ¿Qué había entonces? “En el principio era el Verbo”, se nos dice en Juan (1:1). Hasta donde alcanza nuestra mente, el Verbo era, antes de la creación, antes del tiempo. Leemos al respecto: “Tú permaneces... tú eres el mismo” (Hebreos 1:11-12). Él es el eterno e inmutable, que más tarde se reveló al hombre como Aquel que actúa y gobierna en el tiempo, pero que sigue siendo siempre el mismo, a pesar de tratar con tantas criaturas.
Y si miramos hacia el futuro, más allá del regreso del Señor, más allá de su reinado, más allá del juicio final, encontramos a la misma Persona dominando la escena en el tiempo postrero, cuando Dios será “todo en todos” (1 Corintios 15:28).
¿Qué son nuestros días comparados con eso? “Han sido más ligeros que un correo... pasaron cual naves veloces” (Job 9:25-26). Por eso el salmista añade: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).
Jóvenes, ¿con qué llenamos estos cortos días que Dios nos ha dado para pasar en la tierra? ¿Hemos encontrado una Guía segura que nos lleve por el camino de la vida, una meta que la domine y le dé su verdadero valor? “De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días” (v. 14). Encontrar al Salvador “de mañana”, darle el primer lugar en el corazón, ¡qué cambio, qué fuente de alegría para todos los días siguientes! En lugar de llenar nuestros años de juventud con las cosas del mundo, en lugar de dejarnos abrumar por la fiebre del estudio, del trabajo, y del placer, en lugar de perseguir con todo nuestro ser una felicidad ilusoria: ¡saciemos en Aquel cuya misericordia no se detiene ni por lo que somos ni por lo que no somos!
Dar al Señor Jesús el primer lugar en nuestra vida, desde el principio, es la base para una carrera fructífera, para Su gloria. Muchos empiezan bien, pero no continúan del mismo modo, y a menudo terminan mal. La vigilancia es necesaria a lo largo de todo el camino; pero una vida bien encarrilada desde el comienzo se mantendrá, por la gracia del Señor, en el verdadero camino con mucha más facilidad que una vida cuyos primeros años se desperdicien en el mundo o caigan simplemente en la indiferencia.
Al comparecer delante de Faraón en el ocaso de su vida, Jacob, a pesar de tener ciento treinta años, tuvo que confesar: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Génesis 47:9). Sin embargo, habían sido largos, llenos de diversas aventuras, viajes y luchas, riquezas adquiridas y mucho trabajo; pero para Dios, solo contaban los años vividos con él: eran muy pocos. Todos los demás se perdieron sin retorno.
Cuatro ocupaciones principales llenan nuestros días: dormir, comer, trabajar y ocupar el «tiempo libre». Todo se puede hacer con Dios y para él. Es él quien “a su amado dará… el sueño” (Salmo 127:2). Ya sea que comamos o bebamos, podemos hacerlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Y en cuanto a nuestro trabajo, se nos dice: “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Colosenses 3:17). ¿Qué hacemos con nuestro tiempo libre, que a menudo es tan corto? Sobre todo, debe servir para renovar las fuerzas morales y físicas necesarias para realizar nuestra tarea diaria y el trabajo que el Señor nos confíe.
La mañana nos recuerda el maná (Éxodo 16) que cada israelita en el desierto tenía que recoger antes de que saliera el sol. Es esencial alimentar nuestras almas con la Palabra “cada mañana” (v. 21); debemos tomarnos el tiempo; a menudo es un esfuerzo, un gran esfuerzo, pero vale la pena; nuestra salud espiritual depende de ello. Si solo tuviéramos este momento libre de todo el día, ¿no deberíamos dedicarlo a “sentarnos a los pies de Jesús”? (véase Lucas 10:38-42). Entonces, “De mañana oirás mi voz… me presentaré delante de ti, y esperaré” (Salmo 5:3).
A mediodía, un momento de recogimiento y oración será una pausa beneficiosa en el “calor del día” (Mateo 20:12). Daniel oraba tres veces al día (Daniel 6:10). Los sábados y domingos por la tarde solemos tener tiempo libre. Qué importante es pasarlo con el Señor, para no dejar de congregarnos, para dedicar el tiempo suficiente a nuestra familia, al cuidado de los demás y al servicio que el Señor quiere encomendarnos, y también para saber estar a solas en ocasiones, como Jesús en el monte (Juan 6:15). Para los que viven con el Señor, el día no terminará sin la lectura personal de la Palabra, y la oración, en la medida de lo posible. Y aunque el tiempo libre debe utilizarse principalmente para alimentar nuestras almas, no debemos descuidar nuestro cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23). Pero no olvidemos que el domingo es el día del Señor, un día de adoración, servicio y descanso.
«Una vida bien alimentada es una vida bien realizada», dijo alguien una vez. Los años pasan, pero ¿qué queda de ellos? Un día toda nuestra vida se manifestará a la luz de la presencia de Dios; tendremos que dar cuenta de todo. Entonces entenderemos cómo todo lo que no era de él y para él fue una pérdida: ¡una pérdida para la eternidad!
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).