Permanecer fieles al Señor con propósito de corazón
¿Por qué no funciona el coche? Nunca hemos tenido problemas con él. El motor está en perfecto estado, la caja de cambios también, el tanque de combustible está lleno. ¡Oh sí, es el encendido que no funciona! La chispa se ha detenido, la que debería, como el latido del corazón, mantener el motor en movimiento.
Así, más de un cristiano podría preguntarse también: ¿Por qué estoy ahora paralizado espiritualmente? ¿Por qué mi alma está tan pobre y seca? ¿Por qué estoy inactivo, y tengo tan poco entusiasmo y fuerza para servir al Señor?
¿Me faltan los conocimientos necesarios? Es cierto que una enseñanza incompleta sobre la salvación perfecta, la posición y las bendiciones que tenemos en Cristo, es un pobre fundamento para el descanso de nuestra conciencia y la paz del corazón. Para poder disfrutar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:21), el cristiano debe conocer la enseñanza de la Palabra sobre la liberación del creyente tanto del poder de Satanás como del poder del pecado y del «yo», del hombre natural. Mientras no conozca “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27) y siga siendo como un niño fluctuante, será fácilmente un juguete “llevado por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14). Por eso la Palabra de Dios insiste tanto en que tengamos la sana enseñanza y andemos en toda la verdad (compárese con Proverbios 3:11-18).
Pero no basta con una buena enseñanza. Incluso un cristiano bien fundamentado en la doctrina puede quedar paralizado espiritualmente. “Si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, ... y no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:2).
¿Qué más falta? Veamos un ejemplo.
En Antioquía, un gran número de griegos creyó en el Señor Jesús (Hechos 11:20-24). Ahora formaban parte de la iglesia local que tan activamente difundía el Evangelio entre las naciones. Estos hermanos y hermanas, todavía jóvenes en la fe, asistían sin duda a las reuniones de los creyentes con gran interés y diligencia. Como resultado, pudieron crecer y avanzar hacia “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Porque el Señor se había encargado de que hubiera “profetas y maestros” (Hechos 13:1) dotados en Antioquía para conducir a los creyentes a toda la verdad.
Bernabé era uno de estos maestros. La iglesia en Jerusalén lo había enviado a Antioquía precisamente para que se ocupara de esos griegos, de esos niños en la fe. En aquella época todavía era una novedad que los gentiles pudieran participar de las bendiciones del cristianismo al igual que los judíos creyentes.
Cuando Bernabé llegó junto a estos griegos y “vio la gracia de Dios, se regocijó” (Hechos 11:23). Y, para empezar, les dio a todos el buen consejo de que “con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”.
Los mecánicos experimentados detectan rápidamente la causa de una avería en un coche. Saben dónde buscar. Bernabé también era un hermano con amplia experiencia cristiana y sabía lo que era de suma importancia en la vida de un creyente: Este solo progresa cuando vive y permanece muy cerca del Señor. Esto es tan importante como crecer en el conocimiento.
Para algunos de nosotros, y quizás especialmente para los más jóvenes, este consejo de Bernabé parece demasiado simplista y obvio. ¿No expresamos cada día en nuestras oraciones este deseo de vivir cerca del Señor? ¿No se renueva a menudo ese anhelo, en diversas formas, en reuniones y estudios bíblicos?
¡Sea franco! Antes de cada estudio bíblico, antes de cada servicio y de cada actividad que emprenda, ¿tiene en cuenta llevar a cabo el consejo de Bernabé? ¿Lo acompaña la firme decisión de permanecer fieles al Señor a lo largo de las horas del día, sea cual sea su trabajo y la compañía en la que se encuentre? Si es así, se notará. Porque, en la cercanía del Señor, nuestros afectos van dirigidos hacia él. Esta cercanía determina nuestro comportamiento ante el mundo y sus tentaciones, nos da la fuerza para superarlo todo, para realizar un servicio humilde y desinteresado, nos capacita para dar testimonio de Él con toda nuestra vida. ¿Tenemos este sentir en nosotros? El propósito de corazón de un creyente es permanecer fiel al Señor, es decir, de estar unido a la fuente del amor, la gracia, la luz, la vida y la fuerza misma de Dios. Allí no se exige nada al creyente, sino que recibe todo lo necesario para llevar una vida piadosa. No se trata de los buenos propósitos del hombre natural que pronto se ve obligado a admitir que no puede alcanzarlos.
En Proverbios 4:23 se nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. Dado que el corazón ocupa el lugar central en nuestras vidas, es sumamente importante permanecer fieles al Señor con propósito de corazón. Los ojos del Señor “contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9). Solo así, en ese lugar secreto, el «fuego» podrá ser alimentado continuamente desde arriba. Entonces el Espíritu Santo podrá llenarnos, guiarnos, vivificarnos, y «los asuntos de la vida» estarán de acuerdo con “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22). La vida de Dios se manifestará en nosotros sin obstáculos.
Debemos permanecer fieles al Señor con todo nuestro corazón. Quien se ejercite en ello experimentará multitud de tentaciones para apartarlo de ese lugar, el único lugar digno de un cristiano. Esas tentaciones podrán parecer inocentes, incluso útiles, pero usted ya solo querrá quedarse en ese bendito lugar. Tal vez incluso los «buenos» amigos creyentes le digan: «No seas tan extremista; ¡todavía estamos en este mundo y no podemos apartarnos de él de esta manera!» Pero cuanto más fielmente permanezca en ese lugar, más pronto podrá decir como el apóstol: “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).
La voluntad de Dios en nuestros corazones
Alguien preguntó una vez a un rey polaco por las razones de su éxito y la tan alta estima que se le tenía. Contestó que se lo debía a una costumbre: siempre llevaba la foto de su padre con él. La voluntad de su padre, un hombre verdaderamente noble, era tan valioso para él que cada vez que había que tomar una decisión, sacaba la foto y la miraba como si quisiera preguntarle qué debía hacer. Su decisión era firme: «No quiero hacer nada que deshonre a mi padre».
¿No es esta una simple imagen de lo que debemos hacer, los cristianos? Llevemos también la voluntad de Dios en nuestro corazón, y pensemos, en todo lo que hagamos, en buscar esa voluntad y cumplirla para honrar y glorificar a Dios.
Signos de crecimiento en la gracia
“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
Un hermano muy experimentado dijo una vez: «Es necesario mirar a Cristo diez veces antes de mirarnos a nosotros mismos». Esta es una frase para recordar. Pero no olvidemos reflexionar sobre nuestras vidas de vez en cuando. «Un inventario» espiritual ocasional es un ejercicio necesario. Unas breves indicaciones sobre el crecimiento en la gracia pueden ser de especial ayuda para quienes son jóvenes en la fe.
“Crecer en la gracia” es adquirir un mayor conocimiento y disfrute de esa gracia del Señor que necesitamos a cada paso de nuestro camino. Lleva a progresar en la santificación práctica, en conformidad con la voluntad de Dios y en la semejanza práctica con Cristo. Pero también se trata de crecer “en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador”. El propósito de Dios es siempre revelar su propia gloria en la persona de Cristo, para nuestra bendición; él desea que este sea también el propósito de toda nuestra vida a lo largo del tiempo y por la eternidad, y que demos a conocer su gloria.
Tener motivos puros es un indicio real de estar progresando en la santificación. Porque al principio de la vida cristiana, tienden a confundirse. Por ejemplo, queremos hacernos cargo de un grupo de escuela dominical porque:
- nos lo han pedido y respetamos a la persona que lo ha sugerido, no queriendo molestarla con una negativa;
- pensamos que es bueno hacer como otros que enseñan a los niños la Palabra de Dios;
- no sabemos cómo utilizar nuestro tiempo;
- nos sentimos incómodos, nos preocupa no hacer nada.
Algunas de estas motivaciones pueden ir acompañadas de un deseo de glorificar a Dios. Sin embargo, el cristiano que está creciendo en la gracia, experimentará que aquellas razones que no son espirituales irán desapareciendo, y entonces la verdadera motivación para el servicio será glorificar cada vez más el nombre de Aquel que lo salvó.
Cuanto más avancemos en la santificación, menos nos subyugarán los impulsos y sentimientos naturales, sino que nos gobernará la Palabra de Dios y sus principios.
Un amor más amplio y profundo por los demás es una de las manifestaciones esenciales de la gracia cristiana. El amor y la dedicación son, en efecto, un objetivo noble, digno de ser perseguido.
El mundo desaparecerá del campo de visión del cristiano a medida que crezca en la gracia; simultáneamente, las cosas del mundo perderán su atractivo para él. Será cada vez más consciente del miserable estado del mundo, y tendrá un interés mayor por las cosas invisibles, espirituales y eternas, que son, en definitiva, las únicas importantes. Puede que ni siquiera se dé cuenta de que está siendo atraído cada vez más por estas cosas espirituales; pero de hecho ocupan sus pensamientos, llenando su corazón y determinando su caminar.