Prefacio
Estamos viviendo en una época de escepticismo. Los hombres dicen que no creen más en los milagros. Esto no se dice en el paganismo sino en la cristiandad, en la cual la luz del Evangelio ha brillado. Solo queda un paso más por dar en esta incredulidad para llegar al repudio de Dios mismo. Este paso se dará en breve. El hombre se deificará a sí mismo en el hijo de perdición, el anticristo de la Escritura (2 Tesalonicenses 2:3-4). Cuando esto ocurra, no se hallará más ningún lugar para Dios y su Hijo. Destacablemente, cuando este estado de cosas llegue, los hombres volverán a creer en los milagros. “Señales y prodigios mentirosos” (v. 9) aparecerán, éstos serán acreditados y creídos. El enemigo producirá sus maravillas como también Cristo lo hizo. Esto fue observado en días de Moisés, y nuevamente se verá en el día del anticristo.
La infidelidad religiosa puede criticar y censurar los milagros de nuestro Señor, pero estos milagros fueron realizados a pesar de ello. Al menos tres de los evangelios fueron publicados después de unos pocos años de la ascensión del Señor, cuando falsedades podían fácilmente haber sido desaprobadas. Aun según los principios más humanos, eso sería suficiente para establecer su credibilidad. Pero cuando tomamos en cuenta el grande hecho (que cada alma reverente cree) que el Espíritu de Dios es el autor de los evangelios, toda crítica queda descartada.
¿Pero por qué fueron realizados los milagros? El mismo Salvador nos dice: “Las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (Juan 5:36; 10:25). Éstos fueron concedidos en gracia como ayuda a la fe en Su Persona y misión. De allí la reprensión a Felipe, “Creedme por las mismas obras” (14:11). Y también las palabras del Salvador en el capítulo 15:24: “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre”. Porque los milagros eran auxilios para la fe; eran, con la sola excepción de la maldición de la higuera estéril, actos de misericordia que debiesen haber tocado las sensibilidades de todos los interesados, y que mostraban el corazón divino hacia el hombre.
Sería imprudente exagerar el valor de los milagros, como despreciarlos. Las ayudas a la fe no deben ser confundidas con el fundamento de fe. La fe fundada en los milagros tiene tan poco valor, que el Salvador, cuando estuvo rodeado por tales personas que solo buscaban ver milagros, no se fiaba de ellas (Juan 2:23-25). La verdadera fe se funda en la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Simón el mago era atraído por los milagros, pero fue reprendido; mientras que Sergio Paulo deseaba oír la Palabra de Dios, y así vino a ser un verdadero discípulo (Hechos 8:13; 13:7, 12).