Los cinco mil
Un hecho sangriento había sido cometido en la tierra. Juan el Bautista, el precursor del Mesías, fue decapitado. Este hecho anunciaba la propia muerte de Jesús mismo que sobrevendría algún tiempo después. Sintiendo el dolor de este acontecimiento, nuestro Señor se apartó a un lugar desierto con sus doce discípulos. Pero no se quedaron solos por mucho tiempo. Multitudes con enfermedades lo buscaban. Aunque los hombres mostraban poca consideración por él, él estaba siempre preparado para mostrarles su gracia y su amor.
Sus discípulos habrían querido despedir a la multitud, pero él se negó a dejarlos ir hambrientos. Para probar la fe de Felipe, le preguntó dónde podían comprar pan para que comieran todos. Éste respondió que 200 denarios no bastarían para que cada uno tomase un poco (el equivalente al salario de un trabajador durante unos ocho meses). Andrés dijo que había un muchacho que tenía “cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:5-9). Ninguno de ellos pensaba que se estaban dirigiendo al Creador del universo, que “llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17).
El Señor Jesús pronto les mostró que él era el Dios que había dado el maná (Éxodo 16), y que también dijo en el Salmo 132:15: “Bendeciré abundantemente su provisión; a sus pobres saciaré de pan”. Hizo recostar a la multitud por grupos sobre la hierba, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta (Marcos 6:39-40). El orden caracteriza todos sus caminos, sea en la creación o en gracia. “Dios no es Dios de confusión” (1 Corintios 14:33). Pero, antes de que cumpliera este milagro, él bendijo a Dios por el alimento que iba a administrar (Mateo 14:19). ¡Maravillosa combinación, en su Persona, de dependencia humana y omnipotencia divina! En sus manos los cinco panes bastaron para cinco mil hombres, sin contar las mujeres ni niños, y doce cestas llenas sobraron. Poco debe sorprendernos el entusiasmo del pueblo que enseguida deseaba hacerle rey (Juan 6:15). Un gobernador que al mismo tiempo es un dador, era el anhelo de este pueblo.
No obstante, el Señor rehusó el reino. Aun así, éste será suyo, pero él lo aceptará de manos de Dios, y no de manos del hombre. Cuando el debido tiempo llegue, él establecerá un gobierno visible en Jerusalén, e inaugurará un orden de cosas que llenará la tierra con paz y bendición. En su reino milenario, como en el día de la multiplicación de panes, él asociará consigo a los suyos en la administración de la bendición. Ya no habrá más lamentos bajo la tiranía, ni tampoco necesidades. Los problemas sociales que desconciertan a los hombres más hábiles en el presente tendrán entonces su perfecta solución. La cruz del Calvario es la base del futuro reino de gloria y bendición, al igual que el seguro fundamento de un presente perdón y la paz para todos los que en Él creen. Jesús es la única esperanza del mundo.
La alimentación de los cinco mil es el único milagro registrado por los cuatro evangelistas.