El paralítico
Este milagro fue realizado en Capernaum, la ciudad en la cual habitó el Salvador después de haber dejado Nazaret. Aunque presentado en los primeros versículos de Mateo 9, no ocurrió después de la visita a la tierra de los gadarenos, sino inmediatamente después de la limpieza del leproso registrada en los versículos 2 a 4 del capítulo 8.
Cada enfermedad física sanada por el Salvador figura en una u otra forma la enfermedad moral del pecado. Así la lepra es una imagen del pecador en su impureza, mientras que la fiebre lo muestra en su agitación. En cambio, la parálisis es la expresión de su completa incapacidad. Romanos 5:6 viene a la mente aquí: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. ¡Misericordiosa provisión para una raza paralítica!
Cuatro amigos trajeron al sufriente ante Jesús. Su determinación era tal que no se dejaron detener por las multitudes que se amontonaban a la puerta de la casa donde estaba el Señor. Subiendo al techo, bajaron al enfermo y lo pusieron a los pies del Señor. Sus primeras palabras al paralítico no fueron palabras de sanidad sino de perdón. “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”. Indudablemente el alma es más importante que el cuerpo. El perdón de los pecados es algo mucho más primordial que la más perfecta sanidad física. Las palabras de nuestro Señor provocaron la crítica por parte de algunos de su audiencia: “Éste blasfema”. Para él nada era escondido; conocía sus pensamientos y los reprendió inmediatamente. Ellos habían dicho dentro de sí: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” La pregunta era correcta. Un hombre mortal nunca había tenido tal autoridad de parte de Dios para eso. No obstante, aquel que los escribas acusaban en sus pensamientos pronto les mostró que era realmente Dios al mandar al hombre que tomase su cama y se fuese a su casa. “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”.
Algunos observadores menos críticos se fueron a sus casas diciendo, “Hoy hemos visto maravillas”. Si su visión espiritual hubiese sido aclarada, habrían reconocido que lo que está escrito en el Salmo 103:1-3: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias” estaba siendo cumplido ante sus propios ojos, y cada lengua habría exclamado: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”. La incredulidad del hombre ante estas numerosas maravillas sucedidas en la favorecida Capernaum lo llevó a decir más adelante: “Tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:23-24). El menosprecio de los privilegios recibidos arrastrará el más severo juicio de parte de Dios. Este principio se aplica también hoy en día a los países favorecidos, llamados «cristianos».