El muchacho endemoniado
Es un terrible hecho que este mundo está bajo el poder de Satanás, su príncipe (Juan 14:30). Lo vemos puesto de manifiesto cuando el Salvador descendió del monte después de su transfiguración. Él encontró una gran multitud reunida con sus discípulos y unos escribas que disputaban con ellos. En medio, un pobre muchacho endemoniado quien se revolcaba, echando espumarajos. Por falta de fe, los discípulos eran impotentes en presencia del poder del enemigo. No obstante habían recibido autoridad sobre los espíritus inmundos para echarlos fuera y para sanar toda enfermedad (Mateo 10:1).
El Señor habló con el padre del muchacho y éste le dijo que su hijo sufría así desde niño. Es una figura de la raza humana en manos de Satanás desde los días del huerto del Edén. El pobre muchacho era sordomudo (Marcos 9:25), reflejando de este modo la condición espiritual de todos los descendientes de Adán. El hombre no regenerado no puede hablar de parte de Dios, ni escuchar sus mandamientos. Dios es para éste como si no existiera. El afligido muchacho estaba en constante peligro de perder su vida. Su padre dijo del espíritu inmundo que estaba dentro de él: “Muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle”. De la misma manera cada pecador corre el peligro, no solamente de arruinar su vida temporal, sino también de perderla eternamente. El príncipe de este mundo que los hombres siguen es verdaderamente un cruel engañador. ¡Que todos los ojos estén abiertos a esto!
Decepcionado de los discípulos, que debiesen haber sido capaces de usar el poder que se encontraba en el nombre del Salvador, el padre, en su desesperación, se volvió al Señor mismo; sin embargo, no con una gran fe: “Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos” (v. 22). ¡Qué palabras dirigidas al Señor todopoderoso! ¡Aquel que creó el universo, y todo lo que está en él, ciertamente podía vencer el poder de Satanás, una mera criatura! Los demonios siempre reconocieron quien era Él; los hombres, solo en escasas ocasiones.
Es el privilegio de los testigos de Cristo de proclamar ahora no solamente lo que él puede hacer, sino lo que hizo. Habiendo cumplido por su muerte la propiciación por el pecado, puede “pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). Nadie necesita permanecer bajo el amargo yugo de Satanás; el victorioso Señor libertará para siempre a aquel que acude a él.
Al “si puedes” del padre, el Salvador respondió: “al que cree todo le es posible”. Aquí tenemos el secreto de la bendición y la libertad en todo tiempo. No es el esfuerzo humano, sean resoluciones, oraciones, o religiosidad, sino la simple fe en el Hijo de Dios. El propósito del Evangelio es de abrir los ojos de los hombres, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban el perdón de pecados y herencia entre los santificados, por la fe en Cristo (Hechos 26:18).
Con lágrimas, el padre clamó: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Y entonces la bendición vino, y el muchacho fue libertado para siempre. Cada uno de los tres primeros evangelios registra este impactante incidente; Marcos, como es usual en él, con mayores detalles.