El estanque de Betesda
“Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo…” (Romanos 8:3). Estas palabras del apóstol Pablo declaran inequívocamente la impotencia total de la ley para ayudar al hombre arruinado, y la absoluta necesidad de la intervención del Hijo de Dios. Estos principios son ilustrados en el caso del hombre enfermo que fue sanado por el Salvador junto al estanque de Betesda.
En los pórticos del estanque yacía una multitud de enfermos, porque de tiempo en tiempo un ángel agitaba el agua, lo que daba sanidad al que primero descendía a él. Esto era una manifestación de la misericordia de Dios, útil para aquellos que poseían aún algo de fuerza, pero de la cual aquellos que no tenían ninguna, no podían beneficiarse. El estanque es una imagen de la ley que promete vida y justicia a los que la guardan en todas sus partes, pero que solo trae condenación y muerte para quienes son incapaces de cumplirla (Gálatas 3:10-12). Dado que el hombre es profundamente malo en raíz y rama, y “débil” (Romanos 5:6), es claro que la ley no puede otorgarle ninguna bendición. La Escritura dice verdaderamente que “el poder del pecado (es) la ley” y que “la ley produce ira” (1 Corintios 15:56 y Romanos 4:15).
El Salvador vio a un hombre en Betesda que estaba enfermo hacía ¡38 años! Es el mismo periodo que el pueblo de Israel pasó errando en el desierto a causa de su desobediencia (Deuteronomio 2:14). Este hombre había observado ese estanque, esperando contra toda esperanza. No se imaginaba que la sanidad pudiese llegar a él por algún otro medio. Tristemente, hoy en día, una multitud en la cristiandad hace lo mismo. Su único pensamiento en cuanto a la salvación es que esta se obtiene por medio de esfuerzos humanos, si en realidad se puede obtener. ¡Y esto después de la plena revelación de la gracia de Dios en Cristo!
A la pregunta de Jesús, “¿Quieres ser sano?” el enfermo respondió: “Señor… no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Verdaderamente una respuesta extraña, viendo que el estanque no había sido mencionado en la pregunta. Él debía aprender que lo que el estanque jamás podía lograr para alguien como él, el Hijo de Dios lo podía cumplir enseguida por medio de Su palabra. Entonces, al mandato del Omnipotente, “Levántate, toma tu lecho, y anda”, se levantó, tomó su lecho, y se fue a su casa. De igual manera hoy aún, la palabra del Salvador puede responder a todas las necesidades de un alma, sin ninguna obra. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Su muerte expiatoria y su resurrección triunfante son la base sobre la cual él puede ofrecer tan simplemente la salvación a los hombres perdidos.
Si los corazones y las conciencias hubiesen sido sensibles en Israel, habría habido una humillación nacional ante Dios a causa de la multitud sufriente que rodeaba el estanque de Betesda. De acuerdo con las promesas hechas a Israel, el sufrimiento y la enfermedad debían ser desconocidos entre ellos si hubiesen permanecidos fieles a Dios (Deuteronomio 28:1-14). Pero el pueblo, y especialmente los líderes religiosos, se habían vuelto completamente insensibles a las cosas divinas. En lugar de apreciar la bondad del Salvador, procuraron matarle por sanar en el día de reposo. ¡Tan lejos de Dios puede estar la religión!