Los hombres como árboles que andan
Nuestro Señor en una oportunidad realizó un milagro en dos etapas. La escena aconteció en Betsaida, y fue registrada por Marcos. Los otros evangelistas permanecen callados respecto a esto. Un ciego le fue traído; el Salvador lo sacó fuera de la aldea y escupió en sus ojos. Luego, le puso las manos encima y le preguntó si veía algo. El hombre respondió: “Veo los hombres como árboles, pero... que andan”. Entonces, el gran Sanador le puso otra vez las manos sobre los ojos, después de lo cual, este vio de lejos y claramente a todos. Y le envió a su casa.
La manera de actuar de nuestro Señor en esta ocasión fue muy singular, pero nos enseña una lección. La vista parcial de este hombre representa la condición espiritual de los discípulos mientras el Salvador estaba con ellos. Ellos solo percibían imperfectamente el verdadero carácter de su misión en gracia. Creían sinceramente que él era el Mesías tan esperado que había de sentarse en el trono de David; pero no comprendían que él debía sufrir primero y ser hecho una ofrenda por el pecado. Podían entender que tal porción de las Escrituras como el Salmo 72, con las glorias del reino que describe, se refería a él; pero no se imaginaban que una profecía como Isaías 53, con sus sufrimientos y vergüenza, tendría también su complimiento en él. La conversación del Señor, el día de la resurrección, con los discípulos que iban a Emaús aclaró muchas dificultades para ellos. “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26). Su posterior visita a Jerusalén en el mismo día disipó las perplejidades de otros. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (v. 45-47). Entonces estos hombres vinieron a ser poderosos testigos del Cristo crucificado y resucitado, mientras esperaban su retorno del cielo como un Rey glorioso.
Hoy en día, muchos creyentes sinceros tienen también una visión espiritual imperfecta. Son como este hombre ciego que veía a los “hombres como árboles... que andan”. Muchas cosas son poco claras para ellos. Por ejemplo, temen, aunque son hijos de Dios por fe en Jesucristo, que al final puedan perder su salvación, ignorando que ninguna condenación hay para los que la gracia divina ha identificado con Cristo. Temen que el Espíritu Santo pueda serles quitado, y no saben que este precioso don se debe a la sangre del Salvador, que lo hace seguro para siempre. Piensan que cada vez que el cristiano falla, necesita una nueva limpieza en la sangre expiatoria, su fe no ha comprendido que el cristiano está limpio ante Dios para siempre, y que solo necesita la confesión a Dios para sus faltas diarias y la acción purificadora de la Palabra de Dios. Temen que el Señor Jesús los rechace, en su venida, no sabiendo que nuestra traslación a la gloria es solamente el fruto de la gracia soberana, que nunca puede fallar. Tales deben ir una vez más al Salvador para que les dé otro toque con sus manos, como lo hizo con el pobre ciego de Betsaida. Ellos entonces verán las cosas espirituales como son verdaderamente a los ojos de Dios, y su gozo será pleno para siempre.