El demonio en la sinagoga
Cuando nuestro Señor dejó por primera vez Nazaret para ir a vivir a Capernaum hizo una experiencia particular en esa pequeña ciudad. Según su costumbre, entró en la sinagoga el día sábado y enseñó. Pero su exposición de las Escrituras fue interrumpida por “un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios” (Marcos 1:23-24). Ser confrontado en tal lugar con el poder de Satanás fue ciertamente algo muy notable. El Salvador frecuentemente se encontró con endemoniados afuera en el mundo —esto nos recuerda penosamente que el mundo está bajo el poder de Satanás, su príncipe—; pero que un demonio se introdujera en la presencia misma de Dios era algo particular.
El demonio le conocía, y no dudó en confesarlo como “el Santo”, un título asignado al Mesías hacía siglos (Salmo 89:18). Pero el Señor no podía recibir un testimonio de tal fuente, como tampoco más tarde podrá aceptarlo el apóstol Pablo (Hechos 16:16-18). Entre Cristo y Satanás no puede haber ninguna afinidad, sino por el contrario, el más profundo antagonismo moral. Por eso, en presencia de la congregación, el Señor abatió el poder del enemigo, y libertó a su víctima. El pueblo se fue a casa maravillado ante la enseñanza que había oído y por el poder del cual había sido testigo.
¿Hay algo hoy que se corresponda al demonio en la sinagoga? Ciertamente que sí. La parábola de la semilla de mostaza viene a la mente en conexión con esto. El Señor asemejó la profesión cristiana a la más pequeña de todas las semillas de las hortalizas la cual se desarrolla hasta tales proporciones que viene a ser un abrigo para las aves del cielo (Mateo 13:31-32). En el mismo discurso, él usó las aves como símbolos de los obreros de Satanás (v. 4, 19). La parábola de la semilla de mostaza predice el desarrollo de un cristianismo que solo tendrá el nombre de cristiano, y que será formado en su mayoría por personas que dicen ser cristianas sin serlo realmente. Este perderá su carácter original y humilde, viniendo a ser una organización de gran apariencia, que da abrigo y lugar a los enemigos de Cristo y del Evangelio, simbolizados aquí por las aves. Cuán tristemente esto se ha cumplido a través de los siglos. ¿Cómo es posible que, en los edificios hechos para la predicación de la Palabra de Dios, se levanten hombres que desacrediten la inspiración de las Escrituras, rehusando la realidad de los milagros del Señor? Ellos ponen en duda su nacimiento milagroso concebido por el Espíritu Santo en el cuerpo de una virgen, hablan irrespetuosamente de su sangre, y niegan el hecho importante de su resurrección dándole un significado puramente espiritual. ¿Viene esto del Espíritu de Dios, o del espíritu del diablo? No nos engañemos a nosotros mismos. Hay hoy en día, dentro de la cristiandad, una acción de Satanás tan maligna como sucedió en Israel en tiempos pasados. La manera en que se manifiesta ha cambiado, pero la fuente es la misma. En una edad en la que se cuidan las formas, los hombres son capaces de usar términos suaves para cometer serias ofensas, oscureciendo de este modo su verdadera naturaleza y carácter. Es infinitamente más sabio y seguro poner estas cosas en su verdadera luz, aunque aparezcan en su carácter odioso.
Nadie puede vencer el poder de Satanás sino Aquel que expulsó el demonio en la sinagoga en Capernaum. Esto él lo hará efectivamente cuando venga del cielo en poder y majestad. Mientras tanto, quienes temen a Dios son mandados a no participar en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien a reprenderlas (Efesios 5:11).