Fue un día notable en la historia de Simón Pedro cuando el Señor usó su barca en el lago de Genesaret. Este no era el primer encuentro que había tenido con Jesús. Un tiempo antes él había sido presentado al Señor por su hermano Andrés, y desde entonces su corazón se había unido a Él de manera permanente (Juan 1:40-42). Pero, como muchas otras personas verdaderamente convertidas, Simón tenía mucho que aprender acerca del mal en su propio corazón. Por eso, el incidente sobre el lago aquel día fue una inmensa bendición para él.
El Salvador era apremiado por el gentío que se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios. Estando próximo a la orilla del lago, y observando dos barcas cerca, subió a una de ellas para poder enseñar desde allí. La barca era la de Simón, quien estaba lavando las redes con sus compañeros. Apartándose de tierra un poco, el Señor continuó su predicación. Cuando terminó de hablar, pidió a Simón que bogara mar adentro y echara sus redes para pescar. A pesar de haber trabajado toda la noche en vano, obedeció el mandato, con el resultado de que una gran cantidad de peces fue encerrada en su red de manera que esta se rompía. Fue necesario llamar a la otra barca, y ambas estaban tan cargadas que se hundían.
Nunca Simón y sus compañeros habían hecho tal experiencia. En el propio caso de Simón, tuvo consecuencias espirituales profundas. Consciente de estar en presencia de Dios, descubrió el mal que había en su corazón. Cayendo a los pies de Jesús le dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. Tal era la angustia de su alma que se olvidó por completo de la peligrosa situación en la cual se encontraba su barca. Esta no fue su conversión. Se había convertido en su primer encuentro con el Salvador. Se trataba ahora de una profundización de la obra de Dios en su alma. Job había tenido tal experiencia (Job 42:6), e Isaías también (Isaías 6:5). Debemos ser llevados a confesar: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). Uno de los principios de la vida de Pablo era: “No teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3). Cuando un creyente llega a este punto comprende que nada cuenta para con Dios sino Cristo, y toda su confianza viene a centrarse en Aquel que murió y resucitó. ¡Feliz posición en la cual estar! Esta conduce a una completa liberación del viejo «yo» con todas sus pretensiones y demandas.
La conciencia herida y tocada de Pedro pronto recibió palabras de aliento de parte del Señor: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Conforme a esto, Simón y sus compañeros dejaron sus barcas y las redes para siempre, y siguieron al Salvador en su misión de amor hacia las almas de los hombres.
En su evangelio, Lucas no menciona a Andrés, el hermano de Simón, y es el único evangelista que nos habla del trabajo de conciencia especial que tuvo lugar en el corazón de Simón. Desde este momento, pescar hombres por medio del Evangelio vino a ser la feliz ocupación de Simón y Andrés, Jacobo y Juan (véase Mateo 4:18-22; Marcos 1:16-20). Tenemos un ejemplo de pescar con la red en Hechos 2, cuando tres mil personas recibieron el Evangelio. También vemos un ejemplo de pescar con caña en Hechos 8, cuando una persona fue salvada yendo por un camino desierto.