Los cuatro mil
La osada fe de la mujer cananea fue seguramente un refrigerio para el espíritu del Salvador, a menudo entristecido por la incredulidad de Israel, el pueblo que Dios había favorecido por tantos siglos. De igual manera él encuentra hoy su placer en la fe de los creyentes de todas las naciones, mientras que Israel permanece en su camino de alejamiento. No obstante, nunca nada podrá separar definitivamente a Dios de la descendencia de Abraham. Él los ama con eterno amor, y los dones y llamamiento de Dios son irrevocables (Romanos 11:29). Por tanto, volviendo de la región de Tiro y Sidón, nuevamente vemos al Señor en medio de Israel.
Sobre un monte en Galilea, mucha gente necesitada se le acercó. El tocarlo bastaba para sanar cada forma de enfermedad, y los libertados glorificaban al Dios de Israel. Después de tres días, el Salvador querría alimentar al pueblo, que estaba muy lejos de los lugares donde se podían conseguir los alimentos habituales. No hizo ninguna pregunta a sus discípulos para probarlos, como lo había hecho en la alimentación de los cinco mil. Simplemente les declaró su compasión por la multitud y su intención de proveer para su alimentación. Pero el corazón humano es muy olvidadizo cuando se trata de las bondades de Dios. Olvidando el milagro anterior, los discípulos expresaron sus dudas en cuanto a la posibilidad de encontrar tantos panes en el desierto para saciar a una multitud tan grande. No obstante, tenían siete panes y unos pocos pececillos. Esta pequeña cantidad fue multiplicada en la mano del que todo lo puede.
En simple y sincera dependencia de Dios —porque el Hijo era verdaderamente un hombre— Jesús dio gracias públicamente por los alimentos. Y pronto esta pequeña cantidad alcanzó para suplir la necesidad de toda la multitud. Cuatro mil hombres fueron alimentados, sin contar mujeres y niños. Lo que sobró fue recogido, porque la abundancia no justificaba ningún derroche. Se llenaron siete grandes canastas, mientras que doce cestas sobraron de la primera alimentación. En las Escrituras, los números tienen un significado espiritual. Siete —dos veces repetido en esta narración— es el número de la perfección. Cuando Jesús abre su mano para remediar los dolores de los hombres, la bendición es perfecta, y esto, no solamente para las tribus de Israel, sino también para todo el mundo. Sin embargo, este feliz estado de cosas sobre la tierra no puede suceder hasta que venga del cielo otra vez. Su aparición en majestad será la brillante inauguración de un período lleno de paz y bendición, tal como el mundo nunca ha conocido.
Mientras tanto, de su corazón plenamente lleno de gracia y bondad, fluye libremente la misericordia divina para los individuos en todo lugar donde ellos sienten su necesidad. Aunque los sufrimientos del mundo no pueden ser acallados mientras el Salvador permanezca sentado a la diestra de Dios, todo individuo necesitado que se acerca a Él puede hoy recibir la bendición. Sobre la base de la perfecta justicia establecida por Su muerte y resurrección, cada alma puede tener el perdón y la sanidad espiritual. En el Salvador glorificado, un corazón sediento encuentra una plena satisfacción, algo que las cosas del mundo no pueden dar jamás.