La mano seca
Era día sábado. Como de costumbre, nuestro Señor se encontraba en una sinagoga. Las sinagogas no eran lugares de adoración porque sólo había un lugar para esto en Israel: el templo en Jerusalén. Eran edificios en los cuales copias de las Escrituras eran guardadas bajo el cuidado de algún oficial, cuyo deber era permitir al pueblo que las leyesen y que fuesen explicadas. El Salvador encontró a un hombre en la sinagoga que tenía una mano seca. Enseguida su corazón sintió compasión por él. Poco antes los fariseos lo habían criticado por permitir a sus discípulos saciar su hambre y arrancar espigas en el día de reposo. Este hombre afligido les proporcionó una nueva oportunidad de hablar mal de él. De acuerdo a Marcos y Lucas, Jesús preguntó: “¿Es lícito sanar en el día de reposo?”. Mateo añadió la pregunta: “¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja?” (Mateo 12:9-14).
El corazón del hombre natural ama las formas y las ceremonias. Las ordenanzas religiosas se basan mucho en esto. Para mantenerlas, los defensores de la religión siempre están preparados a contender fuertemente, aunque esto estorbe la obra de gracia de Dios. Poco importaba a los fariseos de aquel tiempo que el país estuviese lleno de miseria, sólo les interesaba que las formas y ceremonias del día sábado fuesen detalladamente cumplidas. De igual manera, el hombre de hoy prefiere ver a las multitudes pereciendo antes que tocar las costumbres establecidas. Nada engaña tanto al corazón como la religión sin una verdadera conversión de corazón.
La actitud de estos hombres era ilógica; levantaron objeciones acerca de la sanidad efectuada por el Señor en día sábado, y no veían nada malo en planear su muerte en ese mismo día. Igualmente, más tarde, los sacerdotes se abstuvieron de entrar en el pretorio para no contaminarse y quedar así incapacitados para comer la pascua (Juan 18:28). Nunca se les ocurrió en sus cauterizadas conciencias que era infinitamente más contaminante derramar sangre inocente ¡Oh, la religión sin Dios, su historia está llena de inconsistencia y de pecado!
El Salvador no permitió que nada estorbase la manifestación de su bondad. Las formas no podían atarlo. Conforme a esto, mandó al afligido que extendiese su mano y le fue sanada. Muchos sufren de manos secas hoy en día. El pecado ha paralizado el hombre de manera que no puede hacer nada bueno para Dios. Aunque siente la necesidad de hacer el bien, es incapaz de hacerlo. Pero la salvación se encuentra en la obra que Cristo cumplió. Su sacrificio expiatorio es suficiente para todas nuestras necesidades. El hombre que confía en Él es bendecido sin intervención de obras meritorias de cualquier forma. Un resultado de esta salvación es que la mano, antes seca, viene a ser fortalecida para hacer algo por él en medio de una creación sufriente.