Los milagros del Señor Jesús /30

Juan 2:1-11

El agua convertida en vino

Debe tenerse en cuenta que Juan en su historia del Salvador prosigue una línea completamente diferente a la de los otros evangelistas. La razón de esto es que mientras Mateo, Marcos y Lucas nos presentan al Señor en varios caracteres humanos como: Mesías, Siervo e Hijo del Hombre, Juan nos muestra su esencial Deidad, como Hijo de Dios. En el curso de la exposición de este maravilloso Ser, nos presenta una serie de siete milagros, también llamados “señales”; cuatro de estos fueron cumplidos en Judea y tres en Galilea.

La primera de las señales fue efectuada en Caná poco después de que el Salvador hubo dejado Nazaret para cumplir su ministerio público, y antes de su primera visita a Jerusalén como Profeta. Jesús había sido invitado con sus discípulos a una fiesta de bodas; su madre también estaba allí. De forma diferente a la de su pregonero Juan el Bautista, nuestro Señor no era asceta (Lucas 7:33-34). Sin embargo, su vida estaba marcada por la sobriedad y la separación del mal. En su gracia, él era accesible y misericordioso con los hombres. El matrimonio es una institución divina; mostró su respeto a ella con su presencia. En un mundo caracterizado por el mal, el matrimonio es una inmensa salvaguarda moral para los hombres, y debe ser “honroso” (Hebreos 13:4). “Prohibir casarse” es una señal de la apostasía de los últimos tiempos (1 Timoteo 4:3). Entre los notables siervos de Dios en el Nuevo Testamento, Pablo parece haber sido el único soltero. Pedro y los otros apóstoles traían sus mujeres con ellos en sus viajes misioneros (1 Corintios 9:5).

El vino faltó en Caná. María atrajo la atención del Señor sobre este hecho, evidentemente para sugerirle que cumpliese un milagro. Es digno de notar que él la reprendió inmediatamente. Solo en dos ocasiones encontramos a María interviniendo en el servicio del Señor, y en cada oportunidad él la puso a un lado (véase Mateo 12:46-50). Aunque respetaba enteramente sus deberes como hijo para con ella, no aceptó que una relación meramente natural influenciara su servicio para Dios. En estos relatos encontramos una advertencia dada de antemano contra el error, ahora ampliamente prevalente, de atribuir un rol a María que Dios no le ha dado.

En la fiesta de bodas en Caná había algunas tinajas para agua, pero aún estas estaban vacías, algo tristemente sugestivo de la brevedad de todo goce y delicia terrenal. A la palabra del Salvador estas fueron llenadas con agua, la que al instante se cambió en vino de tan excelente calidad que produjo la alabanza del maestresala de la fiesta: “Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora” (v. 10). Lo que Cristo da es necesariamente mejor que cualquier cosa que pueda ofrecer el mundo. Esto evoca, en figura, el gozo puro con el cual aún la tierra será llena en el día del reino de Cristo. Cuando Aquel que ahora se ha sentado con su Padre en el trono se siente en su propio trono en Jerusalén, todos los dolores de la tierra terminarán, y él llenará la escena con paz y bendición.

Mientras tanto el vino recuerda la profunda verdad de que toda bendición para los hombres, sea ahora o en “el mundo venidero”, está fundada en la sangre de Cristo. Antes de morir, el Salvador instituyó la Cena y señaló una copa de vino como el permanente memorial de su sangre preciosa (Mateo 26:27).