Andando sobre el mar
“¿Cómo puede hacerse esto?” (Juan 3:9). Es una pregunta muy natural cuando la mente humana se encuentra ante las obras de Dios. No obstante, ésta es una pregunta de la incredulidad, no de la fe. Sea respecto a la caída de los muros de Jericó, a los tres días que Jonás estuvo en el vientre del gran pez, al andar de nuestro Señor sobre el mar, o a cualquier otro milagro, nada sorprende el corazón que ha aprendido a confiar en Dios y creer en su Palabra.
Cuando el Salvador rehusó ser hecho rey después de la alimentación de los cinco mil, se fue al monte a orar, mandando a los discípulos que cruzaran a la otra ribera del mar de Galilea. Es una imagen de la época actual. Jesús dejó a sus discípulos y se fue arriba a Dios, de donde intercede por los suyos. Durante su ausencia, están solos en la tierra para hacer frente a las olas de un mundo tormentoso. Los doce tuvieron una travesía difícil. Asimismo, los que siguen a un Salvador rechazado y crucificado encuentran muchas pruebas en este mundo. Satanás levanta muchas tormentas para destruir todo testimonio del Nombre que él odia.
A la cuarta vigilia de la noche, el Señor vino a los discípulos andando sobre el mar. Ellos, pensando que era un fantasma, dieron voces de miedo, pero fueron pronto calmados con las palabras del Señor: “Yo soy; no temáis”. Él nunca ha fallado en acercarse a los suyos en sus horas de angustia y necesidad. Él es el “Yo soy” de Éxodo 3:14. Su poder es ilimitado. Creyentes de antaño han cantado: “Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Salmo 46:2-3).
La barca es la imagen del antiguo sistema de cosas en el cual el Señor dejó a sus discípulos cuando fue elevado en gloria. El libro de los Hechos nos muestra cuán tenazmente ellos se aferraban al antiguo orden de cosas, con su santuario terrenal y sus costumbres. Fueron lentos para comprender que la fe cristiana es esencialmente un orden espiritual y celestial. No es un injerto sobre el judaísmo, sino es completamente opuesto en carácter y espíritu. El judaísmo, con su ritual majestuoso, apelaba a los sentidos. En cambio, la fe cristiana se caracteriza por el principio siguiente: “Por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7). El propósito de Satanás siempre ha sido de corromper la obra y el testimonio de Dios. Por tanto, cuando la antigua barca del judaísmo fue puesta de lado por la destrucción de Jerusalén por Tito y la dispersión de los judíos, Satanás empezó a edificar otro sistema bajo el nombre de Cristo. Pronto aparecieron santuarios terrenales, un clero con sus pretensiones, etc., para la completa falsificación del testimonio de Dios.
Mateo, Marcos y Juan nos hablan de cómo nuestro Señor anduvo sobre el mar. Mateo añade un elemento adicional. Cuando Pedro supo que era el Señor quien se estaba acercando, pidió permiso para ir a él. Habiendo recibido una respuesta positiva, descendió de la barca y fue a Jesús. Pero al ver el viento y las olas, se asustó y empezó a hundirse. Entonces dio voces y la mano del Señor vino en su ayuda. De igual forma el creyente que vuelve hoy sus espaldas a la barca de la cristiandad religiosa, en obediencia al llamamiento de Hebreos 13:13, debe mirar solamente al Señor para sustentar su andar en fe. Pero el primer acto de fe, sin el cual nada más es posible, es la humilde obediencia del alma a Él para recibir el perdón y la salvación.
El viento se calmó cuando el Señor y Pedro subieron en la barca. De manera similar las tempestades de este mundo serán acalladas cuando Cristo y sus santos estén reunidos una vez más en medio de Israel.