La mujer que tocó el manto de Jesús
La mujer que tocó el manto de Jesús siempre ha sido un objeto de especial interés para los lectores de las Escrituras. Su penoso caso, y la simplicidad de su fe, nunca fallan en atraer nuestras simpatías espirituales. Su curación fue una interrupción en el trayecto del Señor para ir a resucitar a la hija de Jairo. Ella es por lo tanto una figura de quienes hoy están buscando y recibiendo la bendición mientras las relaciones de nuestro Señor con Israel están suspendidas. La curación de esta mujer y la resurrección de la hija de Jairo muestran claramente el papel que Dios y el hombre tienen en la bendición del alma. La niña, como cualquier pecador no regenerado, estaba muerta; ¿y quién puede vivificar a los muertos sino Dios? La mujer ejerció su fe; esto es lo que Dios espera de todos los que han de recibir sus favores. La parte de Dios es vivificar; la del hombre es creer.
Una vasta multitud se aglomeraba en las calles del pequeño puerto de Capernaum. Ellos estaban siguiendo a Jesús que iba a la casa de Jairo. Aquel que juzgaba por las apariencias habría concluido que toda la ciudad amaba al Hijo de Dios. Pero como fue en Capernaum, así es ahora en la cristiandad: muchos le siguen por mera curiosidad, porque otros le siguen; pero sólo algunos individuos, como la mujer de nuestra historia, le buscan porque sus corazones saben que sólo él puede suplir sus necesidades. La mujer estaba sin recursos. Durante doce años había vanamente buscado su sanidad en manos de los médicos judíos. ¿Por qué ella no acudió antes al gran Sanador de todo? Es una figura de los que para encontrar la salvación prueban todo y cada cosa antes que acudir al Hijo de Dios. Desafortunadamente son muchos los que confían en sacramentos, abstinencia, buenas obras, y una multitud de otros remedios, en busca de aquello que sólo Jesús puede dar. Cuando la mujer llegó a la conclusión de que su única esperanza era el Señor Jesús, ella dijo dentro de sí con resolución: “Si tocare tan solamente su manto, seré salva” (Marcos 5:28). ¡Maravillosa fe! Ella había adquirido tal confianza en él que sabía que sólo un toque de sus vestidos bastaría para darle la sanidad esperada.
El Salvador estaba perfectamente consciente de lo que estaba pasando. Para el asombro de Pedro y de los otros, se volvió y preguntó: “¿Quién me ha tocado?” Así sigue siendo hoy en día, él distingue cuidadosamente entre una multitud atraída por una religión y las almas sinceras que le buscan a él y su bendición. Llamando a la mujer, y llevándola a dar testimonio de lo que había sucedido, él le dijo con la confortante seguridad: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:48). ¡Qué bueno es tratar con un Salvador tan lleno de gracia! El alma humilde que busca la sanidad espiritual sólo tiene que confiar en su preciosa sangre, y obtendrá perdón, salvación, y la paz vendrá a ser la porción de su corazón para siempre. “Creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos” (Hechos 15:11).