“Estaba Jesús echando fuera un demonio, que era mudo” (Lucas 11:14). “Ciego y mudo”, añade Mateo (12:22). Una maravillosa liberación ciertamente, por la cual todos los testigos debían haber estado profundamente agradecidos a Dios. La multitud no fue completamente indiferente, porque ellos dijeron: “¿Será éste aquel Hijo de David?” Frecuentemente ha ocurrido que los simples de la tierra han sido muy certeros en su percepción de la mano de Dios.
Pero con los líderes religiosos fue de otra manera. Ellos dijeron: “Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios” (Lucas 11:15). Mateo nos dice que esta afirmación provino de los fariseos; Marcos añade que los escribas también estaban envueltos en esto (Marcos 3:22). Esta es una cuestión que debe condenar su incompetencia espiritual o su desesperada maldad. Si ellos eran completamente incapaces de distinguir entre la mano de Dios y la de Satanás también eran completamente inadecuados para ser los instructores del pueblo de Dios. Si ellos, al contrario, veían el poder de Dios y deliberadamente imputaban sus hechos al del infierno, es porque este poder no obraba por medio de los canales oficiales. La maldad de esto era sumamente grave. Ningún mal es peor que el mal religioso; y ¡cuánto se ha manifestado este mal en la historia del cristianismo!
A juicio de los hombres, existían ciertos canales reconocidos a través de los cuales, el poder y la bendición divina debían fluir. Pero a la verdad, la bendición de Dios ha alcanzado a una multitud de personas, aparte completamente de los canales oficiales. Como el vellón de Gedeón, estos medios oficiales han estado secos mientras el rocío del Espíritu de Dios ha sido experimentado alrededor (Jueces 6:40). Esto, en lugar de producir un juicio de consciencia, a menudo solo ha despertado el rencor y la blasfemia. Este es un establecido principio en los sistemas religiosos, que todo lo que sucede afuera de ellos es visto como no autorizado y abominable.
En su gracia, el Salvador trató de llevar a razón a esos hombres. Les preguntó cómo Satanás podía echar fuera a Satanás, yles señaló que “todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae”. La verdadera posición era esta: Satanás como el hombre fuerte había mantenido a sus cautivos en paz; pero ahora había venido otro más fuerte que él, con poder para vencerlo, y saquear sus bienes. Alabemos a nuestro Dios por esto. Aquel más fuerte que Satanás es claramente el victorioso Hijo de Dios. Ha enfrentado al enemigo en su última fortaleza —la muerte— y lo ha vencido, quitando a la vez el pecado. Ahora no hay un solo hijo de Adán que no pueda ser libertado de la esclavitud de Satanás si apela a la gracia del Salvador. Las personas angustiadas por el pecado y la muerte no necesitan ocuparse de las críticas de los religiosos conductores; el Salvador es su verdadero recurso. Que se entreguen simplemente a él.
A su severa reprensión, nuestro Señor añadió estas palabras: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11:23). Él estaba indudablemente esgrimiendo el poder de Dios en gracia y la bendición para los necesitados hombres; los que se oponían a él desparramaban la “hermosa grey” de Dios (Jeremías 13:20). Cuidémonos de los prejuicios religiosos para no caer en similar situación hoy en día. Reconozcamos donde la mano de Dios se ve claramente, donde el Espíritu de gracia está verdaderamente bendiciendo y confortando a las almas; entonces con sinceridad y sin ninguna reserva en nuestros corazones alabemos y magnifiquemos a nuestro Dios.