Los dos endemoniados
La sujeción del hombre al poder de Satanás es la consecuencia de la caída, y es una terrible realidad que no debe ser menospreciada ni subestimada. En varias ocasiones el Salvador, cuando estuvo en la tierra, fue confrontado por personas que estaban poseídas por demonios. Esto, aunque estaba relacionado con aflicciones particulares, es un cuadro general de la condición espiritual de cada hombre no regenerado.
El príncipe de la potestad del aire dirige el curso de los eventos del mundo, operando en todos los hijos de desobediencia (Efesio 2:2). Sometiéndose ellos mismos a su autoridad, los hombres vienen a ser sus esclavos (Romanos 6:16).
Mateo nos habla de dos endemoniados que salieron al encuentro del Señor a la orilla del mar de Galilea, después de la tormentosa travesía. Destacablemente, Marcos y Lucas solo hablan de uno. Es probable que uno de los dos casos era más desesperado que el otro, y por eso Marcos y Lucas centran su atención en él. Pero Mateo, que siempre escribe a lectores judíos, y quien conocía la importancia para ellos del testimonio de dos testigos (Deuteronomio 17:6; 19:15), fue cuidadoso en registrar el hecho de que los dos hombres fueron libertados, aunque omite otros detalles.
La mayoría de los hombres eran ciegos ante la gloria personal del Señor Jesús, pero los demonios siempre le reconocieron como el Hijo de Dios, y temblaban ante él. Conociendo que él era el Juez que, al comienzo de su reino venidero, los arrojará junto con su jefe al abismo (Apocalipsis 20:1), le rogaban que no los mandase a esa terrible región antes del tiempo. En respuesta a su súplica se les permitió entrar en un hato de cerdos, con el resultado de que dos mil de ellos se precipitaron violentamente en el mar por un despeñadero, y perecieron.
Todos los habitantes de la ciudad se enteraron de lo que había sucedido. Encontraron a los que anteriormente habían estado poseídos por los demonios, en completa paz a los pies del Señor Jesús, vestidos, y en su juicio cabal. Toda su ferocidad, que había aterrorizado al vecindario, se había ido para siempre. Cosa sorprendente, en lugar de gratitud, la antipatía llenó las mentes del pueblo y rogaron al Salvador que se fuera de sus contornos. Dos hombres habían sido libertados del poder de Satanás, pero al costo de dos mil cerdos. ¿Eran estas dos almas dignas de dos mil cerdos? En su deplorable ceguera, ellos juzgaron que no. Si la presencia del Hijo de Dios en medio de ellos producía tal resultado, entonces ellos preferían tener a Satanás. Tal conducta nos puede parecer increíble, pero vemos que los hombres de hoy también gastan sus propias almas por cosas que no tienen ningún valor. No les importa que el Salvador tenga el poder, por su preciosa sangre vertida en la cruz, de librar a las almas que sufren bajo el yugo de Satanás. A juicio de muchos, el trabajo, los bienes y el placer, todo esto es preferible a cualquier bendición que Cristo pueda conceder.