Los milagros del Señor Jesús /35

Juan 21:1-14

La pesca milagrosa después de la resurrección

Este fue el último milagro realizado por el Salvador antes de ir a lo alto. La cruz y el sepulcro están ahora detrás de él. “Fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Su obra estaba cumplida, nada quedaba por hacer sino subir adonde estaba primero. ­Destacablemente, Juan es el único de los cuatro evangelistas que usa la palabra “subir” en conexión con nuestro Señor, y no nos da el relato de la misma ascensión (3:13; 6:62; 20:17). En lugar de eso, nos presenta una serie de tres incidentes que parecen claramente designados para mostrar los variados resultados de la obra expiatoria del Salvador. Primero, en la manifestación del Señor a sus discípulos en la noche del día de la resurrección, tenemos una imagen de la Iglesia de Dios reunida por el Espíritu Santo en torno a Cristo como su centro (20:19-23). Luego, en su manifestación al desconfiado Tomás, tenemos un anticipo de su futura ­revelación al pueblo incrédulo de Israel (v. 24-29). Finalmente, en la pesca milagrosa del capítulo 21 podemos ver un cuadro de la gran reunión de todas las naciones durante el reino milenial. El orden de la bendición de Dios es de este modo: primero, la Iglesia; después, Israel; y finalmente el mundo entero.

El incidente de la pesca ocurrió de esta manera. El Señor había mandado a sus discípulos —los que pronto iban a evangelizar al mundo— a ir a Galilea para encontrarse con él allí. Habiendo llegado allá, en lugar de esperar por él, frente al deseo de Pedro de ir a pescar, ellos fueron también. Después de toda una noche de trabajo, los discípulos no habían pescado nada. También Israel un día confesará: “Ninguna liberación hicimos en la tierra” (Isaías 26:18). 

Al amanecer, el Salvador apareció en la playa y su presencia cambió todo para los desanimados pescadores. En respuesta a su pregunta reconocieron que no tenían algo de comer; es una imagen de la actual esterilidad del desobediente Israel. Entonces, en Su palabra echaron la red a la derecha de la barca y pescaron 153 grandes peces. “Y aun siendo tantos, la red no se rompió”. Si el mar, que es descrito aquí por su nombre gentil (mar de Tiberias, por Tiberio César), representa a las naciones, entonces tenemos aquí un sorprendente cuadro de la gran reunión universal cuando Israel esté una vez más en relación con Dios (Salmo 67). Pero esto no será hasta que se afirmen los pies del Salvador nuevamente sobre el monte de los Olivos (Zacarías 14).

Cada creyente desea ver al mundo liberado y bendecido. Esta ha sido la aspiración de los piadosos en todas las edades, es decir ver la tierra llena del conocimiento de la gloria de Dios (Habacuc 2:14). Este anhelo tiene su fuente en Dios mismo, y él no defraudará tales deseos. Sin embargo, la cristiandad no está destinada a introducir está feliz realización. La bendición del mundo resultará de la bendición de Israel. Cuando Israel se vuelva a Dios y retome su alto lugar como guía y maestro de las naciones, la bendición universal vendrá rápidamente (véase Romanos 11). Mientras tanto, la salvación está disponible para todos —judíos y gentiles de igual forma— los que ponen su confianza en el Salvador que murió por sus pecados y resucitó para su justificación y la gloria de Dios.